ANGEL
OROPEZA @ANGELOROPEZA182.
En el país de la incertid.umbre,
donde se bromea con aquello de que en Venezuela lo único seguro es que quién
sabe, hoy tenemos una certeza y una interrogante. Lo seguro, la altísima
posibilidad de cambios políticos en el corto plazo. Lo incierto, saber qué será
primero: si algún tipo de transición política –todavía tan incógnita como el
país que vivimos– o la ingobernabilidad que resulte de cerrar las puertas a esa
posibilidad.
Comencemos por lo primero.
Fernando Savater afirmaba que cuando un pueblo se decide a cambiar, no hay
fuerza sobre la tierra que pueda detenerlo. Y Venezuela parece haber entrado en
esa etapa. Más de 80% de los venezolanos pide un cambio en el país, porcentaje
que por supuesto incluye a mucho de la antigua militancia oficialista. Frente a
ellos, un régimen en claro estadio terminal, fracturado y perdido, solo cuenta
con la represión y la amenaza como sus últimas herramientas de control social.
Pero, además, esta demanda de
cambio no solo es cada vez más masiva sino más madura. En un estudio reciente,
realizado junto con Luis Pedro España y otros investigadores, encontramos cómo
un porcentaje comparativamente mayoritario de los venezolanos ha comenzado a
entender que los cambios deseados implican riesgos, y parecen dispuestos a
asumirlos. Este es un paso cualitativamente importante. Porque implica pasar
del simple “deseo” de cambio a la adopción de una actitud que permite la
generación de conductas para que aquel se materialice. Es el paso de la mera
aspiración a la exigencia. Del simple anhelo a la decisión de luchar por
conseguirlo.
En este sentido, el cambio político
ya comenzó, y esto es lo seguro. No se trata de esperar llegar a instancias de
poder para que ocurra el cambio político. Se trata de que el cambio político
está convirtiendo en inevitable llegar al poder, para devolvérselo al pueblo.
En un sistema democrático las
transiciones son un elemento natural y consustancial a la naturaleza del
modelo. Pero en un régimen autoritario, y más cuando posee características
marcadamente fascistas como el nuestro, las transiciones hay que lucharlas.
Porque la tentación riesgosa de quienes nos gobiernan puede ser intentar desde
la derrota –esto es, teniendo todavía el poder pero no pueblo– detener a
quienes tienen pueblo y se preparan para el poder.
Lo deseable, por supuesto, es que
el sector moderado del gobierno entienda que intentar detener una demanda de
cambio que es ya un sentimiento nacional no solo es inútil, sino altamente
peligroso, por el riesgo de inestabilidad e ingobernabilidad que ello
acarrearía. Y que lo inteligente –y además beneficioso para ellos mismos– es
aceptar las nuevas realidades políticas y asumir las necesarias transiciones
que el país exige.
El papa Francisco, en su
brillante alocución en el Congreso de Estados Unidos, lanzó unas orientaciones
que deben ser escuchadas con mucha atención desde Venezuela. Advirtió Francisco
sobre los “reduccionismos simplistas” que pretenden polarizar y dividir la
realidad en buenos y malos. Frente a esto, el papa expresó la necesidad de
construir una nación que salga de la “lógica del enemigo” para pasar a la lógica
de la recíproca complementariedad. Y agregaba el santo padre: “Un buen líder
político es uno que, con los intereses de todos en mente, ve el momento con un
espíritu de apertura y pragmatismo. Un buen líder político siempre opta
por iniciar un proceso en lugar de procesar espacios”.
No sabemos si los sectores
moderados del gobierno tendrán la inteligencia y la audacia para entender que
el cambio político que ya se inició no solo es indetenible sino necesario. La
oposición democrática ha lanzado un mensaje de no revanchismo, y de la
necesidad de privilegiar el país de todos por encima de los intereses de los
bandos. Mientras, su labor sigue siendo construir desde abajo un poderoso
músculo popular, para activarlo en el momento requerido, y empujar así a que la
incertidumbre de hoy se decante hacia escenarios de pacífica transición.
Vía
El NacionalQue pasa Margarita
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