Llegamos a la ciudad de la luz brillante y las aceras de piedras blancas, incrustadas en la arena, una mañana de primavera. Íbamos a probar pasteles de Belem cerca del monasterio de Los Jerónimos, a ver la tumba de Camoens y el puerto desde donde zarparon los portugueses a descubrir medio mundo, bajo la invocación de la torre legendaria. Estirpe de navegantes que se adentran en lontananza y vuelven, siempre vuelven.
Qué atmósfera hay en Lisboa y qué tono tan dulce el de los lisboetas, con sus fados que consienten la melancolía del que se fue y del que se quedó, con sus modales silenciosos y su eficiente determinación. Ciudad para comer bacalao, beber vinos blancos y caminar por el bulevar hasta llegar al extraño ascensor que salva un zanjón, y nos lleva a las calles de Pessoa, trama urbana de la que este poeta-dramaturgo de mil caras, jamás salió. Bardo del que se imantó nuestro Eugenio Montejo, quien también vivió allá siguiéndole el rastro al poeta múltiple, y siguió el caleidoscopio de los heterónimos. Ciudad bi acuática: fluvial y marina; de entrada y de salida, puerta giratoria. Enclave de marinos, poetas, futbolistas, y mujeres que cantan como diosas que han visto la felicidad.....
EN: https://prodavinci.com/un-paseo-por-portugal/
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