ARMANDO
DURÁN.
La declaración de Diosdado
Cabello no deja espacio para la duda: el presidente de la Asamblea Nacional
podría abandonar el PSUV, pero jamás la revolución. Vaya, que para él, una cosa
es el partido, espacio donde se aglutina el sector civil del régimen, simples
jarrones chinos cuya función consiste en darle aires de normalidad democrática
a un régimen que nunca lo ha sido, y otra la revolución, cuyo verdadero núcleo,
desde que un joven oficial del ejército llamado Hugo Chávez decidió ponerse a
conspirar para borrar la democracia representativa del horizonte nacional, es
la Fuerza Armada.
Sobre esta división esencial
construyó Chávez su movimiento populista, la vista clavada en el peronismo
argentino. Un proceso que con la muerte de Evita parecía haberse desvanecido,
pero que como su fuerza no estaba en los cuarteles del general sino en los
sindicatos y el fervor popular que generaba ella, poco a poco pudo irse
reconstruyendo hasta recuperar el poder y conservarlo hasta el día de hoy. En
Venezuela, sin embargo, con la muerte de Chávez, su proyecto, que no era un
movimiento de origen popular sino exclusivamente militar, entró en picada. Sin
la presencia unificadora de Chávez, la “revolución bolivariana” sencillamente
perdió el equilibrio y pasó a ser lo que es en la actualidad, una burbuja sin
consistencia ni fundamento.
Esta es la realidad que presentan
todas las encuestas, cuando registran la inmensa pérdida de prestigio y
simpatía del chavismo, y el riesgo que encierra tal calamidad en vísperas de
unas elecciones parlamentarias transformadas por el fracaso del gobierno en
plebiscito a favor o en contra de la revolución. Circunstancia a la que ahora
Cabello le sale al paso, porque lo que dentro de pocos días se juega en las
urnas, si es que se celebran las elecciones de diciembre, es la supervivencia
de ese sector militar que desde el 4 de febrero de 1992 emprendió el camino que
les mostró aquel día el entonces teniente coronel paracaidista Hugo Chávez.
Cuando Cabello profirió su
amenaza, lo hizo para advertir de la existencia de estas dos caras bien
diferenciadas del régimen, el partido civil cuyo jefe es Nicolás Maduro,
responsable directo del actual desastre nacional según 70% de los venezolanos,
y el partido militar, el auténtico partido de Chávez, a cuya jefatura aspira el
segundo hombre fuerte del régimen, quien aventaja a su rival por ser militar y
haber participado en el asalto al Palacio de Miraflores. Historial que no tiene
Maduro.
Desde esta perspectiva, la
declaración de Cabello, que coincide asombrosamente con la posición adoptada
por el chavista disidente Nicmar Evans, por Marea Socialista y por el portal
digital Aporrea, mete el dedo en la llaga que se propaga por la geografía
espiritual del chavismo ante el fracaso manifiesto y persistente de Maduro como
presidente incapaz y jefe político sin liderazgo. Una situación que obliga a
muchos chavistas a decidir si lo más importante es tratar de salvar al segundo
gobierno del régimen chavista “como sea”, última y desesperada bravata de
Maduro, o sacrificar al gobierno y a su penoso partido civil para intentar
salvar la revolución militar de Chávez.
Dos peligros corren los chavistas
de uno y otro bando. En primer lugar, que un gobierno autocrático, sin
presencia civil y sin respaldo popular, remitiría irremediablemente al pasado
inadmisible de las dictaduras militares de los años cuarenta y cincuenta. El
segundo, mucho más grave, es que todo indica que se les ha hecho demasiado
tarde para remendar el raído capote revolucionario. El paso implacable del
tiempo y la ingrata insuficiencia de los actuales gobernantes han convertido la
supuesta revolución bonita en una turbia burbuja que, a estas alturas del
proceso, haga Cabello o quien sea lo que quiera, sencillamente está a punto de
disolverse en manos de Maduro como una pompa de jabón, sin pena y
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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