AXEL CAPRILES M.| EL UNIVERSAL
jueves 13 de marzo de 2014 12:00 AM
De tanto azotarnos con el estribillo del pensamiento de Simón Bolívar, la revolución bolivariana ha terminado por convertir las profecías pesimistas del Libertador en realidad. Y me refiero a aquella ominosa imagen de decepción republicana que expresa Bolívar en su famosa carta al general Juan José Flores el 9 de noviembre de 1830: nuestras tierras caerán en manos de la multitud desenfrenada, sufriremos el reino de tiranuelos de absoluta mediocridad, regresaremos al caos primitivo, consumiremos nuestro destino en la ingobernabilidad, seremos testigos de la indiferencia de la civilización por nuestros males y sentiremos la necesidad moral del exilio. Desilusionado por los resultados de la revolución sudamericana, Bolívar veía en la arbitrariedad y la audacia los rasgos de nuestro estado de incivilidad esencial que hacía imposible el proyecto republicano. Es probable que no nos demos cuenta por encontrarnos inmersos en nuestra propia realidad, pero la imagen dejada por ese Libertador triste y deprimido de los últimos años se me hace hoy, por su realismo, aterradora.
La concreción de las profecías de Bolívar ha sido posible por la perturbadora ingenuidad de casi toda una sociedad llamada pueblo incapaz de ver a través de la vacuidad de las palabras para palpar la deformidad de la constitución moral de sus gobernantes. Cuando en el año 2002, las fuerzas vivas del país llamaron a la huelga general creyendo que el gobierno de Hugo Chávez cedería a la presión para evitar los daños al país, nunca imaginaron que el caudillo bolivariano estaba totalmente decidido a gobernar sobre escombros y ruinas con tal de mandar, que prefería destruir la nación a ceñir su voluntad de poder. Hoy, lo que antes lucía como la más pérfida expresión de la pasión de dominio se ha revelado como el método revolucionario por excelencia. Nos toca tomar el polvo de esos escombros y restregárselo al poder en los ojos. Nos queda la indignación para reconstruir el país de las ruinas.
La concreción de las profecías de Bolívar ha sido posible por la perturbadora ingenuidad de casi toda una sociedad llamada pueblo incapaz de ver a través de la vacuidad de las palabras para palpar la deformidad de la constitución moral de sus gobernantes. Cuando en el año 2002, las fuerzas vivas del país llamaron a la huelga general creyendo que el gobierno de Hugo Chávez cedería a la presión para evitar los daños al país, nunca imaginaron que el caudillo bolivariano estaba totalmente decidido a gobernar sobre escombros y ruinas con tal de mandar, que prefería destruir la nación a ceñir su voluntad de poder. Hoy, lo que antes lucía como la más pérfida expresión de la pasión de dominio se ha revelado como el método revolucionario por excelencia. Nos toca tomar el polvo de esos escombros y restregárselo al poder en los ojos. Nos queda la indignación para reconstruir el país de las ruinas.
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