Adolfo Taylhardat
Desde que asumió la Presidencia de Estados Unidos, Donald Trump ha hecho, casi a diario, declaraciones sobre la situación de Venezuela. Es la primera vez que un presidente norteamericano muestra auténtica preocupación desde que se implantó el chavismo en nuestro país.
Trump ha conversado sobre Venezuela con los presidentes de Panamá, Colombia, Argentina y Perú. En esos contactos se ha referido a la grave crisis humanitaria que confronta el país, la situación de los derechos humanos, la necesidad de alentar el respeto a las normas y procesos democráticos, y ha exigido la libertad de los presos políticos y de manera explícita ha mencionado el caso de Leopoldo López. El Departamento de Estado emitió un comunicado exigiendo la liberación de todos los presos políticos y la “restauración de un proceso democrático que refleje la voluntad del pueblo”.
Similar conducta ha seguido el presidente de Argentina, Mauricio Macri. En declaraciones a la prensa española destacó que en Venezuela no se respeta la democracia: “Sé lo que está sufriendo el pueblo de Venezuela. Creo que hay que seguir una posición firme, sin eufemismos”. “Ayudaremos donde podamos a que se salga de este conflicto social, político y económico”.
Previamente, Macri y Trump, en una conversación telefónica, habían compartido preocupación por Venezuela.
Son numerosas las manifestaciones de solidaridad por la situación venezolana, provenientes de distintos sectores de la comunidad y de la opinión pública internacionales. Presidentes en ejercicio (Juan Manuel Santos, Michelle Bachelet, Pedro Pablo Kuczynski, Michel Temer) expresidentes latinoamericanos, cancilleres de países de la región, congresistas de Estados Unidos, el expresidente Felipe Calderón, la Unión Europea, el Parlamento Europeo, el Parlamento de Italia, los periódicos Financial Time, The New York Times, el Washington Post, el Miami Herald, han voceado preocupación por lo que vivimos en nuestro país.
Pero los presidentes Macri y Trump han sido los más contundentes en sus expresiones. En presencia del presidente de Perú, Donald Trump dijo a la prensa: “Tenemos un problema con Venezuela. Lo están haciendo muy mal”.
Por su parte, en entrevista publicada por El País de España, el presidente Macri dijo: “La sensación es de terrible impotencia, porque aún hay dirigentes en el mundo que creen en el eufemismo de defender la situación y piden esperar hasta las presidenciales de 2018”.
En esa oportunidad, Macri pronunció una frase que describe con toda crudeza la actitud de algunos gobiernos de América Latina: “Si la Carta Democrática ayuda, pues bienvenida sea, pero hay mucha dependencia de Venezuela y su petróleo”. Ese último elemento de la frase explica la taciturnidad de muchos de los países “hermanos”.
El 15 de abril de 2015 publiqué en este mismo diario un artículo titulado “El silencio de los borregos”, en el cual dije que resultaba “vergonzante la actitud de los presidentes de América y el Caribe que son incapaces de levantar su voz para condenar los atropellos de toda índole que comete el ilegítimo”.
El 31 de junio del año pasado el secretario general de la OEA presentó ante el Consejo Permanente de la organización un extenso, enjundioso y bien documentado informe sobre la situación venezolana. Lo expuesto por Luis Almagro era suficiente como para que el Consejo decidiera aplicar la Carta Democrática Interamericana. En cambio, no tomó ninguna acción concreta, ni siquiera tomó nota del informe, no hubo algún tipo de pronunciamiento. Luego de algunas intervenciones, entre las cuales se destacó por su tono agresivo y hasta insultante la de la canciller de bolsillo venezolana, y algunas que se pronunciaron apoyando el diálogo, el presidente del Consejo, sin más ni más, clausuró la reunión.
Está previsto que el secretario general de la OEA presentará al Consejo Permanente un nuevo informe en el cual denunciará graves retrocesos en materia de derechos civiles y políticos, en particular desde que empezó la supuesta mediación promovida por el Vaticano y la Unasur.
Como señalé antes, parece que ha habido cambios importantes en la alineación de algunos países. No resulta ocioso recordar que para activar la Carta Democrática no se requiere consenso. Esperemos que el número votos alcance los 2/3 necesarios. Es hora de que gobiernos se despojen del lastre que les impuso el chavismo y demuestren suficiente integridad para honrar los principios y preceptos democráticos que figuran en las constituciones de cada uno de ellos.
El artículo 21 de la Carta Democrática Interamericana establece que cuando se constate que se ha producido la ruptura del orden democrático, una Asamblea General convocada a un período extraordinario de sesiones puede tomar la decisión de suspender a un gobierno miembro de su participación en la organización.
Como dijo Macri: “Basta de eufemismos, Venezuela no es una democracia”. Yo sostengo que la decisión adoptada por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos contra el califa y su testaferro confirma, sin que quepa la más mínima duda, que lo que tenemos aquí es una narcocorruptocracia, donde a diario se viola la Constitución porque el único objetivo del ilegítimo, declarado públicamente, es permanecer indefinidamente en el poder. En Venezuela se rompió hace tiempo el orden democrático y es hora de que la OEA aplique los mecanismos de la CDI.
Un régimen de esa naturaleza debe ser sancionado con todos los recursos de que dispone la comunidad internacional.
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