Sunday, October 2, 2016

A mis compañeros de armas (III)

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Una vez más, creo imperativo dirigirme a ustedes. Venezuela enfrenta actualmente circunstancias nacionales e internacionales realmente delicadas, complejas, y riesgosas para su destino como nación. A través de nuestra historia, todas las generaciones militares, ante diversas situaciones y circunstancias de orden político, se han visto en la necesidad de tomar sus propias decisiones para influir decisivamente en la solución de las crisis que han amenazado la estabilidad y paz de la República. Esas decisiones no fueron tomadas de manera arbitraria, la propia reglamentación militar nos orienta en ese sentido. De hecho, el artículo 28 de la novísima Ley de Disciplina Militar, el cual reemplazó el artículo 15 del derogado Reglamente de Castigos Disciplinarios N° 6, el cual tenía la misma orientación filosófica, establece: “Los y las militares deben en todo momento tomar la acción más conveniente a los altos intereses del Estado y elegir siempre la que sea digna al honor militar, conforme a los principios establecidos en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y en el ordenamiento jurídico vigente”. Por supuesto, esas acciones y decisiones implican el riesgo de aciertos y errores, los cuales se traducirán en prestigio, respeto y credibilidad para la institución militar o su desprestigio según el caso. Así ocurrió durante el siglo XX, cuando las Fuerzas Armadas Nacionales se constituyeron en centro de poder en los gobiernos de los generales Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, e Isaías Medina Angarita; la Junta de Gobierno, presidida por Rómulo Betancourt; la Junta Militar de Gobierno, presidida por el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, el gobierno del general Marcos Pérez Jiménez y la Junta de Gobierno presidida por el contraalmirante Wolfgang Larrazabal, quien condujo la transición de la dictadura a la democracia.
Justamente, los hechos militares ocurridos el 1° y el 23 de enero de 1958 se produjeron como consecuencia de una equivocada visión del general Marcos Pérez Jiménez, quien creyó posible poder violar, sin consecuencias, la Constitución Nacional al desconocer la obligación que tenía su gobierno de convocar a elecciones libres en diciembre de 1957, llamando en su defecto a un plebiscito presidencial, burlándose de los venezolanos, para no entregar el poder. Su derrocamiento produjo en nuestro pueblo una inmensa alegría, e incrementó, de manera importante, el prestigio institucional de las Fuerzas Armadas Nacionales, cuando quedó demostrado que la prédica del general Pérez era falsa al mantener que su gobierno representaba a nuestra institución, cuando en realidad estaba controlado por una camarilla corrupta, de militares y civiles, que disfrutaba indebidamente del tesoro nacional. Seguidamente, al inicio del gobierno de Rómulo Betancourt, los nuevos altos mandos lideraron el regreso de los efectivos militares al cumplimiento de sus funciones doctrinarias y constitucionales, lo cual trajo como consecuencia el respeto, aprecio y credibilidad de los ciudadanos, atributos que mantuvo hasta el arribo del teniente coronel Hugo Chávez al poder, quien, con la colaboración de indignos compañeros de armas, estimulados por intereses meramente crematísticos, se empeñaron en destruir todo lo logrado, para poner a la institución armada al servicio de su nefasto proyecto político.
Mi generación militar, es decir, las promociones de las décadas de los años 50, 60, 70 y 80, cumplió leal, profesional y disciplinadamente su papel de grupo de presión y a la vez de asesor de todos los poderes del Estado, para la toma de las más trascendentales decisiones en materia de gobierno, seguridad y defensa de la República, de acuerdo con lo pautado en el artículo 132 de la Constitución de 1961, particularmente en lo que se refiere a que: “Las Fuerzas Armadas estarán al servicio de la República y en ningún caso al de una persona o parcialidad política”. En esos años combatimos y derrotamos los alzamientos militares de derecha y de izquierda y las acciones guerrilleras, apoyadas por Fidel Castro; rechazamos con firmeza la posición de algunos grupos políticos y militares que querían desconocer el resultado de las elecciones presidenciales de 1968; influimos para que Venezuela no firmara el inconveniente Acuerdo de Caraballeda con Colombia; disuadimos contundentemente a Colombia en su pretensión de mantener presencia en nuestro mar territorial con la incursión de la corbeta Caldas, obligando al presidente Barco a retirarla; y controlamos, en pocas horas, las insurrecciones militares de 1992. Al finalizar ese periodo histórico en 1998, las Fuerzas Armadas mantenían un creciente prestigio y una elevada credibilidad junto con la Iglesia Católica y los medios de comunicación.
Esa es la verdad, ustedes la conocen bien, pero hablemos del reto actual que tiene la Fuerza Armada Nacional. Nicolás Maduro, su gobierno y el Alto Mando Militar han venido violando flagrantemente la Constitución Nacional con el  objeto de permanecer en el poder a toda costa. El país conoce la forma inconstitucional que utilizó Nicolás Maduro para ser elegido presidente de la República al violar el artículo 229 de la Constitución Nacional. Además, su ejercicio de gobierno lo despoja de toda legitimidad que pudiera reclamar. El desastre nacional que ha ocasionado es una realidad que está a la vista: hambre, desabastecimiento, escasez de medicinas, hiperinflación, inseguridad, violencia, corrupción y pare usted de contar. Esa tragedia también afecta a los efectivos de la Fuerza Armada que viven exclusivamente de sus sueldos. Es posible que ese inmenso número de militares que ejercen indebidamente cargos en la administración pública logren enfrentar la crisis económica sin mayores problemas porque perciben dos sueldos o tienen otras canonjías. Ahora bien, la opinión pública estima que toda la Fuerza Armada es coprotagonista y responsable de los desafueros del gobierno y además, es su pilar fundamental de sustentación, junto con el Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo Nacional Electoral.
En este momento, Nicolás Maduro tiene la oportunidad de convocar a un referendo revocatorio en el año 2016, para salir pacíficamente del poder, pero en lugar de acatar la voluntad popular que lo rechaza de una manera firme y decidida, prefiere utilizar todo tipo de triquiñuelas para impedir que nuestro pueblo, a través del voto, le señale que constitucionalmente debe entregar la presidencia de la República. Por ello, el gran reto que debe enfrentar la Fuerza Armada Nacional, es el de tomar distancia de las tropelías que se cometen con su supuesto apoyo. No deben olvidar ni perder las esperanzas de que ustedes serán los protagonistas en la recuperación del decoro y la institucionalidad militares, tal como lo hicimos en el pasado. Ustedes también tendrán que escoger entre los dictámenes de su conciencia ante esta horrible tragedia nacional o tener que aceptar la violación de la Constitución y leyes de la República para beneficiar las grotescas ambiciones de poder de Nicolás Maduro y su camarilla, que han cometido los actos de más alta traición a Venezuela y a nuestro pueblo. Reflexionen y analicen lo que está ocurriendo en el país. Allí encontrarán la fuerza necesaria para cumplir con su deber y hacer respetar la Constitución Nacional. Así lo espera la inmensa mayoría de los venezolanos…

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