Carlos Blanco
La MUD ha anunciado su reestructuración como resultado de la crisis que la atrapó desde el año pasado. Uno de los elementos fundamentales es la salida de su secretario ejecutivo, Chúo Torrealba, sin que formalmente se sepa por qué sale de ese cargo: ¿qué no hizo bien? ¿Qué ha debido hacer y no hizo? ¿Fue por el “diálogo”? ¿Y los que lo acompañaron? ¿Por qué es mejor una secretaría colectiva que una individual?
Ahora hay tres nuevos secretarios y el coordinador general. Iban a ser figuras más o menos administrativas y los voceros serían, en forma rotativa, los jefes de los partidos. Lo cierto es que no se ha cumplido ni una cosa ni otra. Los nuevos secretarios aparecen con frecuencia en los medios porque son figuras públicas; y los voceros partidistas hablan en nombre de sus partidos, pero no de la MUD reloaded.
Además se ha consagrado un reglamento absurdo por antidemocrático: unos partidos son más iguales que otros, con mayor número de votos que otros, a los que se estima minoría. En vez de hacer buena la idea de “un ciudadano, un voto” y “un partido, un voto”, la cosa pasa a ser lo mismo de antes: tres o cuatro partidos deciden y los demás son… minoría, con el sustento de algunas encuestas. Por cierto, sin tomar en cuenta que la democracia es el sistema en el que se impide la tiranía de la mayoría mediante el respeto hasta de la más ínfima de las minorías.
En fin, la MUD parece haber finalizado su ciclo, con éxitos y derrotas, como le ocurrió a la Coordinadora Democrática.
El problema de fondo es el de los objetivos. Hay un sector que considera útil cohabitar con Maduro y su régimen, que utiliza la mampara del “diálogo” y afirma: O dialogamos o nos matamos. Saben que el régimen solucionó esa disyuntiva hace rato, pues el gobierno “dialoga” y mata al mismo tiempo. Existen otros que están en una posición opuesta y son los que querrían que el régimen terminara ya; a su vez subdivididos en dos: los que no lo ven posible o aprecian que el esfuerzo para lograrlo es muy empinado, se decantan por unas elecciones de gobernadores, con la esperanza –sin fundamento conocido– de que van a tener lugar pronto. Y los otros, que piensan que hay que unir todas las fuerzas para la salida inmediata del régimen, en el entendido de que si no se procura este objetivo, las elecciones regionales en las que ganaría la oposición y hasta el cambio de régimen en 2019 se irían por la alcantarilla.
Estas contradicciones, lejos de ser una tragedia, más bien crean el ambiente para que surja una verdadera unidad para ponerle fin al régimen.
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