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La incapacidad de los presidentes para cumplir con lo que prometen es lo normal
y Trump tendrá una dosis alta de promesas incumplidas
Moisés Naím El País Enero 22, 2017
http://internacional.elpais.com/internacional/2017/01/20/actualidad/1484927254_573181.htmll
En 2007, el candidato presidencial Barack Obama prometió que una de sus primeras medidas sería clausurar la prisión en la base militar de EE UU en Guantánamo, Cuba. Ya como presidente lo intentó varias veces y de diversas maneras. Ninguna funcionó. Después de ocho años de mandato, Obama deja la Casa Blanca y la prisión sigue allí. Donald Trump tendrá muchas frustraciones como la de Barack Obama con Guantánamo. De hecho, en el mundo de hoy eso es lo normal. Los presidentes, aun en los países más autoritarios, confrontan más limitaciones que nunca para hacer todo lo que quieren. Se podría llamar el síndrome de Guantánamo.
Si bien la incapacidad de los presidentes para cumplir con lo que prometen es lo normal, Trump tendrá una dosis anormalmente alta de promesas incumplidas y deseos insatisfechos. Esto es paradójico, ya que este nuevo presidente va a contar con el apoyo de un Congreso dominado por su partido y una Corte Suprema inclinada a su favor. Pero esto no será suficiente para compensar las otras fuerzas que van a limitar su capacidad para llevar a cabo lo que ha prometido. Extraditar a millones de inmigrantes indocumentados, vetar la entrada de musulmanes al país, reemplazar por completo la reforma sanitaria impulsada por Obama, obligar a México a pagar por el muro que él pretende construir en la frontera entre los dos países o autorizar el uso de la tortura son algunas de las promesas que Trump no podrá cumplir. Los obstáculos políticos, las restricciones fiscales, los límites impuestos por la economía y la política mundial, la inexperiencia y el estilo personal del presidente y, sobre todo, los tribunales serán la fuente de muchas frustraciones para la Administración que se acaba de estrenar en Washington.
Trump descubrirá, por ejemplo, que algunas de sus iniciativas no
cuentan con la simpatía de sus partidarios en el Congreso. Los senadores
y congresistas republicanos no son un bloque monolítico, y su apoyo al
presidente no es automático ni está garantizado. Muchos líderes
republicanos, por ejemplo, no comparten la sospechosa afinidad de su
nuevo presidente con Putin y quieren una línea dura hacia Rusia.
Recientemente, en el Senado, Marco Rubio presionó a Rex Tillerson, el
candidato a secretario de Estado, para que reconociera públicamente
que el líder ruso es un criminal de guerra.
Trump también descubrirá que el Congreso no le va a aprobar todo el
dinero que sus costosos planes requieren. Además, el presidente quiere
rebajar los impuestos, lo que hará que la brecha entre ingresos y gastos
del Gobierno crezca significativamente. El déficit fiscal será una espinosa
fuente de fricciones entre Trump y sus compañeros de partido, que
tienen posiciones mucho más conservadoras con respecto al gasto
público. El mundo tampoco le va a poner las cosas fáciles. No solo hay
tratados y alianzas internacionales de los cuales EE UU no podrá zafarse
fácilmente, sino que además las posiciones más radicales de Trump
provocarán reacciones de otros países que limitarán las opciones de la
Casa Blanca. Sus políticas también pueden tener efectos inesperados que
harán difícil su implementación.
México es un buen ejemplo. Durante el Gobierno de Obama, el
número de mexicanos que viven ilegalmente en EE UU se redujo en un
millón con respecto al máximo que alcanzó durante la Administración
de George W Bush. Pese a ello, Trump planea construir un muro de
3.000 kilómetros a un costo estimado en 25.000 millones de dólares.
Pero al mismo tiempo que propone el muro, también propone medidas
que van a hacer que más mexicanos busquen la manera de llegar a
Estados Unidos como sea. Aun antes de tomar posesión, Trump ha
creado un ambiente que ya ha debilitado la economía mexicana (el
peso se ha devaluado y varias empresas han cancelado sus inversiones).
Una economía débil crea menos empleos y peores salarios, lo cual
estimula la emigración hacia el norte; una inmigración que el muro no
impedirá. A Europa no la separa de África un muro sino un mar y ni siquiera eso detiene a inmigrantes decididos a llegar al viejo continente. No importa. El milmillonario Wilbur Ross, nuevo secretario de Comercio ha declarado que renegociar el acuerdo de libre comercio con México y Canadá es una prioridad para la Administración Trump.
Pero las batallas más frecuentes y duras Trump no las tendrá en el Congreso o en la arena internacional, sino en los tribunales. Trump adoptará muchas políticas y tomará decisiones que son legalmente vulnerables. Varias de sus promesas violan la Constitución o leyes estadounidenses. Grupos de oposición y organizaciones no gubernamentales que se ocupan de la protección de los derechos civiles, de la defensa de los derechos humanos, del medioambiente, la libertad de prensa o que luchan por los derechos de las mujeres o los inmigrantes se están preparando para confrontar en los tribunales las iniciativas de Trump. Gobiernos estatales como el de California ya han tomado medidas destinadas a contrarrestar algunas de las iniciativas que promete Washington. Es indudable que Donald Trump tendrá mucho poder. Pero es igualmente indudable que será sorprendido por el síndrome de Guantánamo.
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Moisés Naím (Caracas, 1952). Es licenciado en Ciencias Económicas, con máster y doctorado por el Instituto de Tecnología de Massachussets. Ha sido profesor en la Johns Hopkins School for Advanced and Internacional Estudies y en el Instituto de Estudios Superiores de Administración en Caracas. Entre otros cargos, ha sido director ejecutivo del Banco Mundial y ministro de Comercio e Industria de su país. Colabora en diversos periódicos como Washington Post, Los Ángeles Times, New York Times, Newsweek y con una columna semanal en El País. Fue director de la edición estadounidense de Foreign Policy, que circula en 160 países y se publica en siete idiomas, desde 1996 hasta 2010. Investigador del Carnegie Endowment for International Peace (Washington, D.C.). Su obra se compone de libros de economía y política internacional, entre los que destacan:
Venezuela, una ilusión de armonía, con Ramón Piñango; Tigres de papel y minotauros: La política de reforma económica en Venezuela (1993); Lecciones de la experiencia venezolana, con Louis Goodman, Johanna Mendelson, Joseph Tulchin y Gary Bland (1994); La política de competencia, desregulación y la modernización en América Latina, con Joseph Tulchin (1999), Estados Alterados: Globalización, Soberanía y Gobierno (2000), Ilícitos (2006). En abril de 2011 recibió el Premio Ortega y Gasset por la más destacada trayectoria profesional y también “su enorme capacidad de análisis que lo convierten en una referencia imprescindible en lengua española". En 2014 publicó “El fin del poder”.
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