FABIO RAFAEL FIALLO| EL UNIVERSAL
domingo 27 de abril de 2014 12:00 AM
Por su incondicional sumisión al castrismo, y el enorme poder que les ha permitido acumular a los agentes del régimen cubano operando en Venezuela, Nicolás Maduro está llevando a su gobierno a un naufragio seguro.
Si hubiese reaccionado de manera civilizada ante las manifestaciones de descontento que sacuden el país, respetando el derecho a disentir y protestar, Maduro no hubiera desatado la ira ciudadana ni estropeado la imagen de su gobierno. Por el contrario, prefirió emplear el método castrista y arremetió contra los manifestantes con una crueldad tal que lo hace susceptible de enfrentar sometimientos judiciales ante tribunales internacionales.
A partir de esa torpeza política, el inquilino de Miraflores ha ido de humillación en humillación. No ha podido sofocar las manifestaciones. Se vio impelido a aceptar la mediación internacional y un debate televisado con la oposición, que por mucho tiempo había rechazado. Para colmo, tuvo que soportar la amonestación pública de Luis Inácio Lula da Silva, amigo tradicional del chavismo.
Ante un fracaso tan rotundo, a Maduro le tocaba recapacitar, sacudirse de la influencia del castrismo y tratar de restaurar la democracia en Venezuela.
Pero el régimen castromadurista no aprendió la lección. La prueba: se niega a promulgar una amnistía para los presos, perseguidos y exiliados por motivos políticos, condición sine qua non para salir del atolladero en que se encuentra. Declara tan sólo estar dispuesto a "evaluar casos puntuales" de presos por hechos políticos, no más.
De continuar rechazando la amnistía reclamada, Maduro está abocado a sufrir una humillación más, pues tarde o temprano se verá obligado a ceder ante la presión nacional e internacional, so pena de pagar un precio político muy alto.
Cuando sugiere tratar caso a caso los encarcelamientos políticos, lo que el gobierno persigue es recurrir a siniestros chantajes. Por ejemplo: te libero a Simonovis, pero mantengo en prisión a Leopoldo López; o le concedo la libertad a Leopoldo, pero le impongo medidas cautelares que coartarán su libertad de acción; o me abstengo de inculpar a María Corina Machado, pero no revoco su defenestración de la Asamblea Nacional; o excarcelo a Ceballos y Scarano, pero amenazo con encarcelar a los próximos alcaldes si no se pliegan a los dictados de mi régimen.
La táctica de utilizar el chantaje valiéndose de prisioneros proviene del castrismo. El régimen cubano la aplica actualmente al ciudadano estadounidense Alan Gross, a quien mantiene preso con el fin de negociar la liberación de los espías castristas que cumplen condenas en EE UU. Lo aplicó recientemente al ciudadano español Ángel Carromero – testigo de la muerte en condiciones sospechosas del disidente cubano Oswaldo Payá – a quien encarceló con el fin de negociar su silencio a cambio de su liberación.
Maduro y sus asesores castristas no comprenden que esa táctica no les funcionará en el caso venezolano. El régimen castrista la utiliza para chantajear gobiernos o prisioneros políticos. En Venezuela el contexto es diferente: el régimen castromadurista libra un pulso, no con tal o cual gobierno o prisionero, sino con cientos de miles de venezolanos resueltos a permanecer en las calles hasta obtener una respuesta satisfactoria al conjunto de sus demandas, en particular la liberación de todos los detenidos por motivos políticos.
Maduro sigue igualmente los pasos del castrismo cuando fomenta en Venezuela el monopolio estatal sobre las ondas de radio y televisión. Se equivoca de nuevo. Olvida que dicho monopolio no impedirá que las redes sociales sigan mostrando al mundo entero la magnitud de la debacle venezolana. Por otra parte, aun sin acceso a Internet, los habitantes de barrios populares constatan diariamente por sí mismos el deterioro de sus condiciones de vida. De ahí a sumarse masivamente a la ola de protestas es tan sólo una cuestión de tiempo.
Maduro se complace en recurrir a una cuarta táctica del castrismo, a saber: designar chivos expiatorios como culpables del desastre económico. En el caso de Cuba, el chivo expiatorio es el cacareado "bloqueo" (en realidad se trata de un embargo que no le ha impedido a Cuba realizar operaciones comerciales con el resto del mundo ni adquirir en EE UU una parte sustancial de los alimentos que importa). Por su parte, Maduro invoca una supuesta "guerra económica" orquestada por la "oligarquía" y la "derecha fascista".
El problema es que, como el propio Raúl Castro admitió implícitamente al formular sus "actualizaciones", designar chivos expiatorios nunca ha logrado salvar economías carcomidas por el virus del socialismo.
Ni la represión, ni el chantaje con prisioneros, ni el monopolio mediático, ni los chivos expiatorios resolverán la profunda crisis en que está sumida Venezuela. Pero Maduro muestra día tras día que carece del bagaje intelectual y político para enfrentar la situación. Por eso se está hundiendo en el mar del fracaso, atado al fatídico lastre del castrismo y sus agentes.
Si hubiese reaccionado de manera civilizada ante las manifestaciones de descontento que sacuden el país, respetando el derecho a disentir y protestar, Maduro no hubiera desatado la ira ciudadana ni estropeado la imagen de su gobierno. Por el contrario, prefirió emplear el método castrista y arremetió contra los manifestantes con una crueldad tal que lo hace susceptible de enfrentar sometimientos judiciales ante tribunales internacionales.
A partir de esa torpeza política, el inquilino de Miraflores ha ido de humillación en humillación. No ha podido sofocar las manifestaciones. Se vio impelido a aceptar la mediación internacional y un debate televisado con la oposición, que por mucho tiempo había rechazado. Para colmo, tuvo que soportar la amonestación pública de Luis Inácio Lula da Silva, amigo tradicional del chavismo.
Ante un fracaso tan rotundo, a Maduro le tocaba recapacitar, sacudirse de la influencia del castrismo y tratar de restaurar la democracia en Venezuela.
Pero el régimen castromadurista no aprendió la lección. La prueba: se niega a promulgar una amnistía para los presos, perseguidos y exiliados por motivos políticos, condición sine qua non para salir del atolladero en que se encuentra. Declara tan sólo estar dispuesto a "evaluar casos puntuales" de presos por hechos políticos, no más.
De continuar rechazando la amnistía reclamada, Maduro está abocado a sufrir una humillación más, pues tarde o temprano se verá obligado a ceder ante la presión nacional e internacional, so pena de pagar un precio político muy alto.
Cuando sugiere tratar caso a caso los encarcelamientos políticos, lo que el gobierno persigue es recurrir a siniestros chantajes. Por ejemplo: te libero a Simonovis, pero mantengo en prisión a Leopoldo López; o le concedo la libertad a Leopoldo, pero le impongo medidas cautelares que coartarán su libertad de acción; o me abstengo de inculpar a María Corina Machado, pero no revoco su defenestración de la Asamblea Nacional; o excarcelo a Ceballos y Scarano, pero amenazo con encarcelar a los próximos alcaldes si no se pliegan a los dictados de mi régimen.
La táctica de utilizar el chantaje valiéndose de prisioneros proviene del castrismo. El régimen cubano la aplica actualmente al ciudadano estadounidense Alan Gross, a quien mantiene preso con el fin de negociar la liberación de los espías castristas que cumplen condenas en EE UU. Lo aplicó recientemente al ciudadano español Ángel Carromero – testigo de la muerte en condiciones sospechosas del disidente cubano Oswaldo Payá – a quien encarceló con el fin de negociar su silencio a cambio de su liberación.
Maduro y sus asesores castristas no comprenden que esa táctica no les funcionará en el caso venezolano. El régimen castrista la utiliza para chantajear gobiernos o prisioneros políticos. En Venezuela el contexto es diferente: el régimen castromadurista libra un pulso, no con tal o cual gobierno o prisionero, sino con cientos de miles de venezolanos resueltos a permanecer en las calles hasta obtener una respuesta satisfactoria al conjunto de sus demandas, en particular la liberación de todos los detenidos por motivos políticos.
Maduro sigue igualmente los pasos del castrismo cuando fomenta en Venezuela el monopolio estatal sobre las ondas de radio y televisión. Se equivoca de nuevo. Olvida que dicho monopolio no impedirá que las redes sociales sigan mostrando al mundo entero la magnitud de la debacle venezolana. Por otra parte, aun sin acceso a Internet, los habitantes de barrios populares constatan diariamente por sí mismos el deterioro de sus condiciones de vida. De ahí a sumarse masivamente a la ola de protestas es tan sólo una cuestión de tiempo.
Maduro se complace en recurrir a una cuarta táctica del castrismo, a saber: designar chivos expiatorios como culpables del desastre económico. En el caso de Cuba, el chivo expiatorio es el cacareado "bloqueo" (en realidad se trata de un embargo que no le ha impedido a Cuba realizar operaciones comerciales con el resto del mundo ni adquirir en EE UU una parte sustancial de los alimentos que importa). Por su parte, Maduro invoca una supuesta "guerra económica" orquestada por la "oligarquía" y la "derecha fascista".
El problema es que, como el propio Raúl Castro admitió implícitamente al formular sus "actualizaciones", designar chivos expiatorios nunca ha logrado salvar economías carcomidas por el virus del socialismo.
Ni la represión, ni el chantaje con prisioneros, ni el monopolio mediático, ni los chivos expiatorios resolverán la profunda crisis en que está sumida Venezuela. Pero Maduro muestra día tras día que carece del bagaje intelectual y político para enfrentar la situación. Por eso se está hundiendo en el mar del fracaso, atado al fatídico lastre del castrismo y sus agentes.
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