Dicen que el hombre es el único animal
que se tropieza dos veces con la misma piedra. Tal torpeza tiene que
ver, evidentemente, con falta de memoria. Dicen que hay pueblos
desmemoriados. Dicen que el nuestro es uno de esos, de allí nuestras
tragedias.
Los colombianos demostraron ayer
domingo que si algo tienen es memoria. Le dijeron NO al Acuerdo de Paz
que supone, según el criterio de los que lo han adversado, un pacto de
impunidad con la guerrilla de las FARC. Los colombianos quieren la paz,
pero no quieren perdonar a las FARC. No se les olvidan los 52 años de
masacres, secuestros, asesinatos, desapariciones forzadas y demás
crímenes innumerables de todo tipo.
Timochenko ha dicho: “Las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia lamentan profundamente que el poder
destructivo de los que siembran odio y rencor haya influido en la
opinión de la población colombiana”. Mayor cinismo imposible.
Los que siembran odio y rencor dice el hombre que en la actualidad
comanda una guerrilla que asesinó a mansalva a miles y miles de
colombianos.
Colombia, pues, ha dado una lección
importante. Los colombianos tienen memoria. Y ese NO es el gran titular
en la abrumadora mayoría de los diarios venezolanos. Sin duda es la
noticia del día.
Sin embargo, se me antoja que la
verdadera noticia, en esta ribera del Arauca vibrador, por todo lo que
supone de pena, impotencia, rabia y dolor, es el penosísimo titular del diario La Verdad, en Maracaibo:
“Mi hijo murió de hambre porque no
tenía nada que darle”. Júnior González nació con hipoxia cerebral. No
tenía fuerza para chupar la teta de su madre, Julia Rodríguez. Vivía en
el barrio Mario Urdaneta, Kilometro 20 vía a la Concepción. “El médico
me dijo que él era un niño sano, que lo mató el hambre”. Desnutrición
severa y deshidratación aguda, bronconeumonía bilateral, son las causas
de la muerte de Junior González. Eso se lee en el acta de su defunción.
Era el menor de los cinco hijos de Julia Rodríguez, quien tiene 38 años y
vive en un rancho de lata al final de una trilla de arena. Esto ocurrió
el 21 de septiembre pasado cuando el pequeñito de un año dejó de
respirar dentro de un chinchorro. Marisela Rodríguez, tía del infante,
le explicó a La Verdad lo difícil que es sobrevivir en su sector. “Aquí
un kilo de leche vale cinco mil bolívares, uno no tiene para comprar
eso, son muchos cobres”. A Júnior le daban de comer lo que su madre
podía. “Mi hijo tenía un año y murió de hambre porque no tenía nada que
darle. Yo le pedía a la gente para los alimentos”.
En Colombia un pueblo con memoria dijo
NO. Ojalá a nosotros los venezolanos no se nos olvide nunca por qué
murió Junior González y tantos más como él.
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