Editorial El Nacional
Otra vez decenas y decenas de videos, varios centenares de testimonios provenientes de varias ciudades del país, miles y miles de fotografías que están circulando por las redes, dan cuenta de la arremetida represiva y militarista del gobierno de Nicolás Maduro y Vladimir Padrino López en contra de la protesta legítima de los venezolanos que defienden su derecho al voto.
Los relatos que he escuchado directamente de personas que estuvieron en las calles en Mérida, San Cristóbal, Barquisimeto, Maracay y Maturín son inequívocos. Pero, tal como puede leerse en El Nacional y en otros medios de comunicación, también en Margarita, Valencia y Cumaná. El programa de plomo y represión diseñado como respuesta a la Toma de Venezuela, se ejecutó en todo el país, coordinado, feroz y desproporcionado.
No hay en las denuncias que se han hecho sobre lo sucedido nada que sea retórico. Hablo aquí de balas que perforan el cuerpo de los que protestan, de gases que generan las más extremas reacciones del sistema respiratorio, de golpes propinados con tanta fuerza y alevosía, que fracturan huesos, desprenden órganos, matan de contusión. En esto consiste la doctrina militar de Padrino López y Maduro: ejercer la desproporción más atroz y humillante en todos los lugares donde sea posible. No solo en las calles, sino también en las cárceles: comandos armados y apertrechados con los más sofisticados y costosos instrumentos represivos descargan su poderío en contra de personas indefensas. Además, con harta frecuencia, ejercen su brutalidad ocultando sus rostros, como si eso pudiese liberarles de los tribunales a los que están destinados por violación a los derechos humanos.
La situación a la que hemos sido conducidos los venezolanos se sintetiza en esto: violando la Constitución y las leyes, se nos ha despojado del derecho al voto. Se nos impide toda salida electoral a la crisis social, económica y política que vive el país. Y los que violan la Constitución, los que actúan en contra del pueblo de Venezuela, disparan, hieren, matan y encarcelan a los que protestan por sus derechos. En eso consiste la alianza político-militar de la que hablan Maduro y Padrino López: uno nos despoja de nuestros derechos, el otro nos dispara cuando protestamos.
Pero eso sí, hay una excepción. Padrino López no dispara en contra de los colectivos y paramilitares. Esos tienen impunidad. Lo vimos el domingo 23, cuando las hordas (segunda acepción: “grupo de gente que obra sin disciplina y con violencia”) ingresaron a la Asamblea Nacional, sin que el comando responsable de proteger a las personas y bienes de esa institución hayan cumplido con su tarea. Paramilitares y militares se complementan en sus agendas represivas. Son socios. Aliados.
El diálogo que se propone ocurre bajo un conjunto de imperativos: presos políticos, muertos y heridos por la represión, derechos negados, amenazas de los colectivos, ataques a la Asamblea Nacional, declaraciones guerreristas de Padrino López y el Alto Mando Militar, acusaciones de diverso tenor: Obama, imperialismo, conspiración y demás estupideces de siempre. Maduro no hace otra cosa que instigar a la violencia en contra de los opositores, al igual que Cabello en su programa. Y a uno y a otro concurren militares que les aplauden. El séquito de Padrino López –que tiene el suyo propio– asiste a los actos en nombre de su comandante y aplaude a rabiar. Pero, cosa curiosa, todavía niega que la FANB sea, cada vez más, una suerte de partido político armado. Y armado hasta los dientes.
Ante este escenario, queda preguntarle al papa Francisco y a sus enviados: ¿Dónde quedan el plomo y la represión, los heridos y los muertos, los presos políticos y la seguridad de la marcha del 3 de noviembre en el diálogo? ¿Podrá su santidad, el Papa que tanto habla del pueblo, impedir que sigan disparando en contra del pueblo venezolano?
Miguel Henrique Otero, presidente editor de El Nacional
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