Oscar Marcano
Viniendo de quien vienen, no sorprenden los epítetos empleados contra el ex presidente del gobierno español, Felipe González. Pocos políticos en el mundo tienen la estatura moral e intelectual de este caballero que debió lidiar por la modernización de su país, en oposición al atraso secular en que lo habían sumido casi cuarenta años de dictadura del “Caudillo por la Gracias de Dios y de España”.
Fiero luchador contra la dictadura de Franco, “Isidoro”, su seudónimo en la clandestinidad, aterrizó en Madrid en los años setenta para ser primero diputado y portavoz del Partido Socialista Obrero Español, fundado por Pablo Iglesias, (no “Pablemos”, el de la coleta, sino el padre del socialismo en España y fundador de la CGT, la Central General de Trabajadores), para constituirlo en el principal movimiento de oposición, ganar las elecciones, y suceder así en el gobierno a Leopoldo Calvo Sotelo, el último presidente de la UCD.
Tras históricas polémicas, Felipe González llevó al PSOE a deslastrarse del ribete de marxista-leninista, con lo cual lo liberaba de lo que en la práctica se había constituido en una religión al revés, eximiéndolo de cargar por omisión con la defensa tácita de los crímenes y disparates económicos y sociales, infligidos por Lenin, Stalin, Mao y otros próceres de la izquierda cromañón, los cuales alfombraron de cadáveres la historia del siglo XX.
Luego de ganar la Presidencia del Gobierno de España con una rutilante mayoría de votos, venció en sucesivas elecciones y estuvo al frente del poder cuatro veces por trece años y medio. El premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez, lo acompañó en el mitin de cierre de su última campaña electoral en 1993.
Su saldo en el gobierno puede resumirse en una clara profundización de la democracia y las libertades civiles de los españoles, la masificación de la educación, la modernización del aparato productivo y la financiación de gastos sociales a través del incremento de la recaudación fiscal sobre las rentas más elevadas.
El presidente socialista francés, François Mitterrand, Willy Brandt, canciller de Alemania Occidental, y Olof Palme, el asesinado primer ministro de Suecia, le abrieron las puertas de la Internacional Socialista.
Retirado de la política partidista, González ha continuado trabajando y alertando sobre el futuro de Europa. En sus conferencias ha sido crítico del papel hegemónico que se ha atribuido Alemania sobre el resto de las naciones del continente, que algunos han denominado como el Cuarto Reich. Apelando a los líderes de la posguerra, Felipe González ha dicho que se aspiraba a una Alemania europea, no una Europa alemana.
El abogado, de 73 años, denuncia el costo del crédito para España, quien tiene que pagar 6% en sus bonos, frente a Inglaterra que, con peores números, cancela el 1%. Y recuerda que cuando estalló la crisis europea, España tenía un 37% de deuda sobre su Producto Bruto. Alemania 87%. España tenía un superávit presupuestario de 2,3 puntos del PIB. Alemania tenía un déficit de 4 puntos.
Pone el dedo en la llaga con instituciones como las bancas de inversión. Y ha citado el ejemplo de Grecia, que pasó 8 años presentando cuentas falsas a Europa para cumplir el Pacto de Estabilidad. Pero Grecia no tenía la ingeniería financiera capaz de presentar aquellos números. ¿A quién contrataba? Nada más y nada menos que a Goldman Sachs. Y el actual presidente del Banco Central Europeo, brazo ejecutor de las políticas delineadas por la Merkel, viene justo de Goldman Sachs. “¡Llamamos a quienes nos metieron en el problema, para que nos saquen de él!”, ha declarado, denunciando las condiciones impuestas por el BCE, asegurando que las exigencias están asfixiando las economías, olvidando la máxima que reza que “El que no crece no paga”.
No extraña que ahora líderes de medio pelo, algunos de ellos francamente impresentables, la emprendan contra el histórico estadista español por su arribo al país, dada su posición solidaria con la democracia y los presos políticos venezolanos, a quienes viene a asistir en los procesos legales que contra ellos ha forjado el Estado.
González recibió el premio Ortega y Gasset en nombre de un Teodoro Petkoff imposibilitado de salir del país, dado el régimen de presentación que pesa sobre sus espaldas, en otra de las incontables iniquidades del sistema judicial contra voceros y líderes opositores. En esa ocasión, declaró: “Cada vez que opina Teodoro, tiembla el régimen, porque su voz es aguda y certera en defensa de las libertades”.
González tiene cinco libros publicados: Un discurso ético (1982), El Socialismo (1997), El futuro no es lo que era (en colaboración con Juan Luis Cebrián, ex director de El País, el mejor periódico de habla hispana (2001), Memorias del futuro (2003), Mi idea de Europa (2011) y En busca de respuestas (2013). Si alguno de sus agraviantes venciera su escozor por los libros, no le vendría mal darse un paseo por esas páginas, llenas de brillantez, experiencia, visión política y modernidad.
Que cinco energúmenos pretendan enlodar su imagen con los ladridos habituales, solo engrosará el vademécum de pintoresquismo con que se maneja la política oficial en los últimos tres lustros. Aunque la mayoría psuvista de la Asamblea Nacional lo haya declarado persona non grata, su hoja de vida está ahí, y el mundo entero lo reconoce como uno de los más destacados rectores del pensamiento político de la contemporaneidad.
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