Buscando las respuestas de un Dios que permanece en silencio, los flagelantes de El Séptimo Sello, el célebre filme de Ingmar Bergman, ven al caballero medieval Antonius Block cruzar la región asolada por la peste mientras juega ajedrez tratando vana e inútilmente de hacerle trampas a la Muerte. Es cierto que los azotes castigan a los marineros por sus torpezas y nos estremecen los que afligieron el cuerpo de Cristo. Pero el suplicio de los flagelantes no puede considerarse como castigo sino como acto de purificación. No se trata de venganzas o de escarmientos como los que reciben los marineros atados al mástil o los esclavos negros en las plantaciones. La Pasión y Muerte de Jesucristo lleva consigo la purificación no solo de nuestros cuerpos sino de nuestras almas.
En el libro que escribió Franco Cuomo sobre Gunter de Amalfi, una novela sobre los misterios de la caballería esotérica medieval, se revela que uno de los ritos secretísimos de los templarios era maldecir y escupir sobre la cruz. El sentido más elemental, dice Cuomo, no era otro que maldecir la cruz que tantos sufrimientos procuró a nuestro Señor. La ceremonia comenzaba en un tranquilo clima de recogimiento. La cruz era puesta sobre el suelo. Los escupitajos no eran más que el comienzo. Después se pasaba a las invectivas, a las obscenidades, al vilipendio material. La cruz era golpeada, emporcada, renegada. Finalmente, la reunión se disolvía en una suerte de inocua histeria, en la cual un extremado sentido del pecado se disolvía en una insostenible fiebre de inocencia.
De manera que hay castigos, azotes, penitencias y purificaciones. Lo que no logro explicarme es ¿por qué el régimen militar bolivariano y sus cómplices y enchufados nos tratan como si fuesen ellos los templarios y nosotros la cruz de madera? ¿Por qué en lugar de hacernos la vida más llevadera tenemos que padecer largas, violentas y humillantes colas para comprar alimentos; convertir en pesadilla el simple hecho de obtener unos dólares y viajar? Permanecer años excluidos, ofendidos, vituperados. ¿Por qué tenemos que soportar racionamientos de agua, apagones; la muerte impune de algún familiar; los narcos, la violencia de grupos armados por el propio gobierno, la corrupción, los fraudes electorales, la corona de espina y el vía crucis por la autopista que nos lleva a Guarenas que es como decir “a la muerte” o nos arrastra por la calle del medio de cualquiera de los pueblos que agonizan en el interior del país?
Un sádico empeño, propio de los militares, por castigarnos, por hacernos la vida ingrata, por establecer, incluso, un horario para comprar los tragos con los que me da la gana de envenenarme simplemente porque soy adulto y gobierno mi propia vida. Un régimen corrupto, que nos niega la información, ahoga las universidades, niega el papel para los diarios, libros y revistas; que disfruta manteniendo entreabiertas las puertas de las cárceles para castigar y torturar a quienes se les ocurra decir que este es un gobierno maula y sostener que los militares que ocupan cargos de responsabilidad fuera de sus cuarteles son ineptos. ¿Por qué nos oculta el régimen la pantanosa ineficacia en la que chapotea sin encontrar soluciones? ¿Por qué no renuncia?
En lo personal, ¡estoy harto de ser la cruz de los templarios! Dueño absoluto de mis actos y de mis opiniones, sostengo que este es el peor de todos los gobiernos y a los 84 años estoy tratando de comenzar una nueva etapa de mi vida, pero ninguno de los políticos amigos míos sabe decirme cómo se hace o cómo se inicia uno en la desobediencia civil.
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