RICARDO
HAUSMANN
En muchos
lugares del mundo, el Fondo Monetario Internacional es la organización a la que
todos aman odiar. Según algunos, el FMI es malo para los
pobres, las mujeres, la estabilidad económica y el medio ambiente. Joseph Stiglitz, cuya influencia es más amplia
debido a su premio Nobel, culpa al FMI de causar y luego empeorar
las crisis económicas que se le pidió que resolviera. Supuestamente, hace esto
para salvar a los capitalistas y a los banqueros, no al ciudadano de a pie. Si
bien no es cierta, esta creencia hace enorme daño y limita el bien potencial
que el FMI puede hacer.
Para
empezar, consideremos la forma como el mundo enfrenta las crisis de refugiados,
como la de Siria, y la forma como enfrenta las crisis económicas. Como su
nombre lo indica, el alto comisionado de las Naciones Unidas para los
Refugiados no es una institución, sino una persona, quien está a cargo de una
“oficina”, no de una organización plenamente dicha. Es esta debilidad la que
llevó a la canciller de Alemania, Angela Merkel, a apremiar a sus socios de la
Unión Europea para que respondieran de una manera más coherente al incesante
flujo de personas en busca de asilo.
Por el
contrario, el sistema para evitar y resolver las crisis financieras está
anclado en una institución plenamente constituida: el FMI. Puede que esta no
sea perfecta, pero en comparación con cuestiones como las de los refugiados,
los derechos humanos o el ambiente, está a años luz.
Es fácil
no comprender bien lo que hace el FMI. La mayor parte de sus esfuerzos están
dirigidos a la prevención de crisis. Como lo expresara
Franklin D. Roosevelt en 1944, en la Conferencia de Bretton Woods,
donde se establecieron el FMI y el Banco Mundial, “las crisis económicas son
fuertemente contagiosas. Por ello, la salud económica de cada país es un tema
de preocupación para todos sus vecinos, próximos o distantes”.
Es por
esta razón que los 44 países asistentes, y los 188 que hoy día pertenecen al
FMI, acordaron: “Las naciones deben consultar y acordar los cambios monetarios
internacionales que afectan entre sí... y deben ayudarse mutuamente para
superar las dificultades cambiarias de corto plazo”. En el ámbito operacional,
esto se expresa en las llamadas consultas del artículo IV. Estas discusiones formales
sobre políticas económicas entre el FMI y los gobiernos de los países miembros,
que por lo general se realizan anualmente, se redactan, pasan por la revisión
de la junta de directores ejecutivos del fondo (donde están representados los
188 países) y se publican para que cualquiera pueda
acceder a ellas en línea. Esto constituye un estándar de vigilancia y de
transparencia colectiva al que deberían aspirar las organizaciones que se
ocupan de otros temas.
El FMI ha
sido instrumental en el desarrollo de las herramientas que los países emplean
para medir, evaluar y mejorar su posición macroeconómica en un momento
determinado: la política fiscal y monetaria, así como la estabilidad
financiera, cambiaria y de precios. Además, ayuda a los países a encontrar
mejores maneras de implementar medidas en todos estos aspectos, y procura
identificar lecciones amplias provenientes de la experiencia de muchos países
que sirvan para iluminar las opciones que cada país en particular pueda tener.
A través
del diálogo, así como de la investigación, asesoría, asistencia técnica y
capacitación, el FMI ha contribuido a la creación de una comunidad de prácticas
a escala mundial. Hoy día, es más fácil ser presidente de un banco central o
ministro de hacienda que ser ministro de salud o de justicia. Esto no se debe a
que los desafíos sean menores, sino a que la comunidad de prácticas a nivel
internacional, liderada por FMI, proporciona un apoyo que simplemente no existe
en otros ámbitos.
Las
actividades más polémicas del FMI se producen durante los momentos de manejo y
resolución de crisis. Los países solicitan la ayuda financiera del FMI cuando
están en problemas y han perdido, o temen perder, su acceso a los mercados internacionales.
El FMI puede movilizar cientos de miles de millones de dólares de sus países
miembros con el fin de darles a los deudores tiempo para recuperarse. Sus
recursos eclipsan los montos que la comunidad internacional puede movilizar
para otros objetivos, debido a que su dinero se presta y se supone que se debe
devolver.
A cambio
de su apoyo financiero, el FMI típicamente exige que los países corrijan los
desequilibrios que condujeron a sus problemas, no solo para que puedan repagar
su deuda, sino también para su propio bien, para restaurar su solvencia y, por
lo tanto, su acceso a los mercados de capital. Pero es muy fácil confundir el
dolor causado por la crisis misma con el que causa el remedio.
Sin lugar
a dudas, es inevitable que el FMI cometa errores, lo que obedece en parte a que
los problemas y las cuestiones que debe enfrentar cambian constantemente, de
modo que nunca sabe si el estado actual del conocimiento es adecuado para los
nuevos desafíos. Sin embargo, siendo una organización lo suficientemente
abierta, puede y debe responder a las críticas.
Ahora,
consideremos la alternativa. Un mundo sin el FMI sería muy parecido a lo que
hoy es Venezuela. Hugo Chávez pasó a ser elregalón de los
detractores del FMI, incluso Stiglitz, cuando suspendió las
consultas del artículo IV en 2004. Como consecuencia, los venezolanos
perdieron el acceso a la información económica básica que el país tiene la
obligación de compartir con el mundo a través del FMI. El quiebre impidió que
la comunidad internacional se expresara cuando el país emprendió políticas
verdaderamente irresponsables, gastando en 2012 como si el precio del petróleo
estuviera a 197 dólares por barril en lugar de 107 dólares.
Con el
colapso del precio del petróleo desde entonces, la economía está cayendo en
picada: el PIB se contrae a un ritmo récord, la inflación sobrepasa 200%, la
moneda se ha hundido a menos de 10% de su valor previo, y ha surgido una
escasez masiva.
Venezuela
ha tratado de financiarse con la ayuda del Banco
de Desarrollo de China, el que se abstiene de imponer el tipo de
condiciones que desagradan a quienes despotrican contra el FMI. El BDC otorga préstamos
en términos secretos, para usos corruptos que no
se divulgan, y que incorporan privilegios para
empresas chinas en sectores como telecomunicaciones (Huawei),
línea blanca (Haier), automóviles (Chery) y la perforación de pozos
petrolíferos (ICTV). Los chinos no han exigido que Venezuela haga nada para
aumentar la probabilidad de recuperar su solvencia, tan solo exigen más
petróleo como garantía. Sean cuales sean las deficiencias del FMI, en
comparación, el BDC es una vergüenza.
La
tragedia es que la mayor parte de los venezolanos (y muchos ciudadanos de otros
países) creen que el papel del FMI no es ayudar sino perjudicar. En
consecuencia, evitan los recursos masivos y los conocimientos que la comunidad
internacional puede ofrecer en un momento de crisis económica con el fin de
disminuir el dolor y acelerar la recuperación. Esto los ha hecho quedar en una
situación mucho peor de la que los detractores del FMI pueden llegar a
reconocer.
Vía El
Nacional
Que pasa Margarita
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