EL NACIONAL -
domingo 12 de enero de 2014
EDITORIALLa felicidad perdida Un país para querer
Con
frecuencia escuchamos a gente afirmar que todo tiempo pasado fue mejor, sin
estar consciente de que hace alusión a un verso de Jorge Manrique y sin saber a
ciencia cierta dónde radica la superioridad de lo pretérito. Tal vez se trate
de añoranza, quizá, como sostiene Ernesto Sábato, de haber olvidado las cosas
malas que sucedieron, pero de algo debemos estar seguros: si ocurrieron buenas
cosas o si fuimos felices, difícilmente sepultaremos el pasado en el olvido,
sobre todo si vivimos un presente de pesadilla y sin certeza de futuro.
En
manos de los facinerosos y advenedizos que, improvisando una revolución sobre
la marcha, se apoderaron del país con la promesa de un edén socialista para
poblarlo con el hombre nuevo -y la mujer nueva, suponemos- se eliminó de los
textos escolares todo referencia a lo constructivo y progresista que aportó la
civilidad democrática a una forma de convivencia, gracias a la cual los
golpistas de talante autoritario, y oportunistas y aventureros de diversa
catadura pudieron acceder al poder sobre la premisa de que el futuro lo podían
inventar ellos.
Lo cierto es que tras quince años de padecer el experimento
bolivariano, los venezolano estamos comenzando a mirar atrás para caer en
cuenta que, como dicen algunos con dejo de irónica autocrítica, éramos felices
y no lo sabíamos. Es verdad que se vivieron tiempos difíciles en las cuatro
décadas de gobiernos democráticos, plagado de defectos, pero con algunas
notables virtudes, entre otras cosa, porque quienes hoy detentan el poder,
intentaron deponerlos mediante la violencia.
Sin embargo, con regímenes
articulados por la continuidad administrativa, la nación desarrolló sólidas
instituciones, avanzó en materia de soberanía de sus recursos naturales,
desarrolló y masificó la educación de forma superlativa y sentó las bases para
la creación de un estado moderno y descentralizado en busca de la
perfectibilidad democrática.
No abogamos en estas líneas por una nostálgica
vuelta al pasado. Sería una imbecilidad de parte nuestra, pero sí que queremos
invitar a nuestros lectores, a colocar en una balanza sus recuerdos pasados y
sus vivencias actuales. Cómo era salir de compras, ir al cine, viajar a
Margarita o al exterior, subir al Ávila, bajar a la playa o asistir a fiestas
sin tener que estar preocupados por contingencias no más grave que el pinchazo
de un caucho.
Pensemos cómo ahora esas actividades se dificultan en extremo
porque las tiendas están desabastecidas, los cines han sido confinados a los
centros comerciales, los aeropuertos son un desastre, las divisas están
controladas, las autopistas son ferias de huecos y, por donde quiera que nos
movamos lo hacemos con la espada de Damocles del hampa pendiendo sobre nuestras
cabezas.
No estamos glorificando lo que fue y lo que vivimos, pero sí
deseamos que Venezuela vuelva a ser un país para querer y no un cuartel lleno
de ladrones y enemigos.
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