RUBÉN DE MAYO| EL UNIVERSAL
jueves 23 de enero de 2014 12:00 AM
Es bochornoso que Maduro culpabilice a la televisión y a los medios de la inseguridad que padecemos, evadiendo la responsabilidad que debe tener el Gobierno Nacional en tema tan importante como la vida y el resguardo de la propiedad privada y social.
El día de su Memoria y Cuenta, el presidente Maduro habló del fomento de la violencia y la difusión de antivalores que se hacen desde la televisión, señalando el caso de una telenovela venezolana en la cual uno de sus personajes, interpretado por la actriz Norkys Batista, es una asesina, para explicar los altos índices de criminalidad en el país. Este planteamiento de Maduro tiene mucho eco en sectores moralistas y hasta en algunos predios pseudo-intelectuales y conservadores, obviando que la realidad refuta en sus aspectos más extremos esta creencia, que tiene el don particular, por su ramplonería y superficialidad, de convencer a los más incautos, por ser eso mismo: por ser una creencia (recordemos que, según Ortega y Gasset, la creencia se diferencia de la idea en su carácter incontrovertible, exento de reflexión y de duda) y por la gran industria publicitaria que ciertamente condiciona gustos y conductas.
No se ha demostrado que la televisión ni el cine, violentos, inciden directamente en los elevados índices de criminalidad. Holanda, Dinamarca, Bélgica, Suecia, Finlandia, Austria y Suiza ven la misma televisión sangrienta y violenta que nosotros, plagadas de películas de terror, sangre, adrenalina, sexo y acción, y no llegan todos juntos a 100 muertos al mes producto de la delincuencia. Y digo más: tal vez esa misma televisión sangrienta los ha beneficiado en su lucha contra la violencia. Así como lo lee. Recordemos que Aristóteles, en el análisis que hizo de la tragedia griega en su Poética, hablaba de la benéfica influencia del teatro para purificar (catarsis) y redimir el alma de las pasiones, sentimientos y pulsiones instintivas más exacerbadas. El espectador al ver proyectadas sus más bajas pasiones en los personajes de la tragedia (mímesis), al involucrarse en la trama, puede experimentar las mismas sensaciones y pasiones que esos personajes, pero sin sufrir sus verdaderos efectos, lo cual le permitirá reflexionar sobre sí mismo y sus límites, ayudándolo a conocerse mejor y a evaluar con mayor criticidad dichas pasiones.
Es la catarsis aristotélica, entonces, expresión de la necesaria manifestación y tratamiento psicológico que debemos darle a nuestras emociones y sentimientos más íntimos; muchas de las expresiones más violentas del cine y la televisión podrían coadyuvar a canalizar esas pasiones y emociones violentas soterradas. Además, hay un tipo de violencia en el cine y la televisión que nos provoca la reflexión crítica. No es lo mismo, por ejemplo, la descarnada y áspera violencia que se palpa en películas como La Naranja Mecánica, de Stanley Kubrick, la cual invita a la distancia reflexiva, que la violencia explícita y sin sesera de películas como Rambo o Terminator.
¡Pero Maduro qué va a saber de catarsis aristotélica! Ni siquiera sabrá el argumento de una tragedia griega llamada Edipo Rey, en la cual el protagonista principal asesina a su padre (parricidio) y se acuesta con su propia madre (incesto). Qué diría Maduro del autor de esta tragedia: Sófocles. Qué dirá de Eurípides, otro poeta trágico griego que hizo que una madre (Medea) asesinara a sus propios hijos. ¿Lo culpabilizará de las Guerra Médicas y de todo el desastre bélico que vino con posteridad? Por lo pronto, Maduro acusó a una telenovela venezolana: De Todas Maneras Rosas, de promover antivalores y fomentar la violencia, censurando a la bella de Norkys Batista por interpretar a una asesina. De seguro, pensará Maduro, esa actuación de Norkys ha servido para cebar al mundo hamponil de maldad y ha propiciado un incremento de la criminalidad en nuestro país.
Ni los colectivos armados por este propio Gobierno; ni el corrupto sistema judicial ni nuestras infames cárceles, donde el delincuente se especializa en el delito, tienen la culpa. La culpable de la inseguridad es esa televisión sangrienta de la cual nuestro delincuente mediático, farandulero y culebrero se alimenta.
El día de su Memoria y Cuenta, el presidente Maduro habló del fomento de la violencia y la difusión de antivalores que se hacen desde la televisión, señalando el caso de una telenovela venezolana en la cual uno de sus personajes, interpretado por la actriz Norkys Batista, es una asesina, para explicar los altos índices de criminalidad en el país. Este planteamiento de Maduro tiene mucho eco en sectores moralistas y hasta en algunos predios pseudo-intelectuales y conservadores, obviando que la realidad refuta en sus aspectos más extremos esta creencia, que tiene el don particular, por su ramplonería y superficialidad, de convencer a los más incautos, por ser eso mismo: por ser una creencia (recordemos que, según Ortega y Gasset, la creencia se diferencia de la idea en su carácter incontrovertible, exento de reflexión y de duda) y por la gran industria publicitaria que ciertamente condiciona gustos y conductas.
No se ha demostrado que la televisión ni el cine, violentos, inciden directamente en los elevados índices de criminalidad. Holanda, Dinamarca, Bélgica, Suecia, Finlandia, Austria y Suiza ven la misma televisión sangrienta y violenta que nosotros, plagadas de películas de terror, sangre, adrenalina, sexo y acción, y no llegan todos juntos a 100 muertos al mes producto de la delincuencia. Y digo más: tal vez esa misma televisión sangrienta los ha beneficiado en su lucha contra la violencia. Así como lo lee. Recordemos que Aristóteles, en el análisis que hizo de la tragedia griega en su Poética, hablaba de la benéfica influencia del teatro para purificar (catarsis) y redimir el alma de las pasiones, sentimientos y pulsiones instintivas más exacerbadas. El espectador al ver proyectadas sus más bajas pasiones en los personajes de la tragedia (mímesis), al involucrarse en la trama, puede experimentar las mismas sensaciones y pasiones que esos personajes, pero sin sufrir sus verdaderos efectos, lo cual le permitirá reflexionar sobre sí mismo y sus límites, ayudándolo a conocerse mejor y a evaluar con mayor criticidad dichas pasiones.
Es la catarsis aristotélica, entonces, expresión de la necesaria manifestación y tratamiento psicológico que debemos darle a nuestras emociones y sentimientos más íntimos; muchas de las expresiones más violentas del cine y la televisión podrían coadyuvar a canalizar esas pasiones y emociones violentas soterradas. Además, hay un tipo de violencia en el cine y la televisión que nos provoca la reflexión crítica. No es lo mismo, por ejemplo, la descarnada y áspera violencia que se palpa en películas como La Naranja Mecánica, de Stanley Kubrick, la cual invita a la distancia reflexiva, que la violencia explícita y sin sesera de películas como Rambo o Terminator.
¡Pero Maduro qué va a saber de catarsis aristotélica! Ni siquiera sabrá el argumento de una tragedia griega llamada Edipo Rey, en la cual el protagonista principal asesina a su padre (parricidio) y se acuesta con su propia madre (incesto). Qué diría Maduro del autor de esta tragedia: Sófocles. Qué dirá de Eurípides, otro poeta trágico griego que hizo que una madre (Medea) asesinara a sus propios hijos. ¿Lo culpabilizará de las Guerra Médicas y de todo el desastre bélico que vino con posteridad? Por lo pronto, Maduro acusó a una telenovela venezolana: De Todas Maneras Rosas, de promover antivalores y fomentar la violencia, censurando a la bella de Norkys Batista por interpretar a una asesina. De seguro, pensará Maduro, esa actuación de Norkys ha servido para cebar al mundo hamponil de maldad y ha propiciado un incremento de la criminalidad en nuestro país.
Ni los colectivos armados por este propio Gobierno; ni el corrupto sistema judicial ni nuestras infames cárceles, donde el delincuente se especializa en el delito, tienen la culpa. La culpable de la inseguridad es esa televisión sangrienta de la cual nuestro delincuente mediático, farandulero y culebrero se alimenta.
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