Rafael Rojas
El Papa Francisco ya está en Estados Unidos luego de varios días en Cuba, donde, como se esperaba, emplazó en sus homilías y ángelus a los múltiples actores involucrados en el conflicto cubano.
Desde Roma, a pocas horas de volar a La Habana, Jorge Mario Bergoglio dijo a un grupo de jóvenes cubanos y norteamericanos que quien se aferra al poder es un “tirano”. Luego, en la isla, dijo más: que la era de “las dinastías y los grupos” había concluido; que había que “servir” a las personas, no a las ideologías; que el gobierno debía continuar por el camino de la apertura, que era preciso abandonar la “resistencia al cambio” y que todos los miembros de la nación cubana debían reconciliarse y aprender a convivir en el mismo territorio.
Pero Francisco también fue sumamente cuidadoso. Visitó a Fidel Castro y, aunque agradeció el indulto de 3,500 reclusos, evitó rigurosamente mencionar la permanencia de presos políticos en las cárceles de la isla y la represión de decenas de opositores durante su visita a Cuba. Varios líderes de la oposición cubana fueron detenidos para evitar que asistieran a misas del Papa o a un saludo en la catedral de La Habana al que fueron invitados expresamente por la Nunciatura. En abierto desafío al mensaje de diálogo, reconciliación y paz del Sumo Pontífice, el gobierno cubano incrementó la represión de opositores pacíficos durante los pocos días que Francisco visitó La Habana, Holguín, Santiago y el Cobre.
En su última misa en el Cobre, consagrada a la Virgen de la Caridad, el Papa pidió a la Iglesia salir a la calle, sin miedo, y reintegrarse plenamente al pueblo cubano. El santuario era el lugar indicado, símbolo del periodo histórico de mayor arraigo popular de la religión católica en la isla, en la primera mitad del siglo XX, antes de que la Revolución Cubana propiciara la creación de un Estado comunista ateo, que duró más de tres décadas. Con ese cierre de su visita, Jorge Mario Bergoglio dejó en claro que la prioridad de Roma en su relación con Cuba es el aumento de la ciudadanía católica y el levantamiento del perfil público de la Iglesia en la isla. La recuperación del culto mariano a la Caridad del Cobre sería, según Francisco, la buena nueva de la catolicidad de los cubanos en el siglo XXI.
La diplomacia vaticana puso por encima de cualquier malestar o consideración el objetivo de afianzar la presencia de la Iglesia en la sociedad civil cubana. De los pronunciamientos del Papa se desprende que Roma seguirá insistiendo para que nuevos templos católicos sean abiertos en la isla, que el episcopado cubano tenga mayor acceso a los medios de comunicación y que el clero gane espacios en la educación y la cultura, bajo el monopolio absoluto del Estado. La elección de Roma es evidente: más que una confrontación con el régimen, interesa a Francisco un trabajo paciente a favor del reposicionamiento del catolicismo en la isla que consolide la autonomía de la sociedad civil, como condición para una futura democracia cubana.
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