Saturday, October 31, 2015

Jon Lee Anderson: Nunca había visto un país, sin guerra, tan destruido como Venezuela

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Jon Lee Anderson lleva más de 30 años midiéndole el pulso a los conflictos bélicos sobre la faz de la Tierra. Siria, Líbano, Libia, Irak, Afganistán, Angola, Somalía, Sudán, Mali, Liberia y toda Latinoamérica han sido los escenarios de las crónicas que reúne en volúmenes; ya clásicos, comoZonas de Guerra, Guerrillas, La tumba del león, La caída de Bagdad y Che Guevara: Una Vida Revolucionaria, entre otros trabajos.
“Si la palabra es nuestra arma, nuestra misión es la búsqueda de la verdad. Y sin el periodismo, el público difícilmente conocería la verdad”, dijo al recibir el premio “Reporteros del mundo” en 2005. Maestro de los perfiles, Anderson se acerca al poder con una visión crítica que le ha permitido plasmar las complejidades de personajes tan distintos como Fidel Castro, Gabriel García Márquez, Augusto Pinochet, Charles Taylor, Iyad Allawi, Saddam Hussein y Hugo Chávez.
El fallecido mandatario venezolano ha sido uno de los personajes que perfiló en más de una ocasión. Luego de su muerte escribió en The New Yorker, en un tono casi profético: “¿Qué queda, entonces, después de Chávez? Un enorme vacío para los millones de venezolanos y otros latinoamericanos, en su mayoría pobres, que lo veían como un héroe y un mecenas (…) El sucesor ungido de Chávez, Maduro, sin duda tratará de llevar adelante la Revolución, pero los desatendidos problemas económicos y sociales están creciendo y parece probable que, en un futuro no muy lejano, toda la desesperación de Venezuela acerca de la pérdida de su líder se extenderá hasta la revolución inconclusa que dejó atrás”.
En una larga conversación durante la celebración del Hay Festival en Ciudad de México, Anderson habla sobre las negociaciones de paz en Colombia, la actual situación de Venezuela, el legado de Hugo Chávez, la transición en Cuba y los nuevos desafíos del periodismo contemporáneo.
-Ha dicho que se muestra optimista con el proceso de paz en Colombia, ¿ha tenido algún acercamiento reciente con las partes del conflicto?Soy optimista y creo en ese proceso porque he hablado, tanto con la cúpula guerrillera como con Santos y su gente. A todos los veo esperanzados con las conversaciones y pienso que ellos sí quieren la paz. Eso no pasaba en los procesos anteriores, se nota que es un momento muy especial donde todos los actores involucrados buscan el mismo objetivo. Pienso que es muy positivo y no hay nada que temer. Soy un entusiasta de ese proceso.
-Con Colombia superando ese largo conflicto interno, ¿habría repercusiones positivas en el resto de los países del continente?Eso es lo interesante del proceso de paz en Colombia. Si se llega a un final exitoso ese país se hará sentir, por primera vez, como una nación plenamente integrada al resto de la comunidad latinoamericana y eso puede ser un elemento muy positivo para la región. En general siento que está mucho más distendido el ambiente para las negociaciones. Habrá retos y problemas, obviamente, pero creo que es un momento saludable.
-Y, si vemos al otro lado de la frontera, ¿qué percepción tiene de la situación actual en Venezuela? 
No me gusta mucho observar desde la distancia, sino a partir de la experiencia. Pero veo que está fatal, hay un rumbo de impopularidad oficial, escasez, aumento de la criminalidad, la degeneración del movimiento político y todas esas denuncias constantes de corrupción son los grandes síntomas de la degradación del proceso bolivariano.
-¿Hay algún paralelismo histórico que sirva para aproximarse a la crisis venezolana?Nunca había visto a un país, sin guerra, tan destruido como Venezuela. Es una nación que se despedaza sola, es como mirar a alguien que se está serruchando el piso. El proceso nació con Chávez, con sus virtudes y flaquezas, pero él era quien sabía llevarlo mejor. Al final, en medio de su radicalismo, existía cierto pragmatismo. No creo que veríamos la desesperación de hoy en día, el mismo se pondría a pensar “coño, ¿qué estamos haciendo mal?, ahora hay escasez” y buscaría una solución. Era un hombre que sabía dar golpes de timón.
-¿Fue Hugo Chávez el último de los hombres fuertes de América Latina?Nadie habría pensado que un tipo como Chávez iba a irrumpir en la escena política de Latinoamérica en los noventa, lo hizo fuera de época. Pero en este continente no se pueden descartar las cosas así. De momento parece que Chávez pertenece a un modelo viejo, desvencijado, pero quién sabe si la historia vuelve a dar otra vuelta y surge alguien similar. Por ahora no veo otro líder con sus características mesiánicas y caudillistas.
-Chávez fue uno de los pocos personajes que ha perfilado más de una vez, ¿Cómo proyecta su legado en el futuro próximo?En realidad las reputaciones se juzgan por los legados entonces, de momento, Chávez lo tiene color de hormiga por todo el desastre que ha traído Maduro y las terribles condiciones económicas y sociales en las que ha quedado Venezuela. Pero es un legado combativo porque hay mucha gente que lo venera y sigue pensando que no fue culpa de él, sino de los otros, los verdaderos corruptos. Eso confunde mucho el panorama pero, a nivel internacional, Chávez no queda tan mal parado.
-¿Sigue poseyendo una influencia simbólica?Curiosamente sí, porque puso el dedo en la llaga en un momento en que Estados Unidos estaba en la cúspide de su impopularidad con Bush y los episodios bélicos. En ese sentido fue un tipo con una gran intuición de la oportunidad que logró restablecer una suerte de izquierda adecuada al siglo XXI en América Latina. Pero, en general, los procesos bolivarianos no han sido muy positivos, sus resultados son muy controversiales.
-Son gobiernos signados por una marcada tendencia hacia la concentración de poderes…Así es y les pasa a todos. Hasta en Evo hay un rasgo autoritario muy marcado, a todos los bolivarianos les gusta reelegirse. Hasta cierto punto creo que, por su fallecimiento, Chávez queda como el bueno de la película.  Ahora se habla más de otros personajes como Diosdado Cabello y las investigaciones que se están llevando a cabo en Estados Unidos.
-El periodismo vive una de sus grandes crisis en estos momentos, ¿Es un reto mantener los altos estándares de calidad y profundidad analítica?Toda la tecnología, esa instantaneidad, hace que todo sea más veloz y quizá con menos profundidad. Eso es una flaqueza pero, a la vez, el panorama es más democrático porque todos tenemos posibilidades de opinar y de ser oídos de una forma que antes era imposible de imaginar. Estamos en una etapa de difícil transición, un momento de calibrar, pero se ven ciertos matices como la extinción paulatina de los diarios impresos que son suplantados por los medios digitales. Vemos el eclipse de la televisión tradicional por los videos on demand y hay mucho más periodismo de opinión.
-¿Le molesta la vasta influencia que ahora tiene cierto periodismo de opinión?Es una realidad, más allá de que me moleste, y tenemos que vivir con lo que hay. Desearía que todo fuera más reflexivo pero esto es parte de un proceso que no excluye lo político, ahora tenemos presidentes tuiteros, por ejemplo. Creo que, en general, estas redes disminuyen a todo el mundo, le otorgan una cercanía y la posibilidad de contestarle a un gobernante o de hacerlo tropezar con algo, estos cambios han hecho que todos estemos a la misma altura. Hasta cierto punto eso ayuda a poner las cosas en su sitio pero, por otro lado, es una fragmentación porque todo se vuelve igual, ¿por qué un presidente va a tuitear o a filmar la entrevista que le hago? Hay un esfuerzo de todos por adueñarse del momento y la pugna eterna entre el poder y los medios cada vez es más estrecha. Es como la disminución de la historia, la banalización de todo. En general lo veo mal y hay que esforzarse para seguir haciendo cosas contundentes y de calidad.
-Siendo la cobertura de conflictos bélicos un oficio tan estresante y peligroso ¿Piensa alguna vez en el retiro?No me hago esa pregunta. Si me parece que es importante ir a una zona en guerra, la visitaré. De momento este año no he tenido ganas porque me mataron a muchos amigos en Libia y Siria, como James Foley. Eso me ha hecho sentir mal y no he querido volver a Irak o Siria, aunque no lo descarto. Fui a Libia en un momento en que nadie visitaba ese país. Este año la irrupción de Cuba en escena, me hizo interesarme por ese proceso. Me ha dado una alternativa porque es uno de mis temas, al que le he dedicado mucha energía.
-Recientemente escribió sobre los emprendedores cubanos y se respira un aire optimista en ese trabajo, ¿Cómo vislumbra la actual transición en ese país?Hay un dinamismo, una efervescencia muy interesante. Los jóvenes cubanos de este momento son una generación post política. Ellos todavía no están claros pero viven a su aire y lo que les interesa no tiene nada que ver con la política. Entonces no sé cómo va a transar la revolución con eso, pero ellos son el futuro.
-¿Cree que están dadas las condiciones para un cambio político en Cuba a corto plazo?¿Un cambio político?, no. Sí habrá cambios culturales y económicos que ya se están dando porque hay una apertura obvia. Lo que se puede vislumbrar es un futuro con la continuidad del Partido Comunista, pero sí creo que Raúl Castro dejará el poder dentro de dos años y el partido elegirá unánimemente al Segundo Secretario, Miguel Díaz-Canel, quien será el Presidente  del Consejo de Estado y, por ende, el mandatario de Cuba.
-¿Qué nuevos elementos geopolíticos entrarían en juego en una era post-castrista?Veremos al Partido Comunista con una nueva generación atada al poder, en momentos donde el gran enemigo yanqui es una especie de vecino amigable, por lo que va a ser una época interesante. Es uno de los momentos más efervescentes que he visto en Cuba y su relación con respecto al resto del hemisferio. Si la apertura cubana y sus políticas con Estados Unidos resultan en el final del embargo y el restablecimiento de las relaciones plenas será un cambio de rumbo muy positivo en la región.



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