Monday, February 24, 2014

Maduro: un títere cubano con capucha y ametralladora

En: http://www.noticierodigital.com/2014/02/maduro-un-titere-cubano-con-capucha-y-ametralladora/

Manuel Malaver

23 Febrero, 2014
Es lógico que el que no tiene nada, termine siendo instrumento de los que tienen algo, o mucho.

Axioma de origen aristotélico que de tan masticado, tragado y regurgitado por un pensador llamado, Carlos Marx, terminó convertido en la centralidad de su filosofía.
Merecería, por tanto, no ser recordado ni citado en el inicio de un artículo sobre la tragedia que hoy vive mi país, si no fuera porque la praxis (otra palabra adorada por Marx), me obliga a fijarme en un instrumento, pieza o ficha que, sin duda, será el principal acusado por los crímenes que ahora mismo se cometen en las calles, ciudades y pueblos de Venezuela.
Un instrumento, pieza o ficha tan oscuro que hasta hace un decenio no se tenían noticias ciertas de su existencia, y, solo meses, para que alguien se atreviera a pensar que podría ser jefe de un Estado.
En otras palabras: que venía de la nada, sin ninguna clase de hechos, cuentos, chismes, analectas o reseñas que avalaran la profecía de que, en el futuro inmediato, se vería comportándose o asumiendo el destino atroz que ya será la primera página de su abultado expediente.
Eso sí, perfectamente obsecuente, servil, sumiso, doblado ante cualquier grande, mediano o pequeño que le permitiera croar, quizá arañar, o posar a su lado.
En este arte, no puede negarse que Maduro resultó un maestro, pues si revisamos su actuación en el único cargo importante que tuvo alguna vez, el de canciller de Hugo Chávez, percibimos que fueron seis años (2006-2012) en que no pensó, dijo, o hizo nada.
“Dienterrotismo” que llamó la atención de unos marioneteros en busca de títeres -y si eran de países petroleros, mejor- los dictadores, Fidel y Raúl Castro, quienes padecían (con 169 años a cuestas) por su incapacidad de encontrarle un sustituto al finado subsidio soviético, lo que abría oportunidad al colapso del mohoso, esperpéntico y anacrónico socialismo cubano y su reemplazo por un sistema de democracia constitucional y de economía competitiva y de mercado.
“Democracia” y “economía competitiva”, fobias cincuentenarias en el genoma de los “Hermanos Caradura” que, rápidamente, se dieron a la tarea de no irse de este mundo sin dejar garantizado el calvario que le habían estructurado al pueblo cubano.
Y examinando currículos, si Chávez les pareció “bien”, Maduro les lució “mejor”, pues sicario, si parlanchín no es de confiar, y si silencioso difícilmente encuentra sustituto.
Observación que nos lleva a la conclusión de que los dictadores cubanos pudieron muy bien conocer de manera anticipada la enfermedad e inevitable deceso de Chávez, y que, no solo se empeñaron en acelerarlo, sino en entrenar al títere afásico que sería su sucesor.
Maduro, entonces, como político y presidente nació con un pecado original, o falla congénita: no tenía -salvo a los Castro y su aparato policial, el G-2- un partido, grupo o sector político que lo apoyara, dentro o fuera del país, por lo que corrió a mendigarle “alianzas” al generalato más corrupto y al margen de la ley de la FAN, a los ultrarradicales del PSUV, y, lo que fue peor, a los “colectivos armados” de algunas barriadas caraqueñas que, desde el 2004, venían controlando al hampa común y la delincuencia organizada.
Maniobró, también, con algunos sectores opositores a quienes les vendió el contrabando que, “si se portaba mal” se lo perdonaran y tuvieran paciencia, pues “no era tan malo como parecía, que solo trataba de engañar a los radicales del gobierno y del Ejército”, de “evitar un golpe gorila encabezado por Cabello”, pero que en cuanto se fortaleciera, ya saborearían el terrón de azúcar que se habían encontrado en el camino.
Si algunos opositores compraron tamaña patraña no podemos asegurarlo, pero lo que sí sabemos es que de dentro del gobierno, Maduro, comenzó acumular una suerte de apalancamiento carcomido de desprecios, burlas e ironías, y que mientras más se empeñaba en tomarse en serio su papel, era más rechazado, repudiado, abominado, por lo que, cada cual a su manera, fue tejiéndole la tela de araña en la que hoy aparece ejerciendo una dictadura sangrienta, en la vía inversa al ordenamiento jurídico internacional que pronto empezará a pedirle cuentas de sus fechorías.
El propio gorila, pero con disímiles cuerdas atadas al cuello, ya que, de un lado lo tensan, Diosdado Cabello y Rodríguez Torres (los verdaderos autores de la represión y los asesinatos que enlutan al país); de otro, el radicalismo del PSUV que encabezan Rafael Ramírez, Jorge Giordani, Jorge Arreaza, Adán Chávez, Francisco Ameliach, Darío Vivas, los hermanos Rodríguez y Barretico (para solo hablar de unos pocos); y por último, están los “colectivos” armados, que no son más que hampa común “revolucionaria” y delincuencia organizada, responsables de la mitad de los crímenes que se cometen anualmente en el país (25.000 en el 2013).
El Plan Maestro, sin embargo, no es elaborado sino en La Habana, en los bunker privados de Fidel, Raúl Castro y Ramiro Valdés, en las catacumbas o subterráneos, donde, desde hace decenas de años se han diseñado y perpetrado algunos de los crímenes más horrendos que ha conocido la humanidad.
Se duda que Maduro, o aun Chávez, hayan sido invitados a estos santuarios del terror, pues solo unos pocos miembros de la cerrada élite cubana han visto en pleno vuelo a estas aves de rapiña para las que no existen distancias, climas, tiempo, ni cielos que impidan tomar en sus garras cualquier presa que se les coloque a puntería.
Avistaron, desde hace 15 años, la siempre codiciada Venezuela, y ayudados por congéneres como Chávez, han ido picoteándola, desmembrándola, despellejándola hasta dejarla solo en los puros huesos.
Nada, sin embargo, como los tiempos de Nicolás Maduro, perfecto hombre de paja, sin nada que oponer a las aves de rapiña cubanas, ni a los carroñeros del patio, y por tanto, convertido en asesino y verdugo de unos ciudadanos cuyo único delito es defender a su país.
Devenido, en consecuencia, en un dictador de utilería, de hojalata, maquinal, de bolsillo, pero no por ello menos eficaz a la hora de dejar a su paso un reguero de sangre.
Animando, premiando, celebrando a quienes disparan, y dejando claro que es él mismo quien los estimula y motiva, siendo que es un triste títere, un vulgar sicario que por la paga de que le reconozcan alguna visibilidad, va de casa en casa, de apartamento en apartamento, de urbanización en urbanización, y de barrio en barrio precisando donde disparar, saquear y matar.
Es Nicolás Maduro, una desgracia anónima, una nulidad marginal, una sombra sin alma, un asesino que empieza su carrera, pero con puntos para superar a monstruos de su especie como Pedro Estrada, Manuel Contreras, Alfredo Astiz, y Vladimiro Montesinos.
Una herramienta, un instrumento, una pieza de los que mandan, de los que ordenan, de los comandantes en jefe, pero por eso mismo intachable para hacer un trabajo en el que es imprescindible no pensar, no sentir, no dudar.

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