Sunday, January 12, 2014

Mónica Spear

En: Recibido por email

Milagros Socorro

La noche de este martes 7 las calles del este de Caracas, por donde transité poco después de la caída del sol, estaban vacías. Oscuras y vacías. Parecía que hubiera caído una lluvia de plomo y los caraqueños se hubieran escondido en los sótanos del valle.
La imaginación del país estaba secuestrada por los minutos finales de una muchacha que en 2004 había desfilado por una pasarela internacional llevando en el pecho el nombre de Venezuela. Entre suspiros y frases entrecortadas para expresar el horror, la ominosa convicción de que un día también nos tocará, que estamos en lista de espera… entre balbuceos, decía, desviamos la mirada y callamos porque estamos raptados por imágenes horribles de lo que pudieron ser esos momentos en la autopista que conduce a Valencia. Cuál sería el pavor de esos muchachos, qué funestas las sombras de la noche, cuán feroces las caras de los criminales, qué abyecta su mirada, qué tembloroso el llanto de la criatura, cuál el temor de una bella muchacha asediada por hienas, cuánta la desesperación de ese hombre en su deseo de proteger a su familia…
Lo que ocurrió con la familia Berry Spear pasó 24.700 veces el año pasado en todo el territorio nacional, según cifras del Observatorio Venezolano de Violencia, que así redondea el número de muertes violentas en nuestro país. Pero pocos crímenes han sacudido al país con el impacto de este.
Se explica, desde luego, porque una de las víctimas es una figura pública y, además, profundamente popular. Se cruzan en ella dos atributos que han hallado residencia en el corazón nacional: la muchacha que ofrece su belleza a la contemplación del país al que representa en el extranjero como una potencia de la gracia; y la actriz de telenovela, el gran entretenimiento de nuestros países.
A esta víctima la conocemos. No cayó en un ajuste de cuentas. No se lo buscó. No andaba en quizás qué andanzas. No puede ser tragada por el monstruo de los números sin rostro. Sus facciones, conocidas y queridas, nos impiden mirar a otro lado. Nos reclaman desde su sonrisa encantadora, desde su juventud malograda por mano criminal.
La sangre de Mónica Spear se ha regado sobre el mapa de la destrucción de las instituciones, lo ha coloreado mostrándonos su perfil y sus dimensiones. Ahora tenemos ante nuestros ojos la prueba de que no se puede estar 15 años demoliendo las instituciones y esperar que no pase nada. Ha pasado. Está pasando. Y lo paga la sociedad al precio más alto que quepa imaginar: nos están matando, están masacrando a nuestros jóvenes y no lo podemos impedir porque los mecanismos previstos para ello fueron desmantelados sistemáticamente.
Se ha justificado la acción criminal al tiempo que se decretaba un nuevo blanco de la represión: el hampa campea por sus fueros mientras se persigue a la disidencia democrática. Se intervinieron las policías regionales y municipales para quitarles competencias, armamento y, en suma, capacidad de respuesta ante la criminalidad creciente. Se diseminó el odio por todos los medios posibles. Se mostró al presidente de la República golpeándose el puño en señal de atropello al otro, de “arrasarlo y convertirlo en polvo cósmico”. Se entregaron las cárceles al arbitrio de los “pranes”, quienes se han convertido en barones del secuestro, la extorsión y el asesinato. Se pervirtió el poder judiciaoll dejándolo en manos de bandas de enanos morales y francos bandidos. Se desnaturalizó la Fiscalía convirtiéndola en un aparato represor de la disidencia.
En suma, las instituciones fueron desguazadas y alrededor de los pedazos se convocaron fiestas y vítores. Ahora vemos las consecuencias. Y el país lo está viendo con toda claridad (lo que implica que está reconociendo su responsabilidad individual en esta quiebra colectiva).
El martirio de Mónica nos echa en cara, también, la impunidad que corroe a Venezuela. Ante el escándalo del homicidio de la reina de belleza, la policía local ha superado a las más avezadas del mundo al capturar en tiempo récord a sus verdugos. Es evidente que ellos siempre han sabido dónde están las guaridas de los delincuentes, saben quiénes son y dónde se esconden. Saben por dónde pululan y con qué armas nos masacran.
Ha ocurrido mucho, seguirá ocurriendo, con Mónica se pasaron de la raya. Y el 4 de febrero los veremos celebrando un delito.

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