ROBERTO GIUSTI| EL UNIVERSAL
martes 18 de febrero de 2014 12:00 AM
Dilemático es el término que a falta de otro, más apropiado, encuentro para definir la situación que envuelve al país. Y no me refiero precisamente al ya ajado debate entre capitalismo versus socialismo o democracia contra dictadura, aunque de eso también va el asunto. Pero aquí se trata de dos, (no incluyo a María Corina para simplificar el análisis) jóvenes, pero ya curtidos dirigentes políticos que, en medio de toda clase de dificultades, han permanecidos unidos por un factor que, al parecer, no resulta suficiente a la hora de fijar un solo diseño estratégico de lucha.
Eso, si nos atenemos a recorrer la superficie en el mapa de sus diferencias en cuanto al desarrollo del trabajo político porque si sondeamos un poco más abajo y adentro, no resulta difícil tropezarse con una razón, si se quiere natural y no sólo inevitable sino hasta necesaria: la tremenda rivalidad entre dos personalidades que necesariamente chocan y no caben en el mismo sitio porque es muy difícil, imposible diríamos, en las actuales circunstancias, la existencia de un liderazgo bicéfalo, ante la arrogancia y la total carencia de escrúpulos por parte de un poder que no se detiene en minucias éticas cuando se trata de liquidar al enemigo.
Eso no quiere decir que las diferencias de enfoque, en cuanto a la estrategia, sean un simple pretexto. Todo lo contrario, para mal de la comunidad de venezolanos que clama desesperadamente por un cambio, Henrique y Leopoldo abrieron aguas el pasado domingo y todo parece indicar que cada quien marchará (literalmente) por su lado. Uno por el camino largo, sinuoso y lento de construir una mayoría que no ha terminado de solidificarse y el otro acelerando el proceso, aferrándose a un gesto heroico y arriesgado que no sabemos como va a terminar.
Henrique tiene razón cuando reconoce que no se puede dar una demostración de fuerza cuando no se la tiene en suficiente cuantía. Y luce sabiamente ponderado al afirmar que el gobierno acude a la violencia para tapar la terrible situación económica, verdadero detonante de una explosión social. Pero Leopoldo, con su anuncio de entregarse y forzar la barra, lo hace porque la dinámica de los hechos amenaza con llevárselo todo por delante, por tanto la situación se hace insostenible y, mal que bien, hay que montarse sobre esa ola.
Y ahí está el dilema. Entre un gobierno cuya base social, su sustento natural y original, resulta cada vez menor y por eso se apoya cada vez más en el poder de fuego (el regular y el irregular) porque allí la lucha por el poder transcurre en sordina y una oposición sumida en el dilema planteado por la disyuntiva entre Henrique y Leopoldo. En el medio está el país, desorientado, desasistido y perplejo.
Eso, si nos atenemos a recorrer la superficie en el mapa de sus diferencias en cuanto al desarrollo del trabajo político porque si sondeamos un poco más abajo y adentro, no resulta difícil tropezarse con una razón, si se quiere natural y no sólo inevitable sino hasta necesaria: la tremenda rivalidad entre dos personalidades que necesariamente chocan y no caben en el mismo sitio porque es muy difícil, imposible diríamos, en las actuales circunstancias, la existencia de un liderazgo bicéfalo, ante la arrogancia y la total carencia de escrúpulos por parte de un poder que no se detiene en minucias éticas cuando se trata de liquidar al enemigo.
Eso no quiere decir que las diferencias de enfoque, en cuanto a la estrategia, sean un simple pretexto. Todo lo contrario, para mal de la comunidad de venezolanos que clama desesperadamente por un cambio, Henrique y Leopoldo abrieron aguas el pasado domingo y todo parece indicar que cada quien marchará (literalmente) por su lado. Uno por el camino largo, sinuoso y lento de construir una mayoría que no ha terminado de solidificarse y el otro acelerando el proceso, aferrándose a un gesto heroico y arriesgado que no sabemos como va a terminar.
Henrique tiene razón cuando reconoce que no se puede dar una demostración de fuerza cuando no se la tiene en suficiente cuantía. Y luce sabiamente ponderado al afirmar que el gobierno acude a la violencia para tapar la terrible situación económica, verdadero detonante de una explosión social. Pero Leopoldo, con su anuncio de entregarse y forzar la barra, lo hace porque la dinámica de los hechos amenaza con llevárselo todo por delante, por tanto la situación se hace insostenible y, mal que bien, hay que montarse sobre esa ola.
Y ahí está el dilema. Entre un gobierno cuya base social, su sustento natural y original, resulta cada vez menor y por eso se apoya cada vez más en el poder de fuego (el regular y el irregular) porque allí la lucha por el poder transcurre en sordina y una oposición sumida en el dilema planteado por la disyuntiva entre Henrique y Leopoldo. En el medio está el país, desorientado, desasistido y perplejo.
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