En: http://www.lapatilla.com/site/2014/09/25/jose-domingo-blanco-mingo-comuna-cana-parrilla-y-anarquia/
José Domingo Blanco (Mingo)
El pasado martes, en mi programa de radio, estuvo como invitada la
doctora Isabel Pereira. Hablamos de las comunas. Para ella, el Estado
comunal es el fin del Estado democrático plural. Alertó sobre las
consecuencias de su aplicación y cómo podría representar el fin de la
familia y del individuo, para sustituirlos por un colectivo represivo y
sin rostro. Casi finalizando la entrevista, un oyente, desde Antímano,
llamó al estudio. Sin identificarse, le dijo al productor que en la
populosa parroquia estaban contentos con las comunas porque ahora tienen
“caña, parrilla y anarquía” y, sin esperar respuesta, trancó el
teléfono. El comentario me pareció tan infeliz. Reflejo de la realidad
que viven estas comunidades -que están a merced de delincuentes y
colectivos empoderados por el régimen- que andan armados y a sus
anchas, amedrentando a la gente decente y trabajadora, para que no se
atrevan a contravenir sus mandatos, o subvertir este nuevo “¿orden?”
repleto de antivalores. ¿Qué es lo que ha logrado este régimen con el
venezolano? Porque la expresión “caña, parrilla y anarquía”, para mí, no
es más que la caricatura de una sociedad –o de un grupito que a punta
de violencia, pistolas, balas y muerte logra imponerse y someter a
haraganes de oficio- despreocupada por su porvenir, sumida en la
vagancia y en el ocio absoluto, sin aspiraciones de alcanzar un nivel
distinto y mejor.
Pero, qué se puede esperar de un régimen mediocre, cuyos líderes han
pregonado que para subsistir “necesitan que los pobres sigan siendo
pobres” o “que no los sacarán de la pobreza porque no quieren que se
vuelvan escuálidos”. Quizá eso explique el por qué de la “caña, la
parrilla y la anarquía” que según este oyente del programa se promueve
en su comuna. Me pregunto si Nicolás, cuando anunció el nuevo sistema
presidencial de gobierno con el que pretende hacer avanzar el Estado
comunal e instaló el Consejo Presidencial de las Comunas, fue eso lo que
ofreció: cervecitas, ron, carne y anarquía pa’tirar p’al techo.
Hace poco se publicó la noticia. Según, con el nuevo sistema
presidencial de gobierno, al que Maduro quiere llamar “el sacudón”, la
intención es “gobernar con el pueblo, desde los diversos sectores
sociales; que el pueblo sea presidente”. Y transcribo las palabras de
Nicolás: “Esa es la consigna: el pueblo al poder, a ejercerlo. Ya basta
que la burguesía ponga un pelucón en el poder, a un títere de los
intereses económicos. Vamos a ir perfeccionando (el sistema). Usted
tiene que ser presidente. Plantéese frente al espejo: ¿por qué no puedo
ser presidente?”. Y la respuesta es muy simple Nicolás, porque tú eres
el mejor ejemplo de cómo una persona con muy escasa preparación, lleva a
un país a la quiebra. Con fantasías y cuentos de hadas no se construye
una nación. Mucho menos inoculándole al pueblo “pajaritos preñados”.
Tener aspiraciones es válido; pero, para ello, también hace falta
estudiar, prepararse, nutrirse y adquirir conocimientos, habilidades y
herramientas. Aquí, en Venezuela, sobran ejemplos de personas muy
valiosas, trabajadoras como nadie, venidas de abajo, pero que lograron
lo que tú, y la pandillita que te acompaña no han conseguido: sacarse el
rancho de la cabeza. ¡Esos venezolanos humildes; pero trabajadores, lo
lograron! Hoy son prósperos y, en algún momento, cuando en nuestro país
había democracia, se respetaban las garantías y la propiedad privada,
todo lo apostaron y construyeron en nuestro país.
Resulta de todo esto -y es evidente que la revolución no puede
esconder más- es que su pretensión radica en ensalzar lo chabacano, lo
mediocre, lo vulgar, lo orillero. Incluso, la propaganda del régimen se
ha encargado de hacer ver que eso es lo popular. Y con el cuento del
drama de la pobreza, ha habido una campaña sistemática para atacar a la
democracia venezolana. Una cosa es la justicia social y otra cosa es
lograr la depauperación de toda la gente que conforma la sociedad. Este
desgobierno, a través de su maléfica propaganda, inyecta mensajes para
enaltecer la pobreza. Esta revolución mercadea que la pobreza es
chévere. Y nos la impone: es evidente que cada día todos somos más
pobres.
Lo lamentable es que en la Venezuela de hoy se necesita trascender
esos planos de pobreza. Ya sabemos que hay núcleos de personas
inteligentes y de buena voluntad; pero, no consiguen los cauces para
incorporar al ser. Tiene que existir un grupo que, con criterio, exponga
los escollos que hicieron que el comunismo haya fracasado en todas las
naciones donde intentaron imponerlo. Y siempre llego a la conclusión de
que ese grupo existe; pero, tiene miedo porque al promover sus ideas,
cree que podría ir en contra de los pobres y perder sintonía con esa
gente que es la que, al final de cuenta, la que más les importa. Existe
una masa de dolor y de necesidades que esta revolución la hace cada vez
más grande. Lo trágico es que no vemos, por ahora, una alternativa a
este desgobierno con respecto al tema de la pobreza, porque
evidentemente no se puede regresar a lo que había antes de Chávez, que
hizo implosión. Soy un convencido de que el espíritu de insurgencia debe
estar basado y apalancado en un criterio válido que saque a la gente de
la indigencia. Ese drama de los desposeídos, que se resume en la frase
“caña, parrilla y anarquía,” después de ya casi medio siglo de
democracia, pareciera que es poco lo que la sociedad civil venezolana ha
aprendido en términos de valoración de la misma pobreza y de las más
genuina generación de un sentido de contribución y compasivo frente a
ella. Antes de Chávez había pobres y olvidados. Hoy, con Maduro, hay más
pobres; pero, reconocidos. ¡Qué daño nos ha hecho el caudillaje que a
todas luces colma la escena de las expectativas colectivas! Porque en
esta revolución se confunden la inclusión y el desprecio, gracias a los
lineamientos que impone la maquinaria comunista.
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