(II)
PEDRO
A. PALMA.
Nos
preguntábamos en el artículo anterior si a Venezuela le conviene o no dolarizar
su economía. Para responder esa interrogante hay que tener presente, entre
muchas cosas, su alta dependencia del ingreso petrolero, su escasa
diversificación productiva y exportadora, y sus graves problemas de
desequilibrios macroeconómicos, altísima y creciente inflación, recesión,
escasez, bajas reservas externas, empobrecimiento, alta dependencia del
suministro externo, deterioro laboral y menor calidad de vida, calamidades que
se han agravado por el reciente desplome de los precios petroleros.
Por ello,
la primera prioridad que hoy existe es la implementación de un complejo plan de
ajuste orientado a afrontar esas adversidades con el fin de sanear la economía,
plan que tendrá que incluir, entre muchas otras cosas, una profunda corrección
cambiaria. Ese ajuste, inevitablemente, acarreará grandes sacrificios, pero su
implementación será una necesidad para poner la casa en orden, condición de
base para poder enrumbar al país en la senda del desarrollo sustentable. Ese
nuevo rumbo debe buscar, entre sus objetivos básicos, la mejora en la calidad
de vida y la inclusión social, para lo cual es necesario preservar los
equilibrios macroeconómicos, reducir la dependencia de la renta petrolera, y
diversificar la economía. Eso, a su vez, exige la reinstitucionalización del
país, la preservación del Estado de Derecho, la división e independencia de los
poderes públicos, la existencia de reglas de juego claras, creíbles y
sustentables, y el manejo responsable de la cosa pública.
De
implantarse la dolarización, después del impactante ajuste de precios causado
por la devaluación inicial implícita en la conversión monetaria, en los años
subsiguientes la inflación cedería notoriamente, pero muy probablemente se
mantendría por encima del promedio global y de la del mundo industrializado, lo
cual minaría la competitividad de las industrias locales, dificultando la
diversificación productiva y de exportaciones, al no poder utilizarse el
mecanismo cambiario con el fin de coadyuvar a mantener aquella competitividad.
Igualmente,
la vulnerabilidad de la economía a bajos precios petroleros, o a sus caídas
abruptas, sería mucho mayor en un esquema de dolarización, al no existir la
posibilidad de implementar medidas cambiarias y monetarias que mitiguen los
efectos de aquella adversidad petrolera. Las menores exportaciones generarían
una estrechez de liquidez, mayores tasas de interés y reducción de los ingresos
del sector público, generando o agravando desequilibrios fiscales, monetarios y
financieros, así como efectos recesivos en la economía. Ante la imposibilidad
de aplicar correctivos monetarios y cambiarios, y no contarse con abundantes
fondos de estabilización previamente acumulados, las autoridades seguramente
optarían por la expansión del gasto público deficitario y la busca de financiamiento
externo, y eventualmente por la emisión de obligaciones a ser adquiridas
conminatoriamente por los bancos con sus fondos de reserva. Ello, combinado con
la pérdida de depósitos debido a la fuga de capitales producida por el
deterioro de las expectativas, y con el aumento de la morosidad de la cartera
de créditos debido a las mayores tasas de interés, podría poner a la banca en
una situación muy difícil, máxime si esta no puede acceder al auxilio
financiero del banco central.
Como se
ve, las rigideces generadas por la dolarización podrían obstaculizar el logro
de la diversificación económica, la disminución del rentismo petrolero y el
desarrollo sustentable. Por ello creo que una vía mucho más conveniente y
efectiva es la que ha sido seguida por otros países de la región, que han
abatido severos problemas inflacionarios, han saneado sus economías y están en
mejores condiciones de afrontar las adversidades externas, sin caer en las
rigideces de la dolarización, de la cual es muy difícil o casi imposible salir,
una vez que esta se adopta.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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