AXEL CAPRILES M.| EL UNIVERSAL
jueves 27 de marzo de 2014 12:00 AM
Vemos el país a través de espejos rotos que reflejan nuestros propios deseos. Mientras un informe reciente de Bank of America afirma que estamos mejor de lo que el pesimismo trasluce y que el gobierno cuenta con los recursos y las herramientas para corregir los desequilibrios internos a un bajo costo político, los trabajadores despedidos por la contratista mimada del gobierno, la empresa brasileña Odebrecht (que ha comenzado a paralizar sus principales obras), aseguran que estamos viendo, tan sólo, el ligero mar de fondo que precede el tsunami inmenso y devastador que se nos viene encima. Huérfanos de criterios objetivos para la argumentación razonada, la confusión y la incertidumbre parecieran ser, hoy, los únicos denominadores comunes de la sociedad venezolana. El país se nos volvió un reguero caótico de cristales y espejos fracturados, un hecho que pudiera ser de valor científico para los estudiosos de la teoría del caos sino fuera porque una nación solo puede existir como proyecto de futuro con capacidad integradora.
Independientemente de la magnitud del estallido social que pueda ocurrir como consecuencia de la profundización de la escasez, la inflación y la crisis económica, lo verdaderamente importante son las telarañas anímicas que no alcanzamos a ver detrás del espejo. Porque lo que nadie logra medir con encuestas es el grado de anomia, la esterilidad y el deterioro del estado de ánimo de una sociedad cuyas raíces morales se han roto. Lo que se nos viene encima no es el huracán de las protestas sino el efecto devastador del quiebre de la estructura cultural, el extrañamiento y la futilidad de una población que ha normalizado la conducta desviada. La cura de la disociación entre medios y propósitos sociales no ocurrirá sin fricción. Si hasta ahora hemos hablado insistentemente de la polarización, lo que a todas luces nos guarda el destino es el choque de opuestos en el que la revolución estudiantil es tan solo la punta de lanza de la gran transformación.
Independientemente de la magnitud del estallido social que pueda ocurrir como consecuencia de la profundización de la escasez, la inflación y la crisis económica, lo verdaderamente importante son las telarañas anímicas que no alcanzamos a ver detrás del espejo. Porque lo que nadie logra medir con encuestas es el grado de anomia, la esterilidad y el deterioro del estado de ánimo de una sociedad cuyas raíces morales se han roto. Lo que se nos viene encima no es el huracán de las protestas sino el efecto devastador del quiebre de la estructura cultural, el extrañamiento y la futilidad de una población que ha normalizado la conducta desviada. La cura de la disociación entre medios y propósitos sociales no ocurrirá sin fricción. Si hasta ahora hemos hablado insistentemente de la polarización, lo que a todas luces nos guarda el destino es el choque de opuestos en el que la revolución estudiantil es tan solo la punta de lanza de la gran transformación.
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