Wednesday, October 5, 2016

La paz como coartada

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MARIANELLA SALAZAR
Los resultados del plebiscito en Colombia no pudieron ser más sorprendentes. Convencidos de que el acuerdo de paz presentado por el gobierno de Juan Manuel Santos arrebataría en las urnas con amplísimo margen –como afirmaban las “inefables” encuestadoras–, los efectos políticos de esa consulta, en la cual se negó el acuerdo Santos-Timochenko, tienen que ser procesados en la región, especialmente en Venezuela, para tomar experiencia de lo que fueron esos largos diálogos en La Habana que finalmente fueron “santiguados” por el papa Francisco.
Estamos a punto de comenzar un diálogo en Venezuela, la oposición confiada en su imparcialidad acaba de solicitar la mediación del Vaticano. Colombia, un país tan religioso y mayoritariamente católico, no se dejó impresionar por el ofrecimiento de Bergoglio de visitar ese país si ganaba el Sí: “Cuando sea blindado. Si gana el plebiscito, cuando todo esté seguro, seguro. Si es así, voy”. Fue una injerencia cuestionable por parte de su santidad, que tomó partido y descubrió su parcialidad y simpatías políticas. Ojalá en Venezuela pueda actuar con verdadera neutralidad; el papa está enterado de todo el sufrimiento que nos aqueja y conoce los informes presentados por la Conferencia Episcopal Venezolana, que condiciona el diálogo a la realización del referéndum revocatorio, y ha hecho pública su convicción de que el gobierno de Maduro no es para nada sincero.
Gran parte de los colombianos se miraron en el espejo de los venezolanos, conocen de primera mano, por sus hermanos y amigos que hacen vida entre nosotros, cómo es sobrevivir en ese socialismo adonde los conduciría un futuro gobierno de alias Timochenko. Fue en gran parte miedo a que la narcoguerrilla de la FARC, que en el pasado pretendió tomar el poder por la fuerza, lo hiciera esta vez por vía constitucional una vez que el presidente Santos le ofreció desaparecer “con dignidad” como organización terrorista.
Cuando los perdonavidas de la FARC declararon el alto fuego no significaba un cambio de estrategia, sino un mero cambio de táctica que perseguía lo mismo, la toma del poder, pero se abandonaba el asesinato y los crímenes como instrumentos para conseguirlo. ¿Por qué una nueva táctica?, porque el panorama social había cambiado radicalmente –el desprecio de la ciudadanía hacia las FARC y sus guerrilleros era palpable en cada rincón de Colombia–; nadie imaginó que Santos, el ministro de Defensa de Uribe, el que comandó en 2008 la Operación Fénix, que incursionó en territorio ecuatoriano, donde murió el portavoz de la narcoguerrilla, Raúl Reyes –que dejó en sus computadoras pruebas de las complicidades de Hugo Chávez y su financiación a los genocidas–, sería el primero en ayudarlos a ganar la batalla contra la democracia maquillando la operación como una apuesta por la paz.
Convertido en nuevo socio de tradición democrática, Juan Manuel Santos quiso sacar beneficios políticos y coronarse con el Premio Nobel de la Paz, pero al contrastarse en las urnas, convencido de que los ciudadanos lo refrendarían, intimidados por una propaganda brutal, que incluyó el acto proselitista en Cartagena, con la presencia de Ban Ki-moon, finalmente salió trasquilado y perdió gobernabilidad. El resultado del plebiscito lo obliga a renegociar los acuerdos incorporando a la oposición y a todos los sectores independientes, corregir uno de sus grandes errores, al dejar por fuera a millones de colombianos y poder construir, ahora sí, una verdadera paz entre todos.
El plebiscito colombiano nos reafirma la esperanza de ganarle la batalla al castro-chavismo depredador y secuestrador de Venezuela. Falta poco.

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