Armando Durán
El pasado
miércoles se cumplió un año del ingreso a prisión de Leopoldo López.
El primer
aspecto a destacar de esta brutal decisión política del régimen es la
transformación de López en símbolo de la resistencia popular a las pretensiones
totalitarias de Nicolás Maduro, quien creyó que así lo sacaba al fin de
circulación y lo silenciaba. Gravísimo error de cálculo político porque solo
logró exactamente lo contrario. Sobre todo, porque López, en lugar de escapar
del país, rodeado de miles y miles de venezolanos enardecidos que lo aclamaban,
se entregó el 18 de febrero de 2014 a las autoridades militares en testimonio
de su compromiso con la lucha por la libertad. Esta decisión, sostenida desde
entonces sin la menor vacilación a pesar de los esfuerzos del régimen por
quebrarle la voluntad y del ahínco con que los desmovilizadores habituales de
la oposición han colaborado para hacer aún más invisible y callada su precaria
existencia de preso sin derechos en un sórdido calabozo político, ha resultado
contraproducente. Más presente y más expresivo que antes, el prisionero de Ramo
Verde es hoy por hoy líder, junto a María Corina Machado y Antonio Ledezma, de
una oposición que a todas luces definirá el porvenir de Venezuela como nación.
El
segundo aspecto a destacar es que su prisión ha servido para poner en evidencia
ante los ojos del mundo la naturaleza real de un régimen corroído por la
corrupción ideológica, intelectual y administrativa de sus dirigentes. El
comportamiento soez del gobierno Maduro a raíz de la reciente visita de los
expresidentes Andrés Pastrana, Santiago Piñera y Felipe Calderón, que motivó la
inmediata aunque tímida protesta del gobierno Bachelet, la denuncia formal de
la canciller colombiana y hasta la exigencia del presidente Juan Manuel Santos,
un día antes todavía amigo solidario del régimen, fueron señales ostensibles de
la actual debacle internacional del régimen. A eso debemos añadir las inesperadas
declaraciones de José Miguel Insulza exigiendo la libertad de López, el
descalabro del dúo Maduro-Samper en su intento por comprometer a la Celac en el
conflicto del régimen con Washington y el progresivo distanciamiento del
gobierno de Raúl Castro, quien prefiere buscar con Barack Obama caminos
diferentes para Cuba, que acompañar a Maduro en sus postrimerías. Sin contar
con el escándalo diplomático que significa haberles exigido a empresas
españolas radicadas en Venezuela presionar a su gobierno en favor de Podemos y
de Diosdado Cabello, acusados ambos por la prensa libre de España, o correr el
peligro de ser expropiados.
Por
último, es preciso señalar que la prisión de Leopoldo López ha conseguido que
todos los sectores de la oposición terminaran este 18 de febrero unidos en la
tribuna donde todos, con la naturalmente obvia ausencia de Henry Ramos Allup y
la dirigencia de Acción Democrática, juntaron sus voces para reclamar la
libertad de López y demás presos políticos de Maduro.
Un día después, con el secuestro
de Ledezma a punta de pistola a manos de numerosos agentes del Sebin, tema que
analizaremos en la columna del próximo lunes, Capriles consolidó esta nueva
tendencia unitaria al hacerse presente la misma noche del jueves en Plaza
Venezuela para reclamar la libertad de Ledezma. ¿Nos hallamos a un paso de
superar los escollos que mantienen a la oposición desmigajada? ¿De veras nos
hallamos a las puertas de una irreversible unidad opositora de naturaleza
superior en la que Cambio y Salida sean sinónimos de un proyecto común de
transición pacífica y constitucional de la dictadura en ciernes a un sistema
político guiado por la libertad, el respeto a los derechos humanos y los
valores irrenunciables de la democracia? Yo creo, espero, que sí.
Vía El Nacional
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