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MIGUEL SANMARTÍN | EL UNIVERSAL
sábado 26 de septiembre de 2015 12:00 AM
La verdad, camarita, asombra como este pueblo mantiene la capacidad de aguante ante un gobierno tragicómico, fabulador, incitador e ineficiente. Se volvió estoico. Refractario. Soporta todo. Hasta no tener papel higiénico. Ni café ni leche ni mantequilla pa' la arepita mañanera. Ni pañales pa' los chamos. Ni aspirinas pa'l resfrío. Ni agua ni luz eléctrica. Dadas las circunstancias actuales el venezolano no debería prescindir jamás de ese estoicismo. Requiere preservar su caparazón de morrocoy para seguir aguantando la leña que aún falta.
El país está al borde del colapso. Incluso algunos analistas especulan que pudiera darse una crisis humanitaria debido al galopante deterioro económico y social. También moral e institucional. Amenizado por injustificados altercados vecinales. Mientras el califato regente procura distraer a la población con juegos de guerra y advertencias apocalípticas (revueltas, asonadas, magnicidios, etc.) siguen cerrando empresas y comercios. Cada vez es más difícil encontrar lo indispensable para subsistir. Aumenta el desempleo. Se incrementa la escasez y la inflación. Igualmente alarma la crueldad y el ensañamiento de la delincuencia. La población siente y reclama que el gobierno no actúa con determinación contra los azotes.
En medio de este panorama desolador, agravado por la caída de los precios del petróleo y de otros commodities como hierro y aluminio, el gobierno revolucionario vuelve a sorprender. Y no precisamente corrigiendo sus errores. Rectificando las políticas que nos lanzaron al despeñadero. No señor. El Socialismo del Siglo XXI es inmodificable para los pupilos de los hermanos Fidel y Raúl Castro.
Endeudados hasta la médula dentro y fuera del país con proveedores, productores y prestadores de servicios y, además, sin divisas suficientes para seguir importando lo que la industria local dejó de aportar (alimentos, medicinas, artículos de higiene personal y del hogar, ropa, calzado, línea blanca y marrón, vehículos, cemento, cabillas, etc.) debido a la aplicación del modelo castrochavista, el gobierno prefiere comprar a Rusia otro lote de aviones de guerra antes que utilizar esos recursos para paliar el desabastecimiento, recuperar la infraestructura, mejorar los salarios a los empleados públicos, equipar los hospitales y reactivar el aparato productivo nacional.
Para algunos esta adquisición es inaudita. Para otros es una provocación a la sociedad democrática que adversa al régimen totalitario. El país tiene demasiados problemas. Son muchas las necesidades que pudieran resolverse con los recursos que se invertirán en la compra de una docena de Sukhoi-50, un avión caza todavía en fase de desarrollo cuyo coste unitario se estima entre 100 y 120 millones de dólares, dependiendo del modelo seleccionado.
La aviación comercial venezolana -como todos los demás sectores- necesita inversión. Debería ser una prioridad para el gobierno que mantiene una deuda de más de tres millardos de dólares con esa industria. Los pasajeros deben soportar constantes demoras y riesgos por la precariedad de los equipos. Excluyendo los Embraer-190 de Conviasa, el resto de la flota venezolana (insuficiente para la demanda) es la más antigua del continente. Son habituales los percances de las aeronaves debido a las dificultades de las aerolíneas para realizarles mantenimiento. Subsanar esta deficiencia sería primordial para un gobierno más preocupado por las necesidades y seguridad de las personas que por mantener las apariencias.
Antes que proseguir con esa negociación el país querría conocer las causas que provocaron el siniestro del Sukhoi-30 en Guasdualito donde perecieron dos oficiales de la Fuerza Aérea. ¿Por qué se estrelló esa aeronave? ¿Debido a fallas técnicas? ¿Tal vez a un error humano? ¿Hubo otra incidencia? ¿Por qué no se eyectaron los pilotos? ¿Falló el sistema? ¿No tuvieron tiempo de activarlo? Preguntas... preguntas... preguntas.
msanmartin@eluniversal.com
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