EN: http://www.elnacional.com/fermin_lares/populismo-gringo_0_631136998.html
FERMÍN LARES
20 DE MAYO 2015 12:01 AM
Ahora parece que todos los políticos son
populistas en Estados Unidos. Esto, según la
acepción del término que han asumido periodistas
y analistas cuando hablan de ellos, especialmente
de aquellos que quieren arrimarse hacia las clases
populares. Según esto, por ejemplo, Elizabeth
Warren, la más izquierdosa en el Partido
Demócrata estos días, es, en buena medida,
populista.
Otro término comúnmente utilizado para calificar a aquellos más
inclinados hacia las causas populares y de izquierda es el de liberal. Warren es también, según esta acepción, bastante liberal.
Obama es un hombre de centro, pero los republicanos siempre lo han
visto como “liberal”, quizás porque los votantes más progresistas (un
término más tradicional en el argot político internacional, que también
usan en Estados Unidos) sufragaron a su favor en las dos últimas
elecciones presidenciales. Estamos hablando de electores más
jóvenes, mujeres –más las solteras y profesionales–, la clase media
alta urbana, usualmente más educada. Las minorías raciales también
votaron por Obama, pero no por razones necesariamente ideológicas,
sino porque negros y latinos se sienten más aceptados por los
demócratas, al igual que los judíos, y por extensión los asiáticos, tanto
los del Lejano Oriente como los del Cercano Oriente.
Decir que alguien es de izquierda en la meca del capitalismo no luce
bien. Se puede hablar del ala izquierda del Partido Demócrata, pero
casi nunca se califica individualmente a alguien de ese partido como
de izquierda. De la misma manera, los medios pueden referirse como
conservadores a miembros del Partido Republicano, al ala más
conservadora del partido, e incluso a los radicales del Tea Party, pero
no llaman a nadie en particular como de derecha. Liberal y
conservador está bien, pero la dicotomía de izquierda y derecha es
evitada.
Actualmente, el único aspirante presidencial oficial del Partido
Demócrata, aparte de Hillary Clinton, es el senador Bernie Sanders, de
Vermont, quien se autoproclama socialista. En realidad, es un
socialdemócrata que se identifica con el socialismo escandinavo. Se
dice contrario al dominio de Wall Street en la política y la economía
norteamericana y aboga por los derechos y el bienestar de la clase
obrera y de la clase media. Hace unos días lo entrevistaron en las
principales cadenas de la televisión estadounidense y no surgió por
ninguna parte el calificativo de izquierdoso, o de izquierda, a pesar de
él decirse socialista.
Entonces, retomando el planteamiento inicial, el asunto es no solo que
el calificativo de populista se endilga con mucha laxitud y facilidad,
sino que incluso los precandidatos presidenciales parece que quieren
verse como “populistas”.
La inequidad es el tema en boga, la desigualdad, el 1% que acapara
más, el 1% que absorbe el crecimiento económico, mientras que los
salarios se mantienen igual y la gente tiene que tener más de un
empleo para bandearse. Obama se vanagloria del crecimiento
económico habido durante su mandato, después de una grave
recesión que encontró al principio de su gobierno, y todo el mundo lo
reconoce. Pero quienes aspiran a la presidencia, republicanos y
demócratas, insisten en la necesidad de cerrar la brecha de los
ingresos, unos por disminuir los logros del presidente, otros por una
supuesta intención de profundizarlos. Allí es cuando los medios
indican que la campaña predominante es la del “populismo”.
El domingo pasado, un historiador se esmeró en aclarar el uso del
término en The Washington Post. Recordó que estos nuevos
supuestos populistas no son precisamente la reencarnación de William
Jennings Bryan, el candidato presidencial de la alianza entre los
populistas originales norteamericanos y el Partido Demócrata, por allá
en 1896.
David Greenberg, profesor de historia de la Universidad Rutgers, de
Nueva Jersey, compartió con los lectores del Post que el populismo
entró en el léxico político estadounidense para describir las propuestas
del movimiento radical de agricultores de las décadas de 1880 y 1890,
al cual se sumaron también mineros, exprimidos todos por el
capitalismo sin restricciones de la llamada Era Dorada. El movimiento
promovía políticas igualitaristas: créditos más laxos, la nacionalización
de las redes ferroviarias y la terminación de la dominación de los
monopolios y oligopolios. El movimiento llegó a constituir un partido, el
Partido del Pueblo, que eligió docenas de funcionarios de nivel estadal
en el sur y el oeste del país, hasta fusionarse con los demócratas ya
casi al finalizar el siglo.
En realidad, como digo en mi libro El expediente del chavismo, antes
de entrar a considerar el populismo en Chávez, el populismo en
Estados Unidos tuvo que ver con el tránsito de la sociedad agraria
hacia la urbanización, la industrialización y la modernidad económica y
política, iniciada con la abolición de la esclavitud en la década de 1860.
“Enraizados en las ideas de Tomás Jefferson y de Andrew Jackson,
[los populistas] invocaron las virtudes del hombre común y la
malevolencia de las élites poderosas”, relató en el Post el profesor
Greenberg. “Con su tono moral, dados a demonizar sus enemigos y
con la pretensión de hablar en nombre de la gente [o pueblo] sin voz,
los populistas legaron para las generaciones posteriores no solo una
filosofía económica, sino también un estilo y sensibilidad”. (¿Suena
familiar por estos lados?).
El punto del profesor es que los políticos gringos de ahora han
adaptado el lenguaje y estilo populistas a su conveniencia, sean de
una corriente o de otra, y pone como ejemplo tanto al tejano Ted Cruz,
niño mimado de los ultrarradicales republicanos del Tea Party, quien
se pronuncia en contra de “las élites políticas de Washington y de
Nueva York”, como al socialista Sander y sus descripciones
apasionadas de “una economía amañada que funciona para los ricos y
poderosos”.
El péndulo del estilo populista ha oscilado hacia un partido y otro
según la época, habiendo sido utilizado por Nixon, el sureño racista
George Wallace y Ronald Reagan, de un lado, y el demócrata Bill
Clinton, por el otro, quien fusionó elementos populistas y tecnocráticos tanto en su campaña electoral (“poniendo a la gente primero”), como
en su gobierno (reformando el código de impuestos, en beneficios de
los de menores ingresos, por ejemplo).
De manera que en la política norteamericana, el populismo ha derivado
tanto hacia las políticas como a las promesas y estilos personales.
Promoverse como quien está fuera de la esfera tradicional
washingtoniana, como Jimmy Carter en el pasado, y Sarah Palin en
época más reciente, es considerada una apelación, si se quiere,
populista, utilizada más frecuentemente hoy por los republicanos
conservadores antigobierno, los que están contra “las intromisiones”
excesivas del Estado, que dicen hablar por los de a pie, pero tienen
una visión de la relación Estadociudadano bien opuesta a lo
pregonado por los populistas originales.
Lo nebuloso y extenso que tiene el uso del término “populismo” en el
debate político actual en Estados Unidos y la apelación a supuestas
intenciones “populistas”, que no son sino una apelación más bien a
supuestas intenciones populares, tiene de positivo el reconocimiento
dominante en la opinión pública de que el llamado sueño americano
pudiera estar en discusión en este momento, que no todo el mundo
puede alcanzarlo tan fácilmente, que hay que cerrar brechas que se
han ensanchado.
No comments:
Post a Comment