Thursday, February 2, 2017

Paul Krugman: Con el debido irrespeto señor Trump

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Paul Krugman
El País
Enero 17, 2017

http://www.nytimes.com/es/2017/01/17/con-el-debidoirrespeto/?
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n=opinion&region=stream&module=stream_unit&version=latest&contentPlacement=7&p
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Cuando era joven, el congresista John Lewis, quien representa a casi
todo Atlanta, puso su vida en riesgo en búsqueda de la justicia. Como
un líder en la lucha por los derechos civiles, recibió varias golpizas. Y,
en uno de sus momentos más famosos, encabezó la demostración que
llegó a ser conocida como el Domingo Sangriento, en la que sufrió una
fractura de cráneo a manos de policías estatales en Alabama. La
indignación pública que surgió tras la violencia de ese día de 1965
ayudó a que fuera adoptada la Ley de Derecho al Voto (Voting Rights
Act).
Ahora, Lewis dice que no acudirá a la toma de posesión de Donald
Trump, a quien considera un presidente ilegítimo.
Como era de esperarse, tal declaración provocó una reacción histérica y
difamatoria por parte del presidente electo, quien, por supuesto, tuvo
su inicio en la política cuestionando falsa y repetidamente el derecho a
estar en el cargo del presidente Obama. Pero Trump, quien nunca ha
sacrificado nada ni tomado riesgo alguno para ayudar a otros, parece
tener una animosidad especial hacia los verdaderos héroes. Quizá
prefiere a los manifestantes que no son golpeados.
Pero esto no se trata de los desvaríos de Trump. En vez, hay que
preguntarnos si Lewis estuvo en lo correcto. Moral y políticamente:
¿está bien declarar que el hombre que está a punto de mudarse a la
Casa Blanca no es legítimo?
Sí, claro. De hecho, es un acto patriota.
Bajo cualquier estándar razonable, la elección de 2016 estuvo
manchada. No solo por los efectos de la intervención rusa a favor de
Trump; Hillary Clinton muy probablemente habría ganado si el FBI no
hubiera dado la impresión falsa de que había nueva información
dañina sobre ella, a pocos días de la votación. Fue una infracción
grotesca y deslegitimizadora, en particular en contraste con el rechazo
de la agencia de discutir la conexión rusa.
¿Había más ahí? ¿La campaña de Trump se coordinó activamente con
una potencia extranjera? ¿Hubo una camarilla dentro del FBI que, de
manera deliberada, llevó a cabo las investigaciones lentamente sobre
esa posibilidad? ¿Aquellos rumores escabrosos sobre las actividades de
Trump en Moscú son verdad? No hay cómo saber, aunque la extraña
adulación de Trump hacia Vladimir Putin hace que las acusaciones
sean difíciles de ignorar.
Incluso sin tener respuestas concretas a esas interrogantes, podemos
decir que ningún presidente electo estadounidense ha sido menos
meritorio del cargo. Entonces ¿por qué no cuestionar su legitimidad?
Hablar de manera franca sobre cómo Trump llegó al poder no es solo
decir la verdad. También es una manera con la que se podría limitar ese
poder.
Sería muy distinto si el comandante en jefe diera señas de humildad o
indicios de que se ha dado cuenta de que cumplir su responsabilidad
hacia la nación requiere mostrar respeto hacia la importante mayoría
de los estadounidenses que votó en contra de él, aun a pesar de la
intromisión rusa y la desinformación del FBI. Pero no lo hecho ni lo
hará.
En cambio, está atacando y amenazando a cualquiera que lo critique,
mientras se rehúsa a reconocer que perdió el voto popular. Y está
rodeándose de gente que comparte su desprecio hacia todo lo que es
bueno en Estados Unidos. Lo que estamos viendo, obviamente, es una
kakistocracia: el gobierno de los peores.
¿Qué podría restringirlos? El congreso todavía tiene bastante poder en
su arsenal para tirar de las riendas al presidente. Y sería bueno
imaginarnos que hay suficientes legisladores atenidos al pueblo que
pueden desempeñar ese papel. En particular, tres senadores
republicanos que sí tengan conciencia podrían hacer mucho para
proteger los valores estadounidenses.
Pero es más probable que el congreso desafíe a un ejecutivo
seudoautoritario y canalla si los integrantes del cuerpo legislativo se
dan cuenta de que ser meros facilitadores conlleva un costo político.
Lo que eso significa es que Trump no debe ser tratado con deferencia
simplemente por la posición que logró incautar. No debe permitirse
que use la Casa Blanca como el trono de alguien abusivo. No debe
poder esconderse detrás de lo majestuoso que es el cargo. Dado lo que
sabemos del carácter de este hombre, queda claro que otorgarle un
respeto inmerecido solo lo empoderará para que se comporte mal.
Y recordarle a la gente cómo llegó a donde está es una herramienta
importante para prevenir que se haga de ese respeto que no merece.
Recuerden, decir que la elección estuvo manchada no es una teoría
conspirativa: es la verdad simple y llana.
Ahora, van a acusar a cualquiera que cuestione la legitimidad de Trump
de no ser patriótico. Porque eso es lo que la gente en la derecha siempre
dice sobre cualquiera que critique a un presidente republicano.
(Curiosamente, no sucede lo mismo cuando hay ataques contra los
presidentes demócratas). Pero el patriotismo significa defender los
valores de tu país, no prometer lealtad a un Querido Líder.
No, no debe volverse un hábito el deslegitimar resultados electorales
que no nos gustan. Pero esta ocasión es excepcional y merece que le
demos el tratamiento apropiado.
Así que agradezcamos que John Lewis tuviera el coraje de
pronunciarse. Fue algo patriótico y heroico. Y Estados Unidos necesita
ese heroísmo ahora más que nunca.

Paul Krugman (Albany, 1953). Economista (Universidad
Yale, 1974), Ph.D. en Economía ( Massachusetts Institute of
Technology [MIT] 1977). Fue profesor de Yale, MIT, London School of
Economics y Stanford, antes de pertenecer al claustro de la Universidad de
Princeton, desde el 2000 en las cátedras de Economía y Asuntos Internacionales
en la Universidad de Princeton. Desde 2000 escribe una columna en el periódico
New York Times que semanalmente reproduce El País. Ha escrito más de 200
artículos y 21 libros -alguno de ellos académicos, y otros de divulgación-. Su
Economía Internacional: La teoría y política es un libro de texto estándar en la
economía internacional. En 1991 la American Economic Association le concedió la
medalla John Bates Clark. Ganó el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias
Sociales en el año 2004 y el Premio Nobel de Economía en 2008. De 1982 a 1983,
fue parte del Consejo de Asesores Económicos (Council of Economic Advisers) de la
administración de Reagan. Cuando Bill Clinton alcanzó la presidencia de EE.UU.
en 1992, se esperaba que se le diera un puesto en el gobierno, pero ese puesto se le
otorgó a Laura Tyson. Esta circunstancia le permitió dedicarse al periodismo
para amplias audiencias, primero para Fortune y Slate, más tarde para The
Harvard Business Review, Foreign Policy, The Economist, Harper y Washington
Monthly. Sus críticos cuestionan su papel como miembro del panel de asesores de
Enron durante 1999, antes de los escándalos de la empresa en 2002. Krugman es
probablemente mejor conocido por el público como fuerte crítico de las políticas
económicas y generales de la administración de George W. Bush, que ha
presentado en su columna. Ha sabido entender lo mucho que la economía tiene de
política o, lo que es lo mismo, los intereses y las fuerzas que se mueven en el
trasfondo de la disciplina; el mérito de Krugman radica en desenmascarar las
falacias económicas que se esconden tras ciertos intereses. Se ha preocupado por
replantear modelos matemáticos para resolver el problema de dónde ocurre la
actividad económica y por qué.
En 2012 publicó “Acabad ya con esta crisis”, en el cual analiza las causas de la
actual crisis económica, los motivos que conducen al sufrimiento de la población,
sus consecuencias y la forma de salir de ella, recuperando los puestos de trabajo y
los derechos sociales amenazados por los recortes, se explican con una claridad y
sencillez que cualquiera puede, y debería, entender.“Naciones ricas en recursos,
talento y conocimientos –los ingredientes necesarios para alcanzar la prosperidad
y un nivel de vida decente para todos- se encuentran en un estado de intenso
sufrimiento”. ¿Cómo llegamos a esta situación? Y, sobre todo ¿cómo podemos salir
de ella? Krugman plantea estas cuestiones con su habitual lucidez y ofrece la
evidencia de que una pronta recuperación es posible, si los dirigentes tienen “la
claridad intelectual y la voluntad política” de acabar ya con esta crisis.

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