Editorial El Nacional
Cuando los venezolanos se sientan por la noche a ver los noticieros de la televisión, escépticos y cansados, esperan el anuncio de que, por fin, se dio inicio al famoso diálogo, un hecho tan extraño como una ballena haciendo una larga cola ante un desnutrido Mercal bolivariano. Y lo cierto es que en el diálogo entre el gobierno y la oposición cualquier cosa puede suceder, incluso un episodio de ciencia ficción, pero lo que jamás sucederá es, precisamente, un diálogo honesto por parte del gobierno.
Este fracaso continuo nos recuerda a la película Tarde de Perros. Según la memoria disponible en Google, el póster de la película describe el film con las siguientes frases: “El atraco tenía que haber durado diez minutos. Cuatro horas más tarde el banco era un circo. Ocho horas más tarde era la emisión en directo más importante de la televisión”.
Así ocurrió ayer aquí en Caracas con el diálogo…, pero al revés: nada fue real, no duró ocho horas ni diez minutos, ni un segundo. De manera que el acontecimiento político tan esperado este fin de semana jamás será historia ni hoy ni nunca. Y lo que es peor: no existe explicación alguna para el fracaso que no quepa en una frase: improvisación y mala fe.
Lo cierto es que para que haya diálogo deben primar condiciones claras y sensatas basadas en la buena fe, en la disposición firme a buscar e imponer reglas de juego que sean respetadas por las partes y, desde luego, que quienes integren la mesa de diálogo gocen de una elevada confianza y credibilidad para los venezolanos. Y esta es una de las patas cojas de la mesa, porque el gobierno no cesa de intimidar a la oposición, al punto de abrir juicios descabellados contra cualquier autoridad civil elegida por el voto popular.
Un gobierno, cuya única forma de actuación es la violencia, ya sea física o política, no puede sentarse en una mesa de conversaciones con la parte contraria si previamente ha lanzado una ofensiva devastadora contra la Constitución.
Por si fuera poco, ha utilizado todos los medios lícitos e ilícitos para desvirtuar la esencia democrática de los demás poderes del Estado, ha corrompido y usado en su favor las altas instancias de la justicia y se burla a diario de la población al patear a voluntad los derechos humanos y la libertad de expresión.
Resulta verdaderamente heroico sentarse, sin colocarse un pañuelo en la nariz, ante estos pandilleros políticos del oficialismo que se han robado en casi 2 décadas la bicoca de 350 millardos de dólares y someten al país al hambre, a la desnutrición y a la inseguridad en las calles. De manera que si quieren diálogo, cuestión que dudamos, primero tienen que deponer su actitud prepotente y bajarle tono a su discurso público contra sus adversarios partidistas.
La oposición es más lo que pierde que aquello que gana al reunirse con estos rufianes, que ni siquiera representan la verdadera esencia de la base popular de la revolución chavista, pues se han convertido en prósperos y deshonestos hombres de negocios.
Cuando se acude pacíficamente a un diálogo con estos nuevos ricos se les está haciendo una condescendencia que, por lo demás, no se merecen ni merecerán pues la oposición ha puesto los muertos, los torturados, los prisioneros y los exiliados.
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