Editorial El Nacional
Mientras ayer el joven periodista Alex Vásquez, de la agencia internacional francesa AFP, reportaba que Caracas, la tantas veces denominada capital del cielo, se había convertido en la ciudad de la desolación y el miedo porque el hampa reinaba en cada calle y en cada noche, en cada pequeño restaurante o en algún ensombrecido callejón intransitable para alguien que no haya sido compañero de entrenamiento de Rambo, los medios de comunicación iban acumulando rutinariamente los homicidios que suelen acompañar estos días de fiestas y de luto popular.
Relataba Alex Vásquez que una familia había desafiado la suerte y se lanzaron a las manos inseguras del destino tras las ganas de compartir un par de cervezas y unas pizzas, algo por lo demás rutinario y seguro para un grupo de clase media hace años atrás, valga decir, cuando el malandraje oficialista no había terminado de completar su hermandad con el hampa común, tal como ocurre ahora.
Cuenta Vásquez, en un detalle más propio del viejo Hemingway que de un azaroso joven reportero, que “la pizza se quedó fría en la mesa”. Tan fría como el hombre que sabía que esa misma tarde una persona lo buscaba para matarlo y que no fallaría. Lo cierto es que la pareja corrió fuera del restaurante luego de que dos hombres armados sometieran y robaran a todos a su alrededor. “Uno entró con una capucha y empezó a forcejear con otro de la mesa de al lado, donde le cantaban cumpleaños a un niño. Pensé que bromeaban hasta que vi la pistola. El otro malandro robaba a otras personas en la entrada. Lo hicieron con cada mesa”, relató el testigo a la AFP.
Ahora bien, deberíamos insistir como exigentes ciudadanos que somos hasta cuándo vamos a permitir que esta ciudad que antes era al menos tolerable en su vida social y nocturna, se haya convertido en una suerte de Coliseo romano donde cada quien debe defenderse según sus fuerzas y sus artimañas de lucha. Se nota a leguas que el Estado no sólo no cuenta sino que simplemente “no le importa ni se da cuenta”.
La razón es tanto más sencilla como tan mayor se dimensiona como dolorosa, pérfida y corrupta. Como la ciudad de Chicago durante los años de la prohibición, en los cuales reinaba Al Capone y sus compinches, aquí en Caracas no sólo reina el hampa, el vicio y la prostitución, sino que sus actividades están subterráneamente imbricadas con los altos mandos de la nación, de una manera tal que resulta en extremo difícil discernir dónde comienza el dominio de uno y hasta dónde se corren o se encogen los límites del hampa.
Suele ocurrir que en la confusión de las zonas de dominio se enfrenten unos y otros, pero lo que sí está claro es que nunca llegarán a destruirse porque sus intereses son íntimos y precisos, a tal punto de que la ciudad es un territorio conquistado por la fuerza para usufructo del poder militar y civil.
De otra manera no se explica que se respeten tanto, que no sean blancos de la represión ni sean tocados por los grandes operativos que el alto mando civil y militar planifica para calmar y anestesiar la angustia de la población. Son ellos mismos que, como niños que juegan al escondido, se divierten a costa de nuestras propias vidas.
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