Saturday, October 1, 2016

Dictadura, despolitización y cultura

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A raíz de la Revolución de Octubre, la política se empodera de la sociedad venezolana. Sin embargo, los excesos que de ella se derivaron contribuyeron a que se diera al traste con la primera experiencia democrática que se puso en práctica en nuestro país, entre 1945 y 1948. Con el derrocamiento del gobierno constitucional de Rómulo Gallegos, las botas militares volvieron a marcar el paso de la política venezolana, primero bajo las riendas de Carlos Delgado Chalbaud, y posteriormente mediante la conducción de Marcos Pérez Jiménez.
Nace entonces una nueva era, signada por el interés de “despolitizar” a la nación y concentrarse en su progreso material. Arranca así la ejecución de grandes proyectos de obras públicas que se inauguran cada año. En paralelo, el dictador pone en práctica un vehículo de afirmación histórica: la Semana de la Patria. Se trata de una jornada de desfiles y ceremonias –a las que los partidarios del régimen y los funcionarios públicos son obligados a asistir–, cuyo propósito es revalorizar el concepto de patria, honrar a los héroes de la Independencia y celebrar los valores de la nación. (El parecido con la realidad actual no es simple coincidencia). Al igual que Guzmán Blanco, Gómez y otros que vendrán después, Pérez Jiménez se ve a sí mismo como la encarnación del espíritu de Simón Bolívar. De esa manera, busca ser visto en el inconsciente colectivo como el sumo pontífice de una nueva religión. Estamos pues ante la sacralización de la política y el Estado, fenómeno que se inicia con la Revolución Rusa y se propaga como terrible enfermedad entre los seguidores de esa nueva realidad.
El ámbito cultural no es ajeno a la acción del gobierno. Y menos cuando el primer mandatario se sabe limitado en ese terreno. Ante tal realidad, la carencia se trata de llenar con un baño forzado de saber. Para eso está el dinero que todo lo puede. La dictadura perezjimenista puso manos a la obra y dejó su impronta a la vista de todos.
Por un lado, encargó al ya afamado escritor español Camilo José Cela (1916-2002) –que en 1989 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura–, la elaboración de una novela de ambiente venezolano, donde se reflejaran las bondades físicas y morales del país. Se llegó a decir que para ese propósito se le pagó a Cela entre 30.000 y 40.000 dólares, una fortuna para la época. El resultado fue “la novela más aparatosamente venezolanista de cuantas hayan existido jamás: la novela del Nuevo Ideal Nacional”, a decir del escritor Gustavo Guerrero (véase su libro Historia de un encargo: “La catira” de Camilo José Cela, pp. 77-79 y 134-135). Y para muestra este botón que aparece en un parlamento, al mismo inicio del libro en cuestión:
“—Güeno, patrón, no me ponga birriondo, pues, que la catira Pipía Sánchez me manda ecile que lo aguardia en la punta e el boquerón. Güeno, y que yo le vengo a ecile, patrón, que la niña ya anduvo jugándole cucambeo a su papá, sí, señó, güeno, y que ya botó a la bestia toiticos sus corotos, patrón, eso es, güeno, sin dejá ni uno” (Cela, Camilo José, La catira, Editorial Noguer, S. A., Barcelona, 1955, p. 13).
Y por el otro, en el campo de la plástica, la estética del régimen fue representada por la obra de Pedro Centeno Vallenilla (1899-1988), primo del ministro de Relaciones Interiores y sobrino del autor deCesarismo democrático. Los espacios públicos (Salón de los Escudos del Capitolio Nacional, Círculo Militar de Venezuela, iglesia San Juan Bautista –frente a la plaza Los Capuchinos– y comedor del Hotel Maracay) se adornaron con su iconografía histórica y de corte nacionalista. El mismo artista reconoció que la influencia más directa que recuerda es la de su tío Laureano Vallenilla Lanz, quien le inculcó su pasión por el porvenir e ideales de América. Curiosamente, la representación de sus figuras desnudas y de porte atlético son un buen ejemplo de ese arte sobre el cuerpo masculino y la cultura gayque pareciera tan apartado del mundo militar y los regímenes de fuerza, pero que obviamente no lo está.
Con la dictadura de Pérez Jiménez y su grupo recomenzó un proceso de mayor empobrecimiento institucional y de decadencia política de la sociedad, con el consabido recrudecimiento de la corrupción, algo que se repite con la revolución bolivariana pero sin que estén presentes figuras de la indudable y reconocida grandeza literaria y plástica de Cela y Centeno Vallenilla, vistos a la luz de su obra completa y no de aislados lunares que es común encontrar en muchos grandes autores.


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