Tuesday, May 20, 2014

El ministro del terror

En: http://www.eluniversal.com/opinion/140520/el-ministro-del-terror

EDILIO PEÑA| EL UNIVERSAL
martes 20 de mayo de 2014 12:00 AM
La espiación se consolida en el poder; deja de ser simple curiosidad personal. Potencia el ego de quien está autorizado por el Estado para ejecutarla. Es el ojo que todo lo mira y el oído que todo lo escucha. Se colará en el sueño de todos, para convertirse en su pesadilla. El elegido para tal acción de inteligencia es un funcionario civil o militar. Puede ser un oscuro y gélido personaje, o alguien arrojado por la política a la playa de la irrelevancia; también un oficial de alto rango, a quien no le quedó otro destino que indagar y destruir vidas ajenas, sin poder consolidar su carrera militar en gloriosas batallas de campo, o en aquellas que la virtualidad asegura en el ciber espacio. Aunque el ascenso del agente que va tras los secretos, mientras realiza su labor en la maquinaria del espionaje y la represión encapuchada, puede traerle ventajas inimaginables.

Paradójicamente, ni siquiera quien dirige el Estado, llega a tener tanto poder. Porque es el director de la policía secreta o el Ministro de Inteligencia el que está obligado a revelar al presidente o al dictador -en detallados informes-, la otra realidad escondida de la república. Esa vida que transita en el misterio y desde donde puede estar gestándose una conspiración. Mas, al estar comprometido en la responsabilidad o con los intereses de sus funciones, dicho funcionario debe desarrollar, de manera eficaz, esa necesaria capacidad y conocimiento técnico profesional, para no desorientarse en la trama del laberinto por donde habrá de transitar la preciada información que persigue. Los subalternos cumplen las órdenes de espiar, allanar y detener a los presuntos insurrectos, para darle soporte a su inteligencia única de jefe y cerebro iluminado, pudiendo transformar la institución que dirige en una de las estructuras más poderosa del Estado. Esa, capaz de convertir mentira en verdad, al reducir sin limitaciones de ley, a enemigos políticos y personales. En ese umbral, se inaugura la tortura y el crimen.

José Fouché es quizás esa figura del Estado moderno, fundado por Napoleón Bonaparte después de la Revolución Francesa, el que habrá de darle al Servicio de Inteligencia dimensión autónoma y superior, desde el cargo de Ministro de la Policía. El mismo Napoleón le temería y lo envidiaría, porque las redes que sostenían su poder, estaban en manos de este hombre que se movía con el silente accionar de un relojero, imitando a ser Dios. Pero ese poder en la sombra, que le permitía a José Fouché detectar y capturar a los enemigos del Estado, abortar sediciones contra su conductor, así como conspirar él mismo -de acuerdo a la inclinación de la balanza política-, se superaría, al inaugurarse en el siglo veinte un nuevo paradigma de Ministro de la Policía o de Relaciones Interiores.

Los totalitarismos del futuro se especializarían en crear servicios de inteligencia paralelos al propio Estado. Desplazando el centro del poder del ejército a la policía secreta, y de ésta, a grupos paramilitares. Los propios partidos nazi y comunistas, tenían los suyos. En el totalitarismo todos deben espiarse en una rivalidad incesante, sin vínculos afectivos o emocionales. La desconfianza se instala como amenaza, y cada quien pone en duda la fidelidad o lealtad del otro, y la suya misma con la dictadura. Es el armazón con el que el nuevo Estado funda la mole de su estructura, al disolver paralelamente, instituciones públicas tradicionales en función de una ley y una "Justicia Superior", encarnada por un máximo líder, parido por la naturaleza o, por la historia. En los gobiernos totalitarios, la constitución no es más que una mascarada, un comodín, porque con leyes habilitantes y arbitrarias, es más que suficiente instalar un régimen de terror en el espectro de la nación.

El Ministro de Relaciones Interiores de Justicia y Paz de Venezuela (qué ironía), parece ostentar ese poder absoluto que pudieron tener precedentes ministros de los servicios de inteligencia de los regímenes totalitarios de ayer, y de los que aún sobreviven. Sin embargo, su accionar no está dirigido por sí mismo. En realidad, ni siquiera le pertenece. Es inconcebible que un general pase a la historia por haber sometido un campamento de estudiantes rebeldes, y no a un ejército en algún campo de batalla. Haber culminado su carrera militar con ese mérito, debe producirle una especie de vergüenza y resquemor; secreto e inconfesable, si lo tiene. Cada vez que convoca medios de comunicación para exhibir sus éxitos, queda expuesta esa debilidad que lo roe y la imposibilidad para escalar el poder real. No podrá evitar que la mirada de los otros espíen por siempre esa derrota existencial. Ese desmérito explica el fondo de su actuar desmesurado y brutal, al saberse instrumento servil de un servicio de inteligencia superior que no es pertenencia del gobierno ni al Estado venezolano, sino a un Estado invasor, representado por una dictadura en expansión.

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