CARLOS
BLANCO
Ser de
izquierda (o para los efectos prácticos, ser de derecha) es vivir amarrado a un
cadáver. Tuvo sentido en otros momentos históricos, cuando el socialismo “real”
era una referencia para muchos y el anticomunismo militante, para otros.
Allende era de izquierda y Pinochet de derecha. En Venezuela la izquierda eran
el PCV, el MIR y el MEP, más algunos grupos que navegaron desde los años
sesenta a los tempranos ochenta; moderados como el MAS y la Causa R, o de
centroizquierda como AD. Esa definición ahora no es más que nostalgia.
Con el
ascenso de Chávez la izquierda llegó al poder. La simbología y el lenguaje de
comunistas y periféricos fueron adoptados por el Comandante. Al final, lo que
quedó de la parafernalia de la supuesta izquierda fue el rabioso lenguaje
antinorteamericano, estos días apaciguado por el manoseo con los representantes
del imperio, cuya presencia arranca alegrías con brinquitos de los otrora
furiosos combatientes. Chávez, al llegar al poder, al mismo tiempo que
monopolizó la izquierda la convirtió en monstruo autoritario y por esa vía la
mató como referencia.
Estos
personajes del régimen se reclaman como amigos de los pobres, enemigos de las
cúpulas podridas, antineoliberales, poseídos del frenesí populista, aliñados
con la quincalla conceptual rutinaria. Lo cierto es que cuando hubo algún
progreso social fue por los altos precios del petróleo; progresos ahora revertidos
por su descenso, la ineficacia y la corrupción. A “las cúpulas podridas” las
sustituyó una singular cúpula podrida. A la corrupción la suplantó la
megacorrupción cívico-militar aderezada con narcofiesta. Al neoliberalismo lo
reemplazó la ruina que golpea a los pobres como nunca lo hizo el FMI o “la
derecha”. Al antimperialismo lo releva el intento de romance desquiciado e
imposible con Washington.
Entre
Chávez y Maduro se apropiaron de la izquierda y en ese mismo movimiento,
convertida en poder, la liquidaron, cualquiera que haya sido su importancia y
significado. Basta ver los despojos de lo que fueron esos partidos. Lo que
queda es la ruina de un populismo paroxístico y la represión violenta, cruda y
miserable contra la disidencia.
Cuando no
hay izquierda no hay derecha. Esa taxonomía solo conviene al régimen y
reclamarse como de izquierda es hacerle guiños innecesarios y caer en el juego
de que quien disiente del régimen es de “derecha”, blanco fácil del ataque
rojo.
En
realidad la diferencia ahora está entre libertad y autoritarismo, entre
democracia y dictadura. Es en ese eje donde hay que ubicarse y escoger. Lo
demás son pamplinas.
@carlosblancog
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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