Por Juan Carlos
Zapata.-
Thomas Piketty fue el que acuñó la tesis de que la desigualdad
se ha ensanchado en el siglo XXI. Ya es vieja la polémica sobre su
libro Capitalismo en el siglo XXI.
Pero tal discusión no ha llegado a Venezuela. No con la fuerza
necesaria. Más si desde el chavismo se han decretado determinantes
consignas como el fin de la pobreza extrema, o como que –Giordani lo
dijo- de que solo en la necesidad y la estrechez se consolidan las
revoluciones. O la del ministro Héctor Rodríguez afirmando de que para
qué se va a sacar a la gente de la pobreza si luego ello va a provocar
que dejen de ser chavistas. Una cosa son los mecanismos del capital –que
es a lo que se refiere el autor francés- y otra es decretar la
desigualdad como esquema de poder. Bueno, Cuba es el mejor de ejemplo. Y
es el Mar de la Felicidad –Chávez lo dijo- el que copia el chavismo.
Con el chavismo, es
cierto, apareció una clase media conformada por gente de los barrios
pobres que tuvo acceso a ingresos, a consumo, y a conexiones laborales
con el Estado, con el gobierno, con el partido de gobierno. Gente a la
que, también es verdad, alcanzó un porcentaje de la renta petrolera y
aprovechó algunos mecanismos del cadivismo. También es una realidad
inocultable que otra clase media, la excluida, la que no se declara
chavista ni mucho menos, se ha empobrecido, y otra más, la profesional,
se ha ido del país. De modo que si esos cientos de miles fugados del
país –gran parte profesionales y emprendedores- vivieran en Venezuela,
el drama de la clase media empobrecida sería peor.
Lo anterior no traduce
automáticamente en que la clase media que apareció y la otra que ya
existía constituyan una sociedad más igualitaria, pues resulta que
ambas, la anterior y la nueva clase media, se están empobreciendo. A
ambas las está afectando la crisis: inflación, escasez, pésimos
servicios, mala calidad de educación y salud, inseguridad, y pocas
perspectivas de futuro. De paso, tienen que declarar impuestos. No
digamos lo que sufren los más pobres. En conjunto, hay más desigualdad.
Y no se trata de una consigna: es que a 15 años de revolución no solo
es que no se ha acabado la pobreza sino que también repunta nuevamente
y, aquí viene la paradoja, en cambio y por el contrario, hay más ricos.
Mucho más ricos.
Lo que pasa es que el
chavismo es hipócrita. El poder autoritario lo es. Los dirigentes se
esconden y esconden lo que poseen. Sus sitios de residencias se
transforman en cotos a los que tienen acceso solo algunos familiares,
compañeros de partido o socios en los negocios. Con lo que no contaban
es que el dinero tiene su propia dinámica. Su propia ruta. Y genera una
suerte de actores necesarios –tantos- que de alguna manera sale a flote.
Es imposible esconderlo. Estalla un caso como el de Stanford Bank, y
aparecen señales. De repente Chávez se percata de que la boliburguesía
perjudica su discurso político, la ataca y la destruye, y emergen de la
nada cifras, fortunas. De pronto revientan discrepancias internas, y
unos poderosos hablan de otros, aportando más números. O por la torpeza
de un maletín con unos miles de dólares detectados en el aeropuerto de
Buenos Aires, se desarrolla todo un entramado. O cae el Banco Espirito
Santo, y los amos del dinero se estremecen en Caracas. A unos burgueses
tradicionales no les cae bien que unos muchachos hagan dinero de la
noche a la mañana y descubren la macolla de contratos multimillonarios.
Uno de los más conectados se descubre solito, regalando relojes y
viviendo como jeque árabe. Si continuamos, podemos hacer una lista larga
de hechos que conducen a la ruta del dinero, en Suiza, en Andorra, en
la banca italiana, etc. El caso venezolano le serviría a Picketty para
otro libro. De hecho, ya le sirvió a Pablo Iglesias, líder del
ascendente partido Podemos, para decir que “hay otras cosas que no me
gustan (en Venezuela): unos niveles de corrupción escandalosos”.
En este punto es el que
hay que afirmar que no es el capitalismo sino el modelo chavista, el
socialismo chavista, el que ha creado la más escandalosa desigualdad
desde que en Venezuela había pobres muy pobres –que los hay todavía- y
había muy poquitos ricos pero muy ricos. Resulta que ahora esos ricos de
antaño son modestos en comparación con las cifras que se manejan en
cuentas secretas, o se exhiben en juguetes tan preciados como los
aviones –mejor decir jets-, yates, autos de lujo y mansiones. Toda
comparación es odiosa. Y más si es escandalosa. Y la comparación aquí no
viene por las fortunas que se consolidaron pero que tuvieron su origen
antes de que llegara Chávez al poder. La comparación es más escandalosa
por las que se hicieron de la noche a la mañana. Y a esto es lo que de
algún modo hace referencia Pablo Iglesias. Mansiones en La Lagunita,
mansiones en el Country Club, apartamentos y casas de lujo en Nueva
York, París, Buenos Aires, Roma, Madrid. Inversiones en otros países,
porque la ironía es que por la falta de garantías ni ellos mismos pueden
invertir en Venezuela. En lo único que se han atrevido en el último año
es en la compra de medios, -Globovisión, Ultimas Noticias, El Universal
y pronto Televen- dado que operaciones de esta naturaleza forman parte
del proyecto de poder.
La desigualdad puede
mirarse de varias formas. Una, de manera individual, Gustavo Cisneros y
Lorenzo Mendoza –otra cosa es el grupo de empresas, la tradición y el
prestigio internacional- pueden haber perdido los primeros lugares de
los más ricos del país, a pesar de que en Forbes sigan encabezando la
lista local. Dos, las cifras –lo dicen los banqueros- de los nuevos
grupos son siderales, lo cual, puede llevar a concluir que la
desigualdad entre estos ricos de la corrupción, entre ellos mismos, y
otros con menos acceso al reparto del botín, es también abismal. Tres,
al medirse tales fortunas y compararse con lo que posee la clase media
que surgió con el chavismo y la que ya existía, pero que como ya
dijimos, ambas se empobrecen, surge la definitiva apreciación de un
nivel de desigualdad jamás visto en el país. No digamos si se les
compara con los más pobres. Cuatro, la desigualdad es todavía más
grosera si se toma en cuenta que los grupos no solo tienen acceso al
dinero, sino también a la acumulación rápida, al disfrute de condiciones
vida –estudios para los hijos en los mejores colegios privados de
Venezuela, estudios para los hijos en universidades en el exterior,
aviones, lujos, comida, carros, motos, repuestos para sus carros,
choferes, guardaespaldas, y dólares preferenciales- y por si fuera poco,
cuentan con el silencio, el silencio cómplice. La impunidad.
No comments:
Post a Comment