MICHAEL ROWAN| EL UNIVERSAL
martes 22 de abril de 2014 12:00 AM
El primer paso hacia el diálogo es existencial. Ambas partes deben respetar el hecho de que el otro existe aquí y ahora. Muchos diálogos fracasan en este punto, con lo cual continúa el conflicto. El Papa Francisco opina que entablar el diálogo requiere valentía. Tiene razón. Tras años de insultos, ambas partes necesitan sentarse juntas. El abismo que los separa es tan grande como un mar de sangre y lágrimas. Sentarse juntos seriamente y bajar el tono es un acto personal de valentía.
El segundo paso consiste en reconocer el valor propio y el del prójimo. El régimen debería ser lo suficientemente humilde para darse cuenta de que los problemas que afectan el país son en buena parte su obra. La oposición debe recordar que sus antecesores también fallaron cuando tuvieron el poder antes de 1998. Entonces, la inflación y la corrupción eran galopantes. Con toda humildad todos deben recordar que históricamente la gente ha cambiado de bandos de vez en cuando. Nadie tiene toda la razón ni está totalmente equivocado todo el tiempo.
El tercer paso es definir el problema fundamental que debe resolverse. Definir el problema es más importante que proponer una solución. El problema de Venezuela tiene tres dimensiones que han supurado en tres décadas a causa de los petrodólares. La primera es el monopolio estatal del poder y del dinero; Venezuela tiene que desmonopolizarse. La segunda es la absoluta discrecionalidad con que se ejerce el poder; Venezuela necesita que le devuelvan su separación de poderes y su sistema de pesos y contrapesos. Y la tercera es la falta de rendición de cuentas, lo que genera impunidad; la transparencia debe brillar en todos los actos de gobierno.
Monopolio + discrecionalidad - rendición de cuentas = corrupción. He aquí la clásica ecuación del modelo venezolano. Ambos lados lo saben y han moldeado el sistema a su antojo durante décadas, mucho antes de que llegara Hugo Chávez. Pero no funciona para Nicolás Maduro más de lo que lo hizo para Jaime Lusinchi. Ese sistema ha quebrado el país en lo económico, político, social y ambiental. Una vez que ambas partes den los pasos para hablar de verdad, este será el único punto en agenda. Papa Francisco, por favor, no se vaya.
El segundo paso consiste en reconocer el valor propio y el del prójimo. El régimen debería ser lo suficientemente humilde para darse cuenta de que los problemas que afectan el país son en buena parte su obra. La oposición debe recordar que sus antecesores también fallaron cuando tuvieron el poder antes de 1998. Entonces, la inflación y la corrupción eran galopantes. Con toda humildad todos deben recordar que históricamente la gente ha cambiado de bandos de vez en cuando. Nadie tiene toda la razón ni está totalmente equivocado todo el tiempo.
El tercer paso es definir el problema fundamental que debe resolverse. Definir el problema es más importante que proponer una solución. El problema de Venezuela tiene tres dimensiones que han supurado en tres décadas a causa de los petrodólares. La primera es el monopolio estatal del poder y del dinero; Venezuela tiene que desmonopolizarse. La segunda es la absoluta discrecionalidad con que se ejerce el poder; Venezuela necesita que le devuelvan su separación de poderes y su sistema de pesos y contrapesos. Y la tercera es la falta de rendición de cuentas, lo que genera impunidad; la transparencia debe brillar en todos los actos de gobierno.
Monopolio + discrecionalidad - rendición de cuentas = corrupción. He aquí la clásica ecuación del modelo venezolano. Ambos lados lo saben y han moldeado el sistema a su antojo durante décadas, mucho antes de que llegara Hugo Chávez. Pero no funciona para Nicolás Maduro más de lo que lo hizo para Jaime Lusinchi. Ese sistema ha quebrado el país en lo económico, político, social y ambiental. Una vez que ambas partes den los pasos para hablar de verdad, este será el único punto en agenda. Papa Francisco, por favor, no se vaya.
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