MARIO SZICHMAN
La inyección de mil millones de dólares en el
sistema financiero venezolano podría concretar milagros en favor de los
candidatos oficialistas
Es
evidente que la prensa anglosajona se la tiene jurada a Nicolás Maduro. Cada
vez que el presidente entrega otra parte de la soberanía nacional, aparece
retratado con una gigantesca bandera. El estandarte tiene, aproximadamente, el
tamaño del obelisco de Washington.
Con
la pava que reina en las filas chavistas, algún día el asta de esa bandera se
soltará de sus manos, y causará un desastre entre sus fieles seguidores. Si el
lector observa cuidadosamente las fotos del patriota en jefe, podrá verificar
que ninguno de sus más íntimos allegados, especialmente el presidente de la
Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, posan a menos de treinta metros del mástil
de la bandera.
La
última vez que The Financial Times puso a Maduro a blandir el formidable asta
del estandarte venezolano, fue el 29 de abril pasado, cuando anunció en un
titular “Venezuela in gold swap with Citi,” Venezuela, en un trueque de oro con
el Citi(bank).
El
Banco Central de Venezuela acordó con el Citibank canjear el equivalente de
3.500 lingotes, alrededor del 14 por ciento de las reservas de oro de Gran
Bretaña, por 1.000 millones de dólares de dinero en efectivo.
No
se trata de la venta de oro a cambio de los dólares. El gobierno venezolano
acudió simplemente a una casa de empeño, en este caso el Citibank, con el
propósito de hipotecar las joyas de la familia (como se trata del estado
venezolano podríamos decir que se trata de las joyas de la corona).
Podrá
recuperar esos lingotes cuando la situación mejore en la nación sudamericana,
algo que va a ocurrir un día después de las calendas griegas. Entre tanto,
Venezuela deberá pagar intereses por esos fondos, indicó el periódico
británico. Se ignora inicialmente qué porcentaje.
Mil
millones de dólares puede parecer una suma importante en cualquier país, pero
en la Venezuela chavista, es una bicoca. Por ejemplo, exportadores que trabajan
en la zona franca de Panamá facturaron embarques a Venezuela por 1.400 millones
de dólares. “Sin embargo”, indicó The New York Times, “funcionarios panameños
dijeron que de ese total, 937 millones de dólares eran una completa patraña”,
pues las compañías habían cobrado por productos inexistentes.
Y
eso, en una sola operación. Aunque nos apena introducir el dedo en la llaga,
debemos indicar también que el periódico neoyorquino mencionó estos saqueos al
erario público venezolano:
–La
firma de consultoría Ecoanalítica dijo que entre el 2003 y el 2012, durante
todo el gobierno de Chávez, “unos 69.500 millones de dólares fueron robados del
erario público a través de fraudes a la importación”. Un 20 por ciento de las
importaciones fueron hechas por “empresas privadas” tan imaginarias como las 13
millones de firmas que recaudó Maduro para enfrentar la orden ejecutiva del
presidente norteamericano Barack Obama contra siete funcionarios acusados de
violaciones a los derechos humanos y del incumplimiento de sus deberes. Por
otra parte, un 40 por ciento de las importaciones llevadas a cabo por agencias
del gobierno y compañías administradas por el estado “fueron fraudulentas”.
–La
ex presidenta del Banco Central, Edmée Betancourt, ha dicho que unos 20.000
millones de los 59.000 millones de dólares destinados a importar productos en
el 2012 (cuando todavía gobernaba Chávez) “desaparecieron a través de
transacciones dolosas”.
¿Para
qué necesita el gobierno chavista mil millones de dólares con tanta urgencia?
Se barajan varias alternativas. Una de ellas se remonta a la época de la
independencia, cuando las damas de la sociedad caraqueña empeñaron sus joyas
para financiar las campañas libertadoras. Teniendo en cuenta que los chavistas
enfrentan una guerra económica, la conjetura es plausible.
Otra
posibilidad es que el dinero sea destinado a financiar la campaña oficialista
durante las próximas elecciones parlamentarias, aunque falta definir la fecha.
Mil millones de dólares podrían ayudar a reponer muchos inventarios en
supermercados y centros farmacéuticos en áreas adictas al chavismo. (Resulta
evidente que el gobierno no va a invertir un céntimo en zonas controladas por
los escuálidos, pues está demostrado que a los enemigos no hay que brindarles ni
clemencia).
El
gobierno de la Revolución Bolivariana sabe cómo presionar a aquellos bajo su
control. Basta observar cómo recaudó las firmas para enfrentar la agresión
contra la patria simbolizada en siete personas. Por otra parte, el régimen
chavista es el mayor empleador, y los empleados saben por quién votar si desean
conservar sus puestos.
Venezuela
es un país muy especial: el ventajismo electoral es monopolio exclusivo del
gobierno. La Mesa de Unidad Democrática poco puede hacer frente a la serie de manipulaciones
que se avecinan, y que han sido calcadas de múltiples chanchullos anteriores
durante los 16 años del chavismo.
Sería
bueno que los funcionarios de la MUD contemplaran a la gran democracia del
Norte, donde tanto republicanos como demócratas han cometido fraude con gran
desparpajo. Las elecciones de 1960 las ganó el republicano Richard Nixon, pero
quien quedó en la presidencia fue John F. Kennedy, un demócrata, pese a que en
ese momento los demócratas representaban la oposición. Afortunadamente, más de
dos siglos y medio de democracia casi ininterrumpida han ofrecido tanto a
republicanos como demócratas gran destreza a a hora de manipular distritos
electorales, y de llenar las urnas con papeletas de personas ya extintas, o
inexistentes.
En
las elecciones del 2000, ganó el demócrata Al Gore, pero conquistó la
presidencia George W. Bush, gracias a una maniobra que involucró a la Corte
Suprema, y en cuyo transcurso, se impidió el recuento de votos en el estado de
la Florida, donde existían fuertes evidencias de que Gore había triunfado. (En
el primer conteo, aparecía Bush como ganador). En esa ocasión los demócratas,
que habían gobernado con el demócrata Bill Clinton –Gore era su
vicepresidente– fueron outmaneuvered, superados en base a una sabia estrategia
de los operadores políticos republicanos.
En
Venezuela, la cosa es más sencilla. Un gobierno como el de la Quinta República
nunca pierde las elecciones, ni siquiera cuando es derrotado, como ocurrió en
abril de 2013.
Hace
más de medio siglo, en plena dictadura de Marcos Pérez Jiménez, la Unión
Republicana Democrática venció por abrumadora mayoría al oficialista Frente
Electoral Independiente, en comicios destinados a integrar la Asamblea Nacional
Constituyente. El gobierno de Pérez Jiménez desconoció los resultados, y
Villalba y otros líderes de la URD debieron abandonar Venezuela. En esa
ocasión, Laureano Vallenilla Lanz, ministro del Interior de Pérez Jiménez,
enunció una novedosa teoría política: dijo que las elecciones eran como el
dominó, ganaba el que conseguía menos puntos.
La
inyección de mil millones de dólares en el sistema financiero venezolano podría
concretar una serie de milagros en favor de los candidatos oficialistas. Y una
vez se despilfarre ese dinero y se asegure el control de la Asamblea Nacional,
ya el gobierno chavista inventará otros métodos para persistir en el poder. Sus
funcionarios nunca aprendieron a administrar el erario público, pero a la hora
de eternizarse en el Palacio Miraflores, siguen demostrando que son unos genios.
Vía
Tal Cual
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