El día del show, los Menudos y yo esperábamos en el camerino. Por casualidad me senté al lado de uno de los integrantes, quien con el transcurrir de los años se haría muy famoso: Ricky Martin. Él y sus compañeros tenían la adrenalina a millón y en son de burla, para ponerme nervioso, Ricky me advirtió que el público siempre abuchea a los presentadores. Mientras, un ejército de quinceañeras enloquecidas golpeaban la puerta con tanta violencia que lograron abrirla. Al borde de la histeria, las jovencitas entregaron sus libretas de autógrafos a los muchachos. Ricky Martin firmó una y luego me la pasó. El grupo de carricitas, totalmente trastornadas, gritaron:
—¡A él no…! ¡A él no…! que las echa a perder…
Los Menudos me dieron una lección de ubicación: es mejor trabajar con gente mayor que con menudos.
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