Armando Durán
El
espectáculo, para la mayoría de los venezolanos, resultó abominable. Para
América Latina y Europa, donde derribar las puertas a patadas por fuerzas
represivas dejaron de ocurrir hace mucho, la reacción fue de perplejidad
mayúscula. No era para menos. Las imágenes de video que registraron el asalto a
mano armada de las oficinas privadas del alcalde metropolitano de Caracas,
perpetrado por docenas de agentes de la policía política, dejaban al desnudo la
fea naturaleza del régimen.
Maduro
había anticipado este inaudito golpe de mano días antes, en cadena de radio y
televisión, furioso como se muestra en público desde que la crisis lo ha
rebasado por completo. Sus servicios habían descubierto, sostuvo, una nueva
conspiración de la burguesía apátrida y el imperio para sustituir su gobierno
por otro, siniestra aventura cuya señal de salida la habrían dado Ledezma,
Leopoldo López y María Corina Machado, con la publicación de un comunicado
conjunto sobre la transición, o sea, sobre la legítima aspiración opositora a
la alternancia en el ejercicio del poder, principio esencial de la democracia,
pero que a todas luces, para el chavismo reinante, es sinónimo de lo peor que
pueda pasarle a nuestro pueblo, feliz y satisfecho gracias a la conducción
ejemplar del Maduro. De ahí la amenaza a los tres firmantes y el anuncio de que
se aplicará “mano dura” a los golpistas nacionales y extranjeros, y a sus
secuaces mediáticos, como El Nacional. Imposible sospechar, sin
embargo, que en la tranquila tarde del jueves 19 de febrero, esta sórdida
intimidación comenzara a hacerse realidad brutal.
Ahora
bien, ¿por qué Maduro tomó la decisión de repetir el mismo aparente error de
siempre? ¿Acaso no sabe que el miedo sólo paraliza a los miedosos? ¿Y que
líderes como Ledezma, López y Machado han demostrado no temerle al régimen? Por
otra parte, ¿habrá pensado Maduro que Venezuela y el mundo democrático
aceptarían así como así pasar por alto el secuestro de Ledezma, alcalde
metropolitano de Caracas electo en 2008 y reelecto cuatro años después con
750.000 votos?
La clave
para entender este enigma nos la revela, precisamente, la violencia con que
Ledezma fue secuestrado. Ni orden de detención, ni evidencias que la justificaran.
En definitiva, el gran y único delito de Ledezma, su inmensa “peligrosidad”, ha
sido su firmeza inconmovible a la hora de disentir, antes, del absolutismo
chavista, y ahora del totalitarismo madurista. Con el agravante de haber
derrotado a los candidatos del régimen y del CNE en 2008 y 2012. Demasiado para
un régimen que tras 16 años de gobernar a su antojo, sin controles ni
condicionamientos políticos o administrativos, sólo puede exhibir al final del
camino el escándalo de una crisis general y sin remedio.
Esta es la verdadera causa del
secuestro de Ledezma. Y la razón de su firmeza para disentir, hacer oposición y
resistir sin rendirse en ningún momento al acoso y la persecución. También es
causa de la delirante resolución de Maduro de someter a sangre y fuego al
adversario y borrarlo de la faz de la Tierra al precio que sea, para siempre, y
sin pensar en sus consecuencias. Hasta el extremo inadmisible de advertir que
si la oposición insiste en la opción golpista, habrá que ir pensando en prohibir
su participación en las elecciones parlamentarias. El clásico o lo tomas, en
este caso el pensamiento unidimensional del régimen, o lo dejas. Es decir, allá
tú y las consecuencias de tu rechazo. Esa es la terrible y significativa razón
del secuestro de Antonio Ledezma: no someterse a la voluntad totalitaria del
régimen ni claudicar ante la radicalización, ya sin disimulo alguno, de sus
mecanismos represivos.
Vía El Nacional
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