Todo
permite suponer que, en el curso de las próximas semanas, el gobierno de
Nicolás Maduro inundará los mercados del país con una gran (aunque
insuficiente) cantidad de alimentos y medicinas, que ya están llegando a Puerto
Cabello y La Guaira, pero por una sola y desesperada vez. Importaciones masivas
de emergencia para producir el milagro de acortar parte de la inmensa distancia
que en estos momentos separa a los candidatos del PSUV de la victoria electoral
el 6-D y poder así modificar los resultados, mediante los habituales recursos
fraudulentos del CNE y compañía.
El
ingrediente esencial del populismo es el carisma de su líder. Realidad casi
mágica gracias a la cual las masas populares fueron adaptándose al creciente
deterioro de las condiciones de vida que les imponía la “revolución
bolivariana”, a cambio de la satisfacción emocional que les producía el mensaje
redentor de Hugo Chávez. La muerte del líder, la caída brusca y brutal del
mercado petrolero y la grisura sin remedio de Maduro como heredero de la
incalculable fortuna política de Chávez, determinó que la nave del chavismo se
encuentre ahora sin timón en medio de la peor tormenta de la historia nacional.
La
primera señal de esta catástrofe política se produjo en las elecciones
presidenciales de abril de 2013, en las que Maduro tuvo que revalidar el
desmesurado favor personal que le había hecho su mentor. El colapso de la
economía y sus penosas consecuencias sociales habían obligado a un Chávez ya
moribundo a hacer el esfuerzo sobrehumano de presentarse a las elecciones del
año anterior, único recurso que le permitió al régimen evitar una crisis
política anticipada. El desempeño errático de Maduro desde que se encargó de la
Presidencia de la República hizo el resto, y si bien el CNE lo proclamó
vencedor en aquellos comicios controversiales, a partir de ese instante el
llamado proceso revolucionario se hizo disparate sin sentido.
Fruto
amargo de aquel grave traspié fue que a medida que crecía el malestar popular y
empeoraba la muy poca calidad de su imagen, Maduro, en lugar de rectificar el
rumbo incierto del régimen, fue destruyendo sistemáticamente sus bases
populares de sustentación, construidas por Chávez desde el fracasado golpe del
4 de febrero. Maduro y sus lugartenientes se creyeron entonces obligados a apretar
las tuercas del aparato represivo del gobierno y comenzaron a actuar como si
esto fuera una simple y torpe dictadura, cada día con menos disimulo y menos
maquillaje. Sin darse cuenta de que, en los tiempos que corren, dirigirse
ciegamente hacia un horizonte que por definición resulta imposible de alcanzar
solo ha servido para propiciar las circunstancias demoledores de la
hiperinflación, las colas interminables, la sequía absoluta de dólares, la
militarización y hasta la absurda amenaza de un conflicto bélico con Guyana o
con Colombia. Y así, en lugar de frenar el descontento y satisfacer su ambición
de poder total, Maduro solo ha conseguido debilitar al régimen y ahondar el
abismo en que se hunde Venezuela.
En esta ominosa encrucijada se
genera otra serie de incógnitas. ¿Con qué expectativas esperan los venezolanos
las elecciones del 6-D? ¿Este nuevo “dakazo” le servirá al régimen para
reproducir el efecto balsámico que desencadenó en las Navidades pasadas su
intervención del mercado de refrigeradores, lavadoras y televisores, o la
población, ya curada de espantos después de aquella penosa experiencia,
sencillamente aprovechará la súbita pero pasajera abundancia de alimentos y
medicinas para abastecerse de todo lo que puedan y prepararse así para enfrentar
el mayor desabastecimiento que irremediablemente sufriremos todos a partir del
7-D? Y, en ese punto, ¿qué hará el gobierno? ¿Saldrá Maduro al frente del
pueblo para barrer de las calles a los enemigos de la patria? ¿Se atreverá a
tanto? Y, en ese caso, ¿qué haría la oposición? ¿Qué?
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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