ASDRÚBAL AGUIAR| EL UNIVERSAL
martes 3 de diciembre de 2013 12:00 AM
Nadie llega a la democracia y la hace hábito de vida a fuerza de zarpazos, menos en el silencio. Y sé que al decir esto, en medio de compatriotas quienes advienen al mundo de la política dándose puñetazos, en el marco de una historia cocinada por traiciones, puedo resultar incómodo.
El voluntarismo marca buena parte de nuestro quehacer republicano, hecho de formas estériles que se cumplen con cierto pudor hasta por nuestras más primitivas dictaduras pero que profanan, sin miramientos, los causahabientes del socialismo del siglo XXI.
El peso de la razón o de las ideas -por virtuosas que sean- en la configuración de nuestro devenir patrio y en el estilo de ejercicio del poder que se instala entre nosotros a partir de la caída de la Primera República, sigue siendo algo secundario, hasta prescindible. Y quizás sea por ello -o ello es así dado su mal ejemplo- que el propio Simón Bolívar, desde Cartagena y luego en Angostura, proteste contra el grupo de hombres ilustrados, universitarios, quienes, según él, intentan forjar "repúblicas aéreas" para un pueblo aún no preparado para el bien supremo de la libertad, que es ejercicio de la razón.
Rómulo Betancourt, partero de nuestra República de partidos (1959-1989), por entender nuestro sino, al fundar nuestro primer partido político de masas moderno, afirma en tal orden y con fuerza coloquial que una cosa es aceptar que en Venezuela se importe la creolina y otra los programas de gobierno. Pero sería un error sostener que Rómulo, cuando menos el de 1959, es un convencido de que sólo se puede acceder al poder y mantenerlo a los empujones.
El hombre quien de manera tajante, en 1948, reclama imponerle un cordón sanitario a las dictaduras latinoamericanas, esta vez se muestra reformista y pacta con Caldera y Jóvito. Avanza, traspasando etapas, desde el primitivismo, negado al diálogo, hacia el estadio de su valoración existencial, teniendo como límite el sostenimiento de la democracia y su finalidad; lo que logra anegado por las duras experiencias que lo forman como estadista, hombre de ideas e ilustrado, quien reconoce y nos enseña luego sobre el contenido del ejercicio de la democracia y sus principios inmanentes.
Puedo estar equivocado o a lo mejor incurro en un exceso de apreciación, pero veo en Betancourt a un tozudo bolivariano, pragmático y atrabiliario en el manejo del poder desde cuando logra hacerse del mismo por vía de un golpe de Estado, en 1945; pero quien, ya maduro, abandona la horma del "césar democrático", del irredento caudillo, para volver su mirada a los Padres fundadores; ésos quienes, guiados e iluminados por el diálogo entre razonantes, sitúan la dignidad del hombre y la mujer venezolanos por delante de la organización del Estado, definiendo así los límites a la competencia de quienes son sus gobernantes.
El haber formado una suerte de "izquierda criolla" desligada de dogmas internacionales preestablecidos no le impide darse cuenta de que la democracia es y ha sido siempre una sola, sin esos adjetivos que antes que darle vida la matan, tal como lo muestra la muy larga historia del mundo y a pesar de los intersticios o paréntesis breves durante los que ella logra sobreponerse al espíritu del cacique.
La democracia es, ante todo, derechos humanos y su ejercicio, y asimismo es Estado de Derecho o leyes no discriminatorias, a fin de que todos los derechos sean para todos, sin distinciones odiosas. Y el argumento viene a colación por su predicado.
Cuando escribo para la prensa, cada semana, en un país donde la censura no provoca ira colectiva sino resignación -paso a paso nos quedamos sin medios independientes y los televisores pueden ser robados, pues sirven para que todos escuchemos las diarias peroratas en cadena del profesor Jirafales- lo hago por ser mi derecho. Brego a diario, a pesar de que se me cierren ventanas para expresarme.
Igualmente, cuando voto, lo hago frente a mí, junto con quienes también ejercen sus derechos políticos sin ser llevados de la mano o compradas sus voluntades, para recordarme a mí mismo que soy un hombre con dignidad, practicante de la democracia; así mi voto luego se lo robe Tibisay. ¡Al caso, nunca podrá esconder y menos sobre su almohada, la verdad de mi decisión, que a buen seguro le irrita y quita el sueño!
En fin, tengo derecho a la alimentación y no me quedaré en casa sin comer, escuchando las disonancias de mis tripas, a las que no les basta el aire. Algo haré, a pesar de que a Nicolás se le haya ocurrido vaciar los anaqueles de nuestras tiendas y mercados. Algo haré, mientras piense y razone, como Descartes, pues aquí sigo y así existo, por encima de la arbitrariedad. Cogito ergo sum, así me aíslen.
El voluntarismo marca buena parte de nuestro quehacer republicano, hecho de formas estériles que se cumplen con cierto pudor hasta por nuestras más primitivas dictaduras pero que profanan, sin miramientos, los causahabientes del socialismo del siglo XXI.
El peso de la razón o de las ideas -por virtuosas que sean- en la configuración de nuestro devenir patrio y en el estilo de ejercicio del poder que se instala entre nosotros a partir de la caída de la Primera República, sigue siendo algo secundario, hasta prescindible. Y quizás sea por ello -o ello es así dado su mal ejemplo- que el propio Simón Bolívar, desde Cartagena y luego en Angostura, proteste contra el grupo de hombres ilustrados, universitarios, quienes, según él, intentan forjar "repúblicas aéreas" para un pueblo aún no preparado para el bien supremo de la libertad, que es ejercicio de la razón.
Rómulo Betancourt, partero de nuestra República de partidos (1959-1989), por entender nuestro sino, al fundar nuestro primer partido político de masas moderno, afirma en tal orden y con fuerza coloquial que una cosa es aceptar que en Venezuela se importe la creolina y otra los programas de gobierno. Pero sería un error sostener que Rómulo, cuando menos el de 1959, es un convencido de que sólo se puede acceder al poder y mantenerlo a los empujones.
El hombre quien de manera tajante, en 1948, reclama imponerle un cordón sanitario a las dictaduras latinoamericanas, esta vez se muestra reformista y pacta con Caldera y Jóvito. Avanza, traspasando etapas, desde el primitivismo, negado al diálogo, hacia el estadio de su valoración existencial, teniendo como límite el sostenimiento de la democracia y su finalidad; lo que logra anegado por las duras experiencias que lo forman como estadista, hombre de ideas e ilustrado, quien reconoce y nos enseña luego sobre el contenido del ejercicio de la democracia y sus principios inmanentes.
Puedo estar equivocado o a lo mejor incurro en un exceso de apreciación, pero veo en Betancourt a un tozudo bolivariano, pragmático y atrabiliario en el manejo del poder desde cuando logra hacerse del mismo por vía de un golpe de Estado, en 1945; pero quien, ya maduro, abandona la horma del "césar democrático", del irredento caudillo, para volver su mirada a los Padres fundadores; ésos quienes, guiados e iluminados por el diálogo entre razonantes, sitúan la dignidad del hombre y la mujer venezolanos por delante de la organización del Estado, definiendo así los límites a la competencia de quienes son sus gobernantes.
El haber formado una suerte de "izquierda criolla" desligada de dogmas internacionales preestablecidos no le impide darse cuenta de que la democracia es y ha sido siempre una sola, sin esos adjetivos que antes que darle vida la matan, tal como lo muestra la muy larga historia del mundo y a pesar de los intersticios o paréntesis breves durante los que ella logra sobreponerse al espíritu del cacique.
La democracia es, ante todo, derechos humanos y su ejercicio, y asimismo es Estado de Derecho o leyes no discriminatorias, a fin de que todos los derechos sean para todos, sin distinciones odiosas. Y el argumento viene a colación por su predicado.
Cuando escribo para la prensa, cada semana, en un país donde la censura no provoca ira colectiva sino resignación -paso a paso nos quedamos sin medios independientes y los televisores pueden ser robados, pues sirven para que todos escuchemos las diarias peroratas en cadena del profesor Jirafales- lo hago por ser mi derecho. Brego a diario, a pesar de que se me cierren ventanas para expresarme.
Igualmente, cuando voto, lo hago frente a mí, junto con quienes también ejercen sus derechos políticos sin ser llevados de la mano o compradas sus voluntades, para recordarme a mí mismo que soy un hombre con dignidad, practicante de la democracia; así mi voto luego se lo robe Tibisay. ¡Al caso, nunca podrá esconder y menos sobre su almohada, la verdad de mi decisión, que a buen seguro le irrita y quita el sueño!
En fin, tengo derecho a la alimentación y no me quedaré en casa sin comer, escuchando las disonancias de mis tripas, a las que no les basta el aire. Algo haré, a pesar de que a Nicolás se le haya ocurrido vaciar los anaqueles de nuestras tiendas y mercados. Algo haré, mientras piense y razone, como Descartes, pues aquí sigo y así existo, por encima de la arbitrariedad. Cogito ergo sum, así me aíslen.
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