Las tres damas de Pavlov
Bachelet, Kirchner
y Rousseff se molestarán si las llamamos "viejas", pero es que su
comportamiento responde a lo más viejo y vetusto del antiguo estalinismo,
devenido en fidelismo cubano.
Por Jurate
Rosales
Recordemos el experimento de Pavlov.
Realizarlo con perros le permitió acondicionar el comportamiento de los canes
para que reaccionen como se tenía previsto. Probó que ante una comida, con sólo
verla, los perros salivaban. Luego, con sólo ver a la persona que les daba la comida,
empezaban a salivar. La comida ya no estaba, pero la salivación venía
acondicionada por lo que decidía el amo. No pretendo comparar ciertas damas con
perros o perras. Hablo de un experimento científico, que luego influenció la
ciencia de la psicología.
Cuando la presidenta de Chile,
Michelle Bachelet, en su primera presidencia, visitó a Hugo Chávez en el
Palacio de Miraflores, se vistió de rojo de pies a cabeza – parecía lista para
ir a una marcha del PSUV. Pero cuando por esa misma época, estuvo en la Casa
Blanca visitando al presidente de los Estados Unidos, llegó vestida de un suave
azul. Lejos de verlo como una "hábil treta", tratándose de la
presidenta de un país soberano e independiente, evidenció una obediencia en su
comportamiento que por consideración a su cargo, no llamaré perruna ni me
referiré a la salivación.
Hasta cierto punto, esa obediencia a
lo que llamaríamos "las circunstancias" forma parte del
acondicionamiento de Michelle Bachelet, quien pasó sus años de formación
política en Alemania comunista, bajo el ala de uno de los más dogmáticos y
ciegamente obedientes comunistas de la era soviética, como lo fue Erich
Hönecker, quien protegió personalmente a la exiliada estudiante chilena. Fue a
través del Partido Socialista Unido de Alemania comunista que Michelle Bachelet
pudo continuar sus estudios en Alemania oriental donde se casó con otro joven
exiliado, Jorge Dávalos, entrenado por la tenebrosa Stasi (policía secreta de
Alemania oriental) en el manejo de explosivos. Durante esos años de su
aprendizaje político, Michelle Bachelet no podía ignorar el trabajo de
represión, terrorismo y espionaje que desempeñaba la Stasi. Tampoco podía
ignorar lo que representaba el Muro de Berlín, tanto más en cuanto que su
primera vivienda en Alemania fue en Potsdam, en las cercanías de Berlín y sus
estudios universitarios se iniciaron en la Universidad Karl Marx. En total,
Bachelet pasó por la escuela de la obediencia ciega a la línea del partido, sin
jamás incurrir en consideraciones de orden humano o en una peligrosa libertad
de criterio.
Hoy, la rebeldía del estudiantado
venezolano, desarmado y enfrentado a una represión feroz que tortura y asesina
no impresionan a la presidenta chilena que también ella fue estudiante,
detenida y torturada por los esbirros de Pinochet. Curiosa, pero lógicamente,
su obediencia a la línea de Fidel Castro pasa ahora por encima de cualquier
otra consideración. Cosas de Pavlov, diríamos.
Otra dama con una actitud similar a
la de Bachelet frente a lo que hoy ocurre en Venezuela, es Cristina Fernández,
viuda de Kirchner. Más que víctima de una línea de partido, Cristina es
prisionera de los manejos de dinero, iniciados por su difunto marido y
diligentemente continuados bajo su presidencia. Sería ingenuo pensar que los intereses
que unen hoy a Cristina con el heredero de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, se
deben únicamente a unos míseros 800.000 dólares llevados en el maletín de
Antonini Wilson para gastos de elección de Cristina Kirchner. Atrapada en un
pasado y un misterioso presente teñidos de dineros venezolanos, Cristina
Kirchner olvida que también ella, en sus días de estudiante, vivió bajo la
dictadura militar argentina.
La tercera de la comparsa de quienes
apoyan las torturas a los estudiantes venezolanos, es una mujer que también
ella, siendo estudiante fue detenida y torturada por un régimen dictatorial.
Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, parece afectada de ausencia de memoria
sobre lo que ella misma ha vivido. Es que en términos económicos, Brasil ha
sido el país que más apostó al régimen venezolano con contratos, sobre todo los
de la multinacional Odebrecht y para Rousseff se trata de salvar esos
multimillonarios negocios pese a la evidente ruina del Estado venezolano. Si a
Michelle la denuncian los colores que viste con cada presidente, a Dilma la
reveló una famosa foto de intensa adoración hacia Fidel Castro, tomada y
divulgada con intencionada maldad por el único servicio que a Fidel puede
fotografiarlo en su casa: el del G2. Queda obvio que a Dilma también la han
acondicionado desde el principio de su vida política.
Pasemos ahora a la otra vertiente.
¿Qué exigen los estudiantes venezolanos? Precisamente lo contrario de lo que
condicionó a las tres damas: libertad. Los estudiantes no tienen domador, ni
jefe, ni jefes: sus dirigentes son los electos presidentes de las federaciones
de centros de cada universidad y todos practican la honestidad de actuar en
consonancia, dando ejemplo de una coordinación nacional y una unidad que dejan
bien lejos a los ¿acondicionados? políticos de la vieja escuela, que por esa
misma razón, pujan para posicionarse en vista de un ilusorio futuro político y
creen moverse en una situación de alternativa democrática, pero que ha dejado
de existir en Venezuela desde hace 15 años.
Tenemos por lo tanto, a unos jefes de gobierno latinoamericanos, en su
mayoría formados por la escuela pavloviana del antiguo comunismo estaliniano de
hace cien años y su adaptación fidelista vieja de medio siglo; una oposición
que vive ilusionada con una democracia que desde hace 15 años dejó de existir
en Venezuela y una juventud, que experimenta con nuevos métodos, inmolándose y
sacrificando sus vidas bajo adaptaciones inéditas de resistencia pacífica,
desarmada, "guarimbera", teñida de heroísmos individuales que nadie
ordena, pero todos acatan. Es que nadie entre ellos está
"condicionado", cada quien expresa libremente su parecer individual
por las decenas de canales de redes sociales, encuentran sus coincidencias, se
coordinan y actúan a su manera. Que Dios los bendiga en nombre de lo más grande
que el hombre tiene y no cuida: la libertad.
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