WILFREDO FRANCO| EL UNIVERSAL
jueves 2 de enero de 2014 12:00 AM
El año que finalizó ya es historia, es pasado, y ya no existe. El presente es 2014, abriéndose como el botón de una flor, estirando sus minutos, horas y primeros días, como el bebé recién nacido que se ajusta a su nuevo amanecer fuera del vientre materno. Los retos del nuevo año están ahí, fuera de nosotros y dentro de cada uno. Nuestra lista mental de metas y objetivos a cumplir es tan grande como la esperanza y el optimismo que nos llena. Todo comienzo nos trae renovados bríos, fuerza intacta para el arranque y el tanque full de ganas de hacer. Los miedos y temores acechan, pero por ahora están arrinconados. Muy dentro, nuestro espíritu sabe que saltarán a nuestro encuentro al primer descuido, al primer obstáculo, a la primera caída. Y para ello guardamos una reserva de fortaleza en un rinconcito secreto del alma.
Los augurios no son brillantes sino oscuros como la boca del lobo (¿Alguien habrá medido la luminosidad dentro de esa boca?). Eso no nos amilana, ya hemos superado pruebas duras, vivido experiencias dolorosas, derrotas y pérdidas, y aquí estamos, embriagados de la luz y la frescura del año que se inicia. Nuestro balance personal del año cerrado es muy simple: ¡Estamos vivos! Y eso significa disponer de energías para continuar, de esperanzas para persistir, de ingenio para inventar, no importa si erramos o somos exitosos. Simplemente seguimos aquí para seguir nuestro derrotero. Han pasado 200.000 años y numerosos cambios climáticos, incluyendo edades de hielo extremas, desde que los primeros Homo sapiens comenzaron a desarrollar el lenguaje y con ello la política, la guerra y la paz. ¡Y aquí estamos!
En el 2013 en Venezuela se oyó con más fuerza y frecuencia que nunca algunas palabras que deberíamos comprender más profundamente, y proceder en consecuencia. Cubanización, es una de ellas que, por mi parte, acrecienta mi espíritu de lucha para el 2014. Contra ella declaro, a titulo de exorcismo: venezolanización, porque ello significa amor, calidez, amistad, cortesía, comprensión, cooperación, entendimiento, alegría, mancomunidad para avanzar unidos en la solución de los problemas y en la construcción de la patria común, la que Bolívar nos dejó hace más de 200 años, y mire usted cómo la tenemos: hecha jirones de diversos colores con prohibición de mezclarlos, ni siquiera de aparejarlos como en el arcoiris. ¡Qué tristeza, Dios mío! Hay que rebelarse contra ello. Me gusta el amarillo, el azul y el rojo, también el blanco, el verde y todos los otros colores del arcoiris venezolano.
Quiero trabajar y esforzarme este año por la venezolanización de mi entorno, mi familia, mi trabajo, mi más cercana comunidad. Quiero que el espíritu de Mandela se posesione de los venezolanos y nos unamos en el entendimiento del gran lío que hemos armado durante las últimas décadas, casi tan malignas como las que culminaron con la muerte del Libertador y siguieron a continuación. La desunión, que llevó al Libertador al sepulcro, la maledicencia, el rechazo y el odio que condujeron en aquella época a una guerra civil por capítulos que se extendió por un siglo, son las mismas emociones que se llevan ahora decenas de miles de vidas anualmente por la violencia de las armas y la disolución de la conciencia venezolanista de hermandad y respeto. Estamos dando lástima en la comunidad internacional por nuestro mal comportamiento de unos con otros; y eso da pena hasta decirlo, aun más tener que escribirlo.
Contra el veneno del odio que nos han inyectado con fines políticos fuerzas extranacionales, debemos esparcir el antídoto de la hermandad, la implantación de la venezolanidad en la política y, más importante aún, en el discurrir diario y rutinario de nuestras vidas. La venezolanización como pan nuestro de cada día, sonrisa abierta y sincera frente al agravio, corazón abierto frente a la amargura, calidez frente a la frialdad, saludo cordial a nuestro paso sin importar si nos responden o nos ignoran. La caballerosidad, virtud tan hermosamente masculina, debe volver; la decencia al hablar, inclusive al reclamar, debe ser la norma. Y ¿Por qué? preguntarán, la respuesta es simple: porque somos venezolanos y estamos orgullosos de serlo.
Que el 2014 sea el año del regreso del espíritu cordial, cálido y unitario de los venezolanos. Amén.
Los augurios no son brillantes sino oscuros como la boca del lobo (¿Alguien habrá medido la luminosidad dentro de esa boca?). Eso no nos amilana, ya hemos superado pruebas duras, vivido experiencias dolorosas, derrotas y pérdidas, y aquí estamos, embriagados de la luz y la frescura del año que se inicia. Nuestro balance personal del año cerrado es muy simple: ¡Estamos vivos! Y eso significa disponer de energías para continuar, de esperanzas para persistir, de ingenio para inventar, no importa si erramos o somos exitosos. Simplemente seguimos aquí para seguir nuestro derrotero. Han pasado 200.000 años y numerosos cambios climáticos, incluyendo edades de hielo extremas, desde que los primeros Homo sapiens comenzaron a desarrollar el lenguaje y con ello la política, la guerra y la paz. ¡Y aquí estamos!
En el 2013 en Venezuela se oyó con más fuerza y frecuencia que nunca algunas palabras que deberíamos comprender más profundamente, y proceder en consecuencia. Cubanización, es una de ellas que, por mi parte, acrecienta mi espíritu de lucha para el 2014. Contra ella declaro, a titulo de exorcismo: venezolanización, porque ello significa amor, calidez, amistad, cortesía, comprensión, cooperación, entendimiento, alegría, mancomunidad para avanzar unidos en la solución de los problemas y en la construcción de la patria común, la que Bolívar nos dejó hace más de 200 años, y mire usted cómo la tenemos: hecha jirones de diversos colores con prohibición de mezclarlos, ni siquiera de aparejarlos como en el arcoiris. ¡Qué tristeza, Dios mío! Hay que rebelarse contra ello. Me gusta el amarillo, el azul y el rojo, también el blanco, el verde y todos los otros colores del arcoiris venezolano.
Quiero trabajar y esforzarme este año por la venezolanización de mi entorno, mi familia, mi trabajo, mi más cercana comunidad. Quiero que el espíritu de Mandela se posesione de los venezolanos y nos unamos en el entendimiento del gran lío que hemos armado durante las últimas décadas, casi tan malignas como las que culminaron con la muerte del Libertador y siguieron a continuación. La desunión, que llevó al Libertador al sepulcro, la maledicencia, el rechazo y el odio que condujeron en aquella época a una guerra civil por capítulos que se extendió por un siglo, son las mismas emociones que se llevan ahora decenas de miles de vidas anualmente por la violencia de las armas y la disolución de la conciencia venezolanista de hermandad y respeto. Estamos dando lástima en la comunidad internacional por nuestro mal comportamiento de unos con otros; y eso da pena hasta decirlo, aun más tener que escribirlo.
Contra el veneno del odio que nos han inyectado con fines políticos fuerzas extranacionales, debemos esparcir el antídoto de la hermandad, la implantación de la venezolanidad en la política y, más importante aún, en el discurrir diario y rutinario de nuestras vidas. La venezolanización como pan nuestro de cada día, sonrisa abierta y sincera frente al agravio, corazón abierto frente a la amargura, calidez frente a la frialdad, saludo cordial a nuestro paso sin importar si nos responden o nos ignoran. La caballerosidad, virtud tan hermosamente masculina, debe volver; la decencia al hablar, inclusive al reclamar, debe ser la norma. Y ¿Por qué? preguntarán, la respuesta es simple: porque somos venezolanos y estamos orgullosos de serlo.
Que el 2014 sea el año del regreso del espíritu cordial, cálido y unitario de los venezolanos. Amén.
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