En Venezuela está de moda odiar. Los odiadores de las redes, entre más incultos e ignorantes son, más insultan y vilipendian. No
escriben para proponer soluciones. Lo hacen por egocentrismo, para sembrar cizaña y por ganas de figurar.
Los odiadores tienen una enfermedad mental. Necesitan que alguien les haga caso a sus insultos para ver si por carambola ganan
seguidores. Los más expuestos al escarnio de estos necios del teclado, que generalmente se escudan con seudónimos, somos
quienes escribimos en los medios.
Lo mejor, esto lo sé por experiencia, es no responder. En cierta ocasión contesté a uno de ellos y de 60 seguidores, el tarugo pasó a
8.000, gracias a que le hice el favor.
En ambas partes existen odiadores en vivo. Ellos no aceptan que uno piense medianamente diferente. Si lo haces, te despellejan.
Esta categoría de odiadores dan la cara y generalmente son familiares, conocidos o amigos.
La maldición del odio se ha apoderado de muchas personas que, sobradas y llenas de sabiduría, comentan cosas como: “Chico, el
problema de la oposición es…”. Hablan como si no fueran de la oposición. Descalifican, caen en lugares comunes, dicen sandeces,
improperios, medias verdades y calumnias sin ton ni son. En medio de su sapiencia y grandilocuencia, te miran con desprecio y te
lanzan un: “¡Por Dios!, no seas tan ingenuo…”. “Ellos son todos una cuerda de traidores…”. “A mí me consta que fulano de tal se reunió
con…”.
Estos odiadores tienen tres cosas en común: son cómodos, necios y destilan su odio tomando café y tecleando el celular o la
computadora. Además, nunca, ¡pero nunca!, ofrecen una solución.
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