EDUARDO
MAYOBRE.
Uno de los cuentos clásicos del barón de Munchausen es que una vez cayó
en un pantano, el cual se lo estaba tragando, y no tenía nada ni nadie que
pudiera ayudarlo. Ante tan angustiosa situación se jaló con fuerza de sus
propios cabellos hacia arriba hasta que logró levantarse y salir de la ciénaga.
Recordé esta historia mientras oía a Nicolás Maduro exponer su programa
económico. En el discurso no había nada coherente y las respuestas que proponía
eran solo expresión de deseos vehementes que subrayaba golpeando una mano
contra otra. Al igual que al barón de Munchausen le faltaba una base de apoyo.
Y de manera similar, las soluciones que asomaba eran mentira. Intentar fijar
todos los precios e inspeccionar todos los negocios equivale a jalarse por los
propios cabellos. “Arroparse más allá de donde alcanza la cobija”, tal como
dijo, no pasa de ser la ilusión de un desesperado. Inventar enemigos que le
restarían efectividad al desvarío es una trampa a sí mismo con la cual pretende
engañar a sus escuchas.
Lo anterior merece la siguiente explicación: en 1785 se publicó el libroLos
magníficos viajes y campañas del barón Munchausen. Con el tiempo se
convirtió en un clásico de la literatura universal y se ha reproducido en
múltiples versiones. En 1988, por ejemplo, se estrenó la superproducción
cinematográfica Aventuras del barón de Munchausen.
El libro está compuesto por relatos de ese noble alemán sobre sus
proezas y aventuras fantásticas. El personaje realmente existió y se hizo
famoso por la exageración que imprimía a sus cuentos. Sobre esta base un autor
alemán, Erich Raspe, construyó una narrativa en la cual la mezcla de lo
satírico y lo absurdo ha provocado las delicias de jóvenes y adultos de muchas
generaciones y ha originado historias adicionales del mismo tipo. El estilo del
barón se ha hecho tan característico que en psiquiatría se ha adoptado el
término “síndrome de Munchausen” para referirse a aquellos pacientes que fingen
sus enfermedades.
Volviendo a los anuncios económicos de Maduro, tenemos que no trató de
políticas ni de medidas. Simplemente transfirió a un “comando” de precios
justos la tarea de cumplir con los deseos del primer mandatario. Tales deseos,
como era fácil de prever, consisten en que aparezcan los productos que han
desaparecido, que lo hagan a precios accesibles aun para los más pobres, desaparezcan
las colas y se modere la indignación de la ciudadanía ante el deterioro de su
calidad de vida y las humillaciones que debe padecer.
No hubo ni atisbo de cómo lograr todo lo anterior, pero afirmó con
énfasis que esa era su voluntad. Y amenazó con que la impondría fijando
personalmente precios calculados a la tasa de cambio de 6,30 bolívares fuertes
por dólar, no obstante que a ese precio los dólares han desaparecido tanto como
el café o los remedios contra la alta tensión arterial. Los ministros y altos
funcionarios tendrían que establecer la manera de lograrlo y hacer realidad los
deseos del jefe, de la misma manera como pueden hacerlo los jueces, los
fiscales y rectores electorales. Esto es, según expresión textual, “como sea”.
Ahora son el vicepresidente y los altos funcionarios cívico-militares quienes
están jalándose sus cabellos para idear cómo se sale de la ciénaga.
En la solemne jerga de los politólogos se diría que el programa
económico es una clara muestra de “voluntarismo”. Se debe hacer efectiva la
voluntad del jefe, independientemente de la realidad y de que permanezcan en su
lugar los vientos que nos trajeron estos lodos. Algo así como reeditar la zafra
de los 10 millones de toneladas de azúcar que se intentó imponer en Cuba y
jamás se logró.
Como expresión de la
mentira y el absurdo, ese voluntarismo es digno del barón de Munchausen.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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