Con profundo dolor es necesario registrar y no archivar en la gaveta del olvido un hecho de extrema gravedad que nos llena de indignación, angustia y zozobra, en un país estremecido por la violencia y la muerte, como es la masacre de un grupo de venezolanos, víctimas de la más primitiva venganza, que nos retrotrae a una época incluso anterior a la ley del talión.
No quiero especular sobre lo ocurrido, con la particularidad de grabaciones o videos en tiempo real que dejaron plasmadas en imágenes las secuencias de un filme de terror, con correspondencia en la realidad, aunque será tarea compleja, requerida de conocimientos científicos y criminalísticos altamente especializados, ya que fue prácticamente destruido el lugar del suceso y alteradas o borradas las evidencias físicas para no dejar huella de la ejecución o pena de muerte de hecho y así darle forma a la tesis oficial de un supuesto enfrentamiento, sin que los órganos garantes de los derechos ciudadanos y de le legalidad, como los sedicentes encargados de la Fiscalía General de la República y de la Defensoría del Pueblo, hayan emitido comunicado alguno, ni siquiera para anunciar, como práctica de rutina, el inicio de una investigación exhaustiva que, por supuesto, nunca se llevará a cabo en un país sin justicia, sin derecho y sin asomo alguno de legalidad.
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