ROBERTO GIUSTI| EL UNIVERSAL
martes 21 de enero de 2014 12:00 AM
La ambigüedad es la nota predominante cuando se trata de reivindicar, desde ámbitos tan radicalmente enfrentados, como el oficialismo y la oposición democrática, el legado del 23 de enero de 1958. Ambigüedad mucho más notoria cuando observamos cómo los chavistas, a lo largo de los últimos años, lo ha reivindicado con mayor o menor entusiasmo, según las circunstancias políticas predominantes, justo en el momento de conmemorar la fecha. De manera que si en el 2001 convocaron una multitudinaria manifestación, movidos por el afán de neutralizar el impacto de una gran marcha de oposición, crecida en la coyuntura, en años posteriores se han puesto casi al margen de un episodio que no les cuadra por ningún lado.
Primero porque Chávez nunca pudo ocultar (él tan zamarro como era) el respeto y la admiración que generaba en él una figura que, por otra parte, fue artífice de la estrategia norteamericana de combatir los avances del comunismo soviético desde la perspectiva de una transnacional de los sables. Así, esa simpatía por el hosco personaje cuya legitimidad fue consagrada por obra de una guaracha ("general Pérez Jiménez, presidente constitucional, elegido por el pueblo con orgullo nacional"), suena a disparate, al menos a la luz del enfoque ideológico.
Uno podría pensar, entonces, que aquella visita del Chávez candidato presidencial a Pérez Jiménez, ya cercana su muerte, en su extravagante quinta de La Moraleja, formaba parte del ritual obligado de todo aspirante alternativo que consagraba un par de días a la peregrinación madrileña para lograr el favor de nostálgico y provecto votante perezjimenista. Quizás sí, quizás no, pero ese fraternal encuentro (fraternal por Chávez porque el general no era un hombre proclive a carantoñas ni guiños electoreros), iba más allá de la novelería propia del exaltado cuarentón.
Ese "más allá" es obvio, aun cuando contribuyan a distorsionarlo las respectivas leyendas que determinan las biografías, tanto de uno como del otro: ambos son militares y provienen de la misma institución; ambos llegaron al poder a través de golpes de Estado con efectos retardados (Pérez Jiménez del 45 al 52 y Chávez del 92 al 98); ambos sentían especial animadversión por la democracia representativa y persiguieron con saña reconcentrada a sus adversarios; pero ambos, sobre todo, constituyen una representación, en diferentes modelos y estilos, del mismo fenómeno del militarismo que ha marcado la historia republicana del país, con excepción de los 40 años que se iniciaron el 23 de enero de 1958. De allí la incoherencia del chavismo cuando pretende conmemorar una fecha que es la negación de su propia razón de ser.
Primero porque Chávez nunca pudo ocultar (él tan zamarro como era) el respeto y la admiración que generaba en él una figura que, por otra parte, fue artífice de la estrategia norteamericana de combatir los avances del comunismo soviético desde la perspectiva de una transnacional de los sables. Así, esa simpatía por el hosco personaje cuya legitimidad fue consagrada por obra de una guaracha ("general Pérez Jiménez, presidente constitucional, elegido por el pueblo con orgullo nacional"), suena a disparate, al menos a la luz del enfoque ideológico.
Uno podría pensar, entonces, que aquella visita del Chávez candidato presidencial a Pérez Jiménez, ya cercana su muerte, en su extravagante quinta de La Moraleja, formaba parte del ritual obligado de todo aspirante alternativo que consagraba un par de días a la peregrinación madrileña para lograr el favor de nostálgico y provecto votante perezjimenista. Quizás sí, quizás no, pero ese fraternal encuentro (fraternal por Chávez porque el general no era un hombre proclive a carantoñas ni guiños electoreros), iba más allá de la novelería propia del exaltado cuarentón.
Ese "más allá" es obvio, aun cuando contribuyan a distorsionarlo las respectivas leyendas que determinan las biografías, tanto de uno como del otro: ambos son militares y provienen de la misma institución; ambos llegaron al poder a través de golpes de Estado con efectos retardados (Pérez Jiménez del 45 al 52 y Chávez del 92 al 98); ambos sentían especial animadversión por la democracia representativa y persiguieron con saña reconcentrada a sus adversarios; pero ambos, sobre todo, constituyen una representación, en diferentes modelos y estilos, del mismo fenómeno del militarismo que ha marcado la historia republicana del país, con excepción de los 40 años que se iniciaron el 23 de enero de 1958. De allí la incoherencia del chavismo cuando pretende conmemorar una fecha que es la negación de su propia razón de ser.
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