MIGUEL ÁNGEL SANTOS| EL UNIVERSAL
miércoles 23 de abril de 2014 12:00 AM
El nombre original de la obra de Shakespeare que ha servido de título a esta nota, viene a ser distinto de la forma en que se ha traducido tradicionalmente: Much ado about nothing. Es decir, algo así como muy ocupados en nada, acaso también muy preocupados por nada o esmerándose en la nada. Me viene a la mente a raíz de las declaraciones optimistas de algunas bancas de inversión que han venido a Venezuela y conversado con nuestras autoridades económicas. Comoquiera que ya uno lleva años escuchándolos a diario, ya se ha creado una especie de cuero contra promesas, unos anticuerpos para propósitos de enmienda y declaraciones de intención. Ya aquí, tras quince años, se trata de constatar la existencia de hechos antes de creer.
¿Cuáles son los hechos? Se ha dado ahora una discusión intensa acerca de a qué tasa de cambio Pdvsa va a venderle dólares al (BCV). Hay una suerte de nuevo aire, de corrección fiscal proveniente de la devaluación, que hace a algunos más optimistas que otros. Me incluyo entre los últimos. La decisión de a qué tasa le vende Pdvsa dólares al BCV es irrelevante. Si se los vende lo más caro posible, a tasas de Sicad-2, Pdvsa obtendrá cincuenta bolívares por cada dólar. En consecuencia, sus balances mejorarán significativamente, y el BCV no se verá en la obligación de imprimir menos dinero para financiarle el hueco vía pagarés. Si, por el contrario, Pdvsa le vende dólares al BCV a 6,30, su hueco fiscal será mayor, y el BCV tendrá que imprimir más dinero para financiarle el déficit a la petrolera estatal. ¿Cuál es la diferencia entre estas dos? ¿Hay más dólares disponibles en una o en otra? No. ¿Hay una que implique menor expansión monetaria que la otra? No. Imprimir dinero para financiar el déficit es idéntico a cambiar los mismos dólares por más bolívares. La diferencia es apenas contable: Si devalúas, los ingresos recurrentes en bolívares serán mayores, y el financiamiento requerido del BCV será menor. Si no devalúas, el déficit será mayor, y la expansión monetaria mayor. Me cuesta pensar que un detalle cosmético pueda en realidad hacernos una diferencia tan grande.
Las tasas a las que liquidan bolívares a los venezolanos es distinta. Según el ponderado de esas tasas, la inflación. En este sentido, la devaluación provocará una subida fenomenal en los precios de los bienes importados, que vienen a representar ya aproximadamente 45% del consumo nacional. Esa aceleración de precios traerá consigo una caída en el salario real. He aquí la única diferencia. A partir de aquí, estas medidas puntuales y espasmódicas que el gobierno ha tomado, más por necesidad que por convicción, serán apenas el comienzo de una serie de devaluaciones e inflaciones sucesivas.
Hasta la primera semana de abril la impresión de dinero no había cesado. El gobierno puso a circular 95% más de monedas y billetes que hace un año. La estrategia no ha sido dejar de imprimir dinero, sino más bien a través de una política de encajes reducir la capacidad de convertir ese dinero en crédito de la banca. Así, con el encaje subiendo y la capacidad de los bancos de convertir monedas y billetes en créditos reducida de 2,96 a 2,66, la liquidez monetaria ha crecido 75%. A ese ritmo, no hay tasa que aguante.
Mucha gente me pregunta qué hubiese sido diferente de haber ganado la oposición. La mayoría de las consecuencias económicas del último show de Chávez ya estaban talladas en piedra cuando el gigante nos dejó. Ahora bien, no es lo mismo ajustar el tipo de cambio y levantar los controles de precios y seguir en lo mismo, que hacerlo en un contexto de replanteamiento de la estrategia económica, que tenga como prioridad el restablecimiento de la seguridad jurídica, los derechos de propiedad, la institucionalidad económica y que invite a la inversión extranjera a aprovechar las oportunidades que un país devastado pero con demanda garantizada como Venezuela ofrece.
De allí que no comparta el optimismo de algunos. Nuestros fundamentos no han cambiado. Estamos apenas decidiendo cuánto devaluamos, cuánto cae el consumo, y cómo se contabiliza la impresión de dinero que resulta de allí. No estamos en lo de México, no acabamos de pasar una reforma laboral y tecnológica para promover la productividad, no abrimos los sectores monopolizados por el Estado a la competencia, no se ha generado una profunda reforma fiscal. Siendo así, seguimos ocupándonos de minucias, del ruido que hacen las cada vez menos nueces, de los bolsillos del Estado y cómo se distribuye la renta petrolera menguante entre ellos. Vemos a los mismos hacer más de lo mismo, pero de alguna forma prodigiosa esperamos resultados diferentes.
¿Cuáles son los hechos? Se ha dado ahora una discusión intensa acerca de a qué tasa de cambio Pdvsa va a venderle dólares al (BCV). Hay una suerte de nuevo aire, de corrección fiscal proveniente de la devaluación, que hace a algunos más optimistas que otros. Me incluyo entre los últimos. La decisión de a qué tasa le vende Pdvsa dólares al BCV es irrelevante. Si se los vende lo más caro posible, a tasas de Sicad-2, Pdvsa obtendrá cincuenta bolívares por cada dólar. En consecuencia, sus balances mejorarán significativamente, y el BCV no se verá en la obligación de imprimir menos dinero para financiarle el hueco vía pagarés. Si, por el contrario, Pdvsa le vende dólares al BCV a 6,30, su hueco fiscal será mayor, y el BCV tendrá que imprimir más dinero para financiarle el déficit a la petrolera estatal. ¿Cuál es la diferencia entre estas dos? ¿Hay más dólares disponibles en una o en otra? No. ¿Hay una que implique menor expansión monetaria que la otra? No. Imprimir dinero para financiar el déficit es idéntico a cambiar los mismos dólares por más bolívares. La diferencia es apenas contable: Si devalúas, los ingresos recurrentes en bolívares serán mayores, y el financiamiento requerido del BCV será menor. Si no devalúas, el déficit será mayor, y la expansión monetaria mayor. Me cuesta pensar que un detalle cosmético pueda en realidad hacernos una diferencia tan grande.
Las tasas a las que liquidan bolívares a los venezolanos es distinta. Según el ponderado de esas tasas, la inflación. En este sentido, la devaluación provocará una subida fenomenal en los precios de los bienes importados, que vienen a representar ya aproximadamente 45% del consumo nacional. Esa aceleración de precios traerá consigo una caída en el salario real. He aquí la única diferencia. A partir de aquí, estas medidas puntuales y espasmódicas que el gobierno ha tomado, más por necesidad que por convicción, serán apenas el comienzo de una serie de devaluaciones e inflaciones sucesivas.
Hasta la primera semana de abril la impresión de dinero no había cesado. El gobierno puso a circular 95% más de monedas y billetes que hace un año. La estrategia no ha sido dejar de imprimir dinero, sino más bien a través de una política de encajes reducir la capacidad de convertir ese dinero en crédito de la banca. Así, con el encaje subiendo y la capacidad de los bancos de convertir monedas y billetes en créditos reducida de 2,96 a 2,66, la liquidez monetaria ha crecido 75%. A ese ritmo, no hay tasa que aguante.
Mucha gente me pregunta qué hubiese sido diferente de haber ganado la oposición. La mayoría de las consecuencias económicas del último show de Chávez ya estaban talladas en piedra cuando el gigante nos dejó. Ahora bien, no es lo mismo ajustar el tipo de cambio y levantar los controles de precios y seguir en lo mismo, que hacerlo en un contexto de replanteamiento de la estrategia económica, que tenga como prioridad el restablecimiento de la seguridad jurídica, los derechos de propiedad, la institucionalidad económica y que invite a la inversión extranjera a aprovechar las oportunidades que un país devastado pero con demanda garantizada como Venezuela ofrece.
De allí que no comparta el optimismo de algunos. Nuestros fundamentos no han cambiado. Estamos apenas decidiendo cuánto devaluamos, cuánto cae el consumo, y cómo se contabiliza la impresión de dinero que resulta de allí. No estamos en lo de México, no acabamos de pasar una reforma laboral y tecnológica para promover la productividad, no abrimos los sectores monopolizados por el Estado a la competencia, no se ha generado una profunda reforma fiscal. Siendo así, seguimos ocupándonos de minucias, del ruido que hacen las cada vez menos nueces, de los bolsillos del Estado y cómo se distribuye la renta petrolera menguante entre ellos. Vemos a los mismos hacer más de lo mismo, pero de alguna forma prodigiosa esperamos resultados diferentes.
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