Editorial El Nacional
Cuando el destino nos alcance es el título en castellano de una película (Soylent Green, Richard Fleischer, 1973) que se desarrolla en un sombrío escenario en el que el canibalismo programado y protegido por las autoridades es la solución alimentaria para la hambruna inherente a la sobrepoblación –Soylent Green es una suerte de galleta a base de plancton, según la publicidad, pero cuya materia prima en realidad son cadáveres de ancianos–, una opción de la que, de seguir el régimen de Maduro, podría echar mano el gobierno, eliminando de paso gastos funerarios cuyos importes ya sabemos adónde irán a parar.
Sin embargo, no es este macabro camino el derrotero de este editorial. Solo pretendíamos establecer una analogía para explicar de dónde provino el título antes de abordar el tema que hoy nos ocupa: la difteria.
El socialismo del siglo XXI se manifiesta esencialmente reaccionario y decimonónico en la reedición de periclitados modos de producción y comercialización –conuco y trueque–, y arcaicas prácticas de sanación. Este apego a lo vetusto alcanzó su clímax cuando delegó la atención sanitaria en curanderos cubanos.
Al propiciar el regreso a diagnosis y terapias superadas por nuestra medicina sumó, a la exigua prevención y la aguda escasez de fármacos e insumos, una peligrosa variable para potenciar riesgos epidemiológicos. Los fantasmas de males que se daban por desaparecidos hoy espantan a la población.
Se ha detectado un alarmante brote de difteria, trastorno infeccioso (que ataca, sobre todo, a los niños menores de 5 años y a adultos mayores de 60), cuya mortalidad –si no es tratada a tiempo– puede alcanzar a 50% de los afectados. La situación es crítica y el gobierno calla sobre las fatales consecuencias de una enfermedad que, desde hace un cuarto de siglo, se suponía erradicada. En el estado Bolívar se ha reportado el fallecimiento de al menos dos decenas de infantes a consecuencia de su reaparición.
Existen vacunas para combatir el bacilo de Klebs-Löffler (Corynebacterium diphtheriae), pero las que se están usando en el país están al parecer vencidas, de acuerdo con denuncia formulada por María Corina Machado.
El diputado José Manuel Olivares declaró que “en el estado Bolívar se deben hacer colas de 3 días para poder vacunarse contra la enfermedad” y, abundando en el asunto, aseguró: “Llevamos más de 22 fallecidos por difteria y la ministra de Salud ni se inmuta (…) Venezuela es el único país que no emite un boletín epidemiológico desde 2013”. Y remató: “Se trata de una estrategia del gobierno: Creen que callando solucionan las cosas”.
No difiere el turbio ocultamiento oficial del secreto subyacente en la distópica cinta arriba mencionada. No es, pues, aventurado aseverar que los responsables de garantizar la buena salud a la que tenemos derecho los venezolanos cometen –por desidia y omisión– un delito de lesa humanidad; sin embargo, su ominoso silencio incrimina al sumo empleador –ocioso mencionarlo– porque, a fin de cuentas, “la culpa no es del ciego sino del PSUV que le da el garrote”.
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