Alonso Moleiro
Las declaraciones del evadido Fiscal Franklin Nieves sobre el juicio a Leopoldo López son importantes porque rompieron el celofán del secreto y salieron a la luz pública. Gracias a que lo dijo, ahora nos consta. Las consideraciones sobre el momento en el cual fueron proferidas y su pertinencia pertenecen a una discusión de otro orden.
Un testimonio de primera mano que proviene de una fuente absolutamente calificada, permitió al país enterarse de eso que hace tiempo viene sospechando y denunciando, y que los dirigentes del gobierno y sus defensores niegan: las brutales presiones del aparato político del PSUV para prostituir totalmente al Poder Judicial; la completa descomposición institucional vigente en una nación que se ha convertido en el reino del absurdo y la impunidad. Las cartas marcadas de aquel polémico juicio poblado de imposturas e hipocresías.
Pero, sobre todo, quedan al descubierto de una buena vez, en blanco sobre negro, los contenidos amañados vertidos en aquella querella contra de Leopoldo López, dirigente político de la Oposición Democrática que, en la zona de litigio del juicio, fue objeto de una oscura maniobra para demonizarlo y presentarlo como un artero conspirador, responsable último de las tensiones sociales, la violencia y las distorsiones en la vida venezolana. Las mismas que él, personalmente, había venido denunciando hasta entonces.
Todos los estratos del chavismo, desde su alto mando político hasta sus defensores en la prensa, parecen haber respirado con alivio una vez que se concretara el disparate judicial que condenó a López nada menos que a 12 años de prisión.
Como están demasiado apurados en conservar sus privilegios a todo evento, han hecho un esfuerzo mediático de carácter millonario para invertir el eje de responsabilidades en la crisis venezolana de 2014; silenciar a los factores críticos y diluir las fundamentadas sospechas de corrupción y podredumbre que nos hicieron llegar a la situación actual. Un marco general que, en todos los órdenes, ya es radicalmente distinto a la de un año tan cercano como 2012.
Nadie deberá olvidar jamás que los hechos de violencia del año pasado se concretaron en una nación con un desabastecimiento crónico de medicamentos, alimentos, repuestos y servicios; con sus estudiantes en el exterior varados, ante la ausencia de divisas; en medio de un estado general de violencia delincuencial irrespirable. Todos los economistas de Venezuela alertaron al gobierno sobre las consecuencias de sus decisiones. Miraflores ha querido imponerlas, a sabiendas de sus resultados, sin importar la opinión de nadie, y ahora no quiere correr con sus consecuencias.
Luego de aquellas tormentas, los dirigentes chavistas han trabajado duro para consolidar un estado de opinión hermético y alcahuete. El Banco Central de Venezuela esconde las cifras de la economía; los niveles de escasez tocan la cota del estado de necesidad. Nicolás Maduro y sus compañeros no quieren que nadie sepa cómo el futuro de los venezolanos se fue por el albañal del control de cambios. Las cuentas fiscales de la nación, saqueadas por la corrupción irresponsable, estén peor que las de Grecia y Ucrania.
Peor aún: mientras López ha sido confinado a calabozos de castigo –los temidos “tigritos”– no hay presos por la corrupción en Cadivi; no hay consecuencias luego de lo denunciado en Andorra; poco se sabe del desfalco del Fondo Chino y los miembros del gobierno tienen metidos a todos sus familiares en cargos fértiles para desarrollar negocios personales. Ya lo sabemos: el chavismo es socialista en público, pero capitalista en privado. Los presos comunes, entretanto, con el permiso del ministerio correspondiente, organizan fiestas con discotecas y salas de juego.
En esa vergüenza está convertida Venezuela, hoy, a poco más de un mes de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015, mientras Leopoldo López cursa una condena de 12 años de prisión.
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